F. Nietzsche: Las metáforas de la muerte de Dios y el Superhombre / y 2


Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre (Nietzsche) Casi dos milenios y ni un solo Dios nuevo (Nietzsche)

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F. Nietzsche, el filólogo heterodoxo, filósofo, artista y poeta, se declara enemigo del sistema, del discurso racional y de los conceptos. Opta por un lenguaje expresivo, mediante aforismos provocativos (“yo no soy hombre, soy dinamita”), como destellos que captan de forma intuitiva y vivencial (Erlebnis) los fragmentos de una realidad irracional, cambiante y con infinitas perspectivas.

Nietzsche filosofa a martillazos, derribando los viejos ídolos de occidente y dando a la filosofía unos pies de bailarín y un tono festivo (“!Vosotros, hombres superiores aprended a reír”¡), frente a la seriedad adusta del moralista. No busca la claridad lógica (apolínea), sino la expresividad mediante metáforas, símbolos y prosa poética.

Los conceptos identifican lo diferente, mientras que las metáforas expresan las diferencias y el devenir. Al no definir los términos básicos, ello dio lugar a múltiples interpretaciones, algunas antitéticas.

De su obra se hicieron lecturas desde la extrema derecha (nazismo) a la extrema izquierda (anarquismo). La edición crítica de su obra por Colli y Montinari en los años 60, eliminó la tergiversación que consideraba a Nietzsche precursor del nacionalsocialismo.

La muerte de Dios, designa “el más grande de los acontecimientos modernos”, en referencia al Dios cristiano. Ello no significa sólo la pérdida de fe y la expansión creciente del ateísmo, paralelo a la secularización, ni sólo una idea del ateo Nietzsche, que terminó internado como loco, alegación que fue habitual para descalificarlo., olvidando su genial lucidez previa.

Pero M. Heidegger, en Sendas Perdidas, hace una interpretación más amplia de la expresión “Dios ha muerto” (Gott ist tot). Esa frase alude al destino de dos milenios de historia de Occidente.

El Dios monoteísta era el “Sol” que iluminaba toda la civilización occidental: era creador y planificador del mundo, autor del ser humano, fundamento del Ser, del bien moral, de la verdad, del derecho y del poder político. Como Padre, Salvador y Juez justo, daba sentido a la existencia humana. Su muerte proyecta sus sombras sobre Europa y abre la pluralidad de sentidos, frente al sentido único monoteísta.

Esa muerte no fue natural, sino por asesinato: “Nosotros lo hemos matado... Todos nosotros somos sus asesinos”, clama el loco de la linterna (La ciencia jocunda, 125), y entona su Requiem aeternam Deo. Sus asesinos fueron, entre otros, la ciencia moderna, la democracia, la moral autónoma o la evolución de Darwin.

Pero ese Dios era también el símbolo del otro mundo, sobrenatural, platónico, que ha fenecido. Lo que era el Ser fundante resultó ser una nada (nihil) ficticia. Con el ocaso de ese “Sol”, el ser humano queda huérfano y desorientado en la noche oscura. Sartre afirmará que el existencialismo consiste en sacar todas las consecuencias de la “muerte de Dios”. Siendo el hombre radicalmente libre, ha de crear el proyecto y el sentido de su propia existencia.

Pero el trono vacante de Dios tuvo nuevos aspirantes: la ciencia divinizada del positivismo, la diosa Razón o el Estado, “el monstruo más frío de todos los monstruos”, lo que suena más a anarquismo que a nazismo.

Nietzsche anuncia un nuevo amanecer, la alternativa de una nueva humanidad, la nueva “aurora” del “Superhombre” (Übermensch), puesta en boca del profeta Zaratustra. Muy poco tiene que ver esta figura con la interpretación que harán los nazis. Nietzsche expresa esta figura mediante metáforas, sin definiciones conceptuales.

Así, la mundanidad (Weltlichkeit) sería su primera característica: “Yo os enseño el superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra… permaneced fieles a la tierra y no creáis a los que os hablan de esperanzas sobreterrenales” (Así habló Zaratustra).

Esa nueva humanidad, utópica, realizará la “transvaloración de todos los valores”, creando nuevas tablas alternativas a las cristianas. Aceptará y amará el destino (amor fati), como los héroes de las tragedias clásicas (Edipo o Sísifo), sin lamentarse de la existencia ni esperar consuelos celestes al sufrimiento terrestre.

Nietzsche critica la moral de doma, ascética y cristiana, que busca extirpar los instintos, empezando por el impulso sexual. En cambio, la nueva especie surgirá de una moral de cría de tipos superiores (niega el igualitarismo cristiano y socialista y también la democracia). Su modelo serán los héroes homéricos (Aquiles o Héctor) frente al sabio platónico, al santo cristiano o al virtuoso kantiano. Napoleón es un buen ejemplo.

El superhombre afirma el “eterno retorno” de lo mismo. El tiempo es un círculo eterno, sin principio ni fin, no una flecha lineal al modo cristiano. El hombre actual es sólo un puente hacia el superhombre y debe sufrir una triple metamorfosis: el camello se convierte en león y éste en niño.

El camello simboliza la sumisión ascética del cristiano en su travesía del desierto. El león simboliza la libertad del que quiere ser señor. Finalmente, el niño simboliza el placer del juego y la inocencia del devenir, pues no existe el pecado y la vida no necesita ser redimida, sino vivida y amada tal como es, con sus aspectos bellos y trágicos, es decir, con “espíritu dionisíaco”, como la vive el filósofo artista politeísta.
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