Nunc et semper. Ascenso y ocaso de una religión del s. XVII.


Hablar de la extinción de grandes religiones --sumeria, griega, romana, egipcia...-- es como referirnos a la caída de los gigantes y tener que hacerlo con grandilocuencia histórica. Ha habido otros movimientos religiosos que nacieron de manera similar, tuvieron su momento histórico y fenecieron. Es el caso al que hoy nos vamos a referir, un movimiento escindido del judaísmo que tuvo una extensión y vigor impresionantes en el siglo XVII

No es lo mismo una religión “de prestigio” (el prestigio que puede dar el número, la extensión territorial o la cantidad de edificios que tengan por el mundo) que un movimiento religioso (dentro de una misma religión poderosa) o que una secta (rama desgajada de una religión con tintes especiales), pero a los efectos y cualitativamente todas son iguales: nacen con pretensiones de salvar el mundo, engordan con el mismo engaño y mueren engañadas ellas mismas.

Grandes religiones fueron la egipcia, el mitraismo, la religión azteca, la grecorromana... ¿Dónde están ahora? No quedan más que restos materiales, referencias literarias, mitos asimilables a historietas que, lógicamente,para las religiones oficiales son falsos.

Una forma traumática y radical de morir es por su vinculación al poder político que las apoya y al que apoyan: Egipto, Sumer, Roma, México, Perú...

La otra, más lenta, que es a la que estamos asistiendo en occidente, se puede producir por el desenmascaramiento del engaño secular con que han oprimido a la sociedad, por la desafección de las masas, por inoperancia...

Y algunas otras, por su vinculación al "personaje". Viendo el nacer y el morir de algunos movimientos o “religiones de fundador” (frente a religiones primitivas, naturales o históricas), podemos adivinar cuál puede ser el de las grandes: que el engaño quede desvelado más pronto que tarde.

Si hay una religión “irredenta” es ésa que todavía está esperando su Mesías, el judaísmo. Por lo mismo, propicia a ser engañada con apariciones de falsos Mesías.



Es el caso de Sabbatai Sevi, Mesías que polarizó en el siglo XVII movimientos religiosos desde el Mediterráneo al Mar del Norte. Su mensaje: devolver a los judíos a Tierra Santa e iniciar la era de paz universal. Una interpretación cabalística certificaba su autenticidad. Ciudades como Esmirna, Salónica, Constantinopla y Alepo proclamaron su advenimiento.

Lo confirmaron profecías de todo tipo; el rabino Nathan de Gaza fue el suplente de Juan Bautista; muchos de sus enemigos, que lo tildaron de epiléptico y hereje, fueron lapidados (algo así como el célebre San Cirilo de Alejandría con sus oponentes); sosegó tempestades en un viaje a Constantinopla; estando en la prisión turca la estancia se iluminó con llamas sagradas (como san Pablo en la cárcel Mamertina).

Su aparición produjo una traumática escisión en el monolitismo judío.

Los otomanos, tan condescendientes con las religiones arraigadas en su suelo, supieron distinguir de forma muy política lo que había en él de líder religioso y el componente de sedición que había en sus prédicas. Lo encerraron en prisión pero hasta los ulemas musulmanes recomendaron que no fuera ajusticiado: eso crearía un mártir con el irredentismo que eso lleva consigo.

Su final podría ser tema de comedia. Denunciado por un seguidor suyo por inmoralidad y herejía, le propusieron someterse al juicio de Dios: servir de diana a los arqueros reales. Si se negaba tenía dos opciones, una reconocer que Allah era el verdadero Dios y Mahoma su Profeta, otra ser empalado. Como diana humana, Dios desviaría las flechas si era verdadero Mesías; si no lo era, moriría aunque de un modo “más humano”. Lógicamente prefirió seguir viviendo. Sus fieles hicieron de la necesidad virtud: se convirtieron en practicantes devotos de un nuevo rito, “la ocultación”, parecer ser musulmán pero interiormente ser judío.

Fue apartado o deportado a un olvidado lugar del Imperio y allí murió. Lo que sucedió con su “movimiento” es la crónica del desvarío y de la escisión en pedazos. Todavía quedan restos de un movimiento en su tiempo tan monumental y extenso en una minúscula secta sincrética de Turquía que combina lealtad al judaísmo con prácticas exteriores musulmanas.

Mucho nos recuerda esta historia a “sectas” católicas periclitadas como la de los Jerónimos, los Antonianos, los Caballeros Teutones... La misma senda comienzan a recorrer hoy día cientos de Congregaciones, camino de la extinción. El árbol se va secando por las ramas, otrora frondosas en prosélitos y hoy únicamente en dinero e inmuebles.

El erial mundano--palabras suyas-- donde alzan sus pendones, no hace propicia ni siquiera la aparición de hongos. Y menos la fructificación de árboles frondosos.
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