Jesús Cristo, el personaje más controvertido de la historia.
Muchos investigadores serios (estudiosos de originales y exégetas versados en historia y hermenéutica bíblica y filológica) han llegado a la conclusión de que no hay ninguna fuente histórica válida y contemporánea que nos hable de Jesús.
Algunos autores han llegado al extremo de creer que no hay personaje histórico alguno. ¿Quiénes? Autores de la talla de G. A. Wells, Earl Doherty, Alvar Ellegård, Timothy Freke y Peter Gandy.
¿Por qué niegan su existencia o dudan de ella? Porque estiman muy difícil que un gran hombre, masivamente seguido como Mesías durante algún tiempo, y juzgado y ejecutado como tal, no deje testimonio histórico alguno, a pasar de haber vivido en uno de los siglos más documentados de la historia humana.
Sin embargo, la mayoría de los estudiosos considera que Jesús existió y que su actividad habría sido contada, aunque parcial, tardía e interpoladamente, por personas que no tuvieron contacto directo con el personaje real (no tenían su idioma sino el griego, desconocían la geografía palestina y ciertas costumbres judías básicas –todo ello impensable en un judío nativo).
El mensaje estaría, además, interpolado (con añadidos tardíos, incluso latinos y ajenos al mundo judío) en buena medida después de comenzado el siglo IV.
De modo que el resultado es un Jesús muy contradictorio, un Jesús ahistórico, que no encaja en su época; un hombre unas veces pacífico, otras incluso violento, y partidario de portar armas. En otras ocasiones Jesús parece un rabí.
Aunque los evangelios incluyen elementos extraños al mundo judío y a la época abordada, en todos ellos se deja claro que Jesús fue aclamado como Mesías, aunque en el cuarto evangelio Jesús aparece, además, como un Dios encarnado.
Dios mismo encarnado en un hombre, una afirmación sacrílega y blasfema que hubiera supuesto la lapidación directa por cualquier grupo de judíos que la oyera; pero un añadido tardío muy conveniente en pleno siglo IV en que se emprende una síntesis religiosa ordenada por el Emperador.
Los evangelios sinópticos (los tres primeros) nos muestran a un Jesús humano, un candidato a Mesías que anuncia el advenimiento del Reino (la “buena nueva”: la restauración del esperado Imperio de David con características idealizadas de abundancia y convivencia en paz que anunciaran diversos profetas).
El de Juan, cuya primera versión aparece en el siglo II, nos muestra un Jesús divinizado, un Hijo de Dios mítico, al estilo pagano, como el propuesto por Pablo de Tarso, aunque el Cristo paulino parece estar por venir y es espiritual: Pablo se desentiende de cualquier vida terrena de Jesús.
¿Qué defendía este predicador infatigable? Anunciaba haber tenido conocimiento (por inspiración directa) de la existencia de Cristo Jesús –Mesías Salvador-, un Hijo de Dios que habría sufrido un sacrificio o crucifixión mítica (en alguna esfera celeste); pero también un hombre-Dios que vendría a la Tierra y presidiría personalmente el reino mesiánico prometido para el final de los tiempos, un reino en el que se sentarían en lugar privilegiado “los santos” de Dios (miembros de sus comunidades o iglesias).
Toda la cosmogonía de Pablo representa una síntesis pagana de la esenia. Los esenios eran un grupo religioso-nacionalista judío que, frecuentemente organizado en comunidades (las más importantes de ellas, ubicadas en la proximidad del Mar Muerto y en Damasco), tiene una concepción milenarista imbuida de connotaciones zoroástricas o persas.
Sus textos nos muestran un lenguaje rico en expresiones como “Hijo del Hombre”, “Final de los tiempos”, “fuego”, “santos”, “Juicio”, “tribulación”, “Espíritu Santo” y otros términos que Pablo hará suyos y abundan en el libro de Henoch, que el predicador portaba (y del que, además de otros, como el Documento de Damasco, se hace eco en su obra F. Conde Torrens).
El mensaje de los esenios y de Pablo era apocalíptico, aunque esto en tiempo de Jesús no era decir demasiado: la sociedad judía del siglo I vivía en buena medida un “ambiente mental” escatológico, al que estaba ligado el mesianismo.
Llama la atención que Pablo parezca desconocer (en sus epístolas auténticas, en este caso poco interpoladas) la existencia de un Jesús terrenal, procesado pocos años antes de que Pablo inicie su magisterio, predicando un Jesús del que tiene evidencia directa: su Jesús mítico o Segundo Adán, que redimirá –y renovará- a toda la humanidad (a judíos y gentiles, la humanidad antigua, la descendiente del primer Adán).