Profetas y predicadores como Jesús.

Las referencias que en los Evangelios aparecen sobre destrucción de este mundo, inminencia de la parusía, venida del nuevo Reino, etc. NO son acotaciones aisladas. No aparecen "porque sí" sin sustrato ni relación alguna la realidad social.

Ese ambiente de crisis, de cambio, de quebranto de las estructuras sociales y a la vez de ansia de regeneración se mascaba en las tierras donde spuestamente se movió Jesús, uno de tantos mesías sin éxito (terminó como muchos otros, crucificado por sedicioso) que hollaron una tierra siempre en conflicto.

Hay historiadores que. pecando de ultrarracionalismo. no conceden a la existencia histórica de Jesús posibilidad alguna. A la vista de los documentos existentes y de los datos deducibles, la conclusión desde luego no puede ser definitiva, confirmatoria de su existencia o negatoria. ¿Importaría eso? Sin embargo, en la mayor parte de los estudiosos, hay una fuerte presunción a favor de su existencia por el hecho mismo de haber relatos fantasiosos --Evangelios y demás-- que "cuentan" (o sea, inventan) discursos y milagros realizados por él con un sustrato de realidad.

Relatos, por otra parte, que podrían referirse a un personaje individual o podrían ser recopilación de peroratas de muchos santones andariegos con virtudes taumatúrgicas, ideas comunes y tópicas en mesías, predicadores, bautistas y Ryans de los que tanto abundaron en esa época. Un Jesús ficticio, un Jesús Hijo de Dios, un Jesús proletario, un Jesús doctor en leyes lo mismo propicia hipótesis radicales negativas como prosélitos del Opus Dei. Da lo mismo: como decíamos hace días, tal "idea" tuvo éxito. Y de eso hay que partir para poner en el lugar que le corresponde al idolatrado hijo de una virgen.

Hay constancia de la existencia de personajes similares a Jesús; profetas exaltados que nacen como hongos en tiempos de crisis. Siempre ha sido así: recordemos todos aquellos santones visionarios, los alfaquíes que enardecían a la plebe morisca en Málaga o Granada incitándoles a la yihad ante el avance arrollador de las huestes de los Reyes Católicos. En tiempos de Jesús también se dieron personajes iluminados y atragantados por lecturas oídas una y otra vez de los hechos gloriosos del Antiguo Testamento, especialmente la historia de los Macabeos; augures de catástrofes sin fin por el hecho de que el pueblo se había sometido al poder y al espejismo de la opulencia romana...

Añádase el mundillo de los intelectuales, filósofos, sacerdotes o intérpretes de la ley. Gnósticos milenaristas, helenistas, ultraortodoxos... cuyas enseñanzas teñían el ambiente de angustia, temor e incertidumbre. Por más que la "pax romana" se extendiera por todo el Imperio y propiciara prosperidad material, no sucedía así con la mentalidad imperante en los sometidos y sojuzgados, siempre pendientes de decisiones arbitrarias que diesen por tierra con la prosperidad conseguida.

El miedo a la desaparición o a la disolución como pueblo imbuía a todos, miedo provocado por las clases que más tenían que perder sometidos a Roma. Y no dejaba de ser un miedo interesadamente inducido, porque, lo queramos entender así o no, la gente normal lo que quería y quiere es paz, tranquilidad y progreso. Da igual con quien sea.

Pero la propaganda regeneracionista a cargo de penitentes y parlanchines no lo entendía así. ¡Si no viéramos lo mismo en nuestros días y en nuestra patria, con los irredentos catalanes!

El poder romano toleraba lo tolerable. Podrían ser condescendientes con doctrinas políticamente blandengues o pretendidamente pacifistas. Las predicaciones moralistas o estrictamente teológicas (credulidad) las toleraban e incluso las protegían. Traspasado el límite, sabían lo que les esperaba:

1. Teudas terminó decapitado. Sea uno o sean dos (según Gamaliel o según Josefo), Teudas se creía el nuevo Josué; realizó su labor proselitista a orillas del Jordán. Nacido en Egipto consiguió reunir a cuatro mil seguidores dispuestos a destruir el poder romano. También él se creyó capaz de dividir las aguas de un río. Perdida la mente en su proyecto, perdió la cabeza en la realización.

2. Judas de Galilea, hacia el año 6 inició un algo similar a rebelión que, parece, no pasó de fervorosos alegatos y arengas. En cambio no ocurrió lo mismo con sus hijos.

3. Hacia el año 45, Jacobo y Simón, dos exaltados de Galilea, acaudillaron una nueva rebelión contra los romanos. Los soldados les capturaron y terminaron crucificados, tormento habitual en la justicia romana para los bandidos y sediciosos.

4. En fecha indeterminada, primera mitad del Siglo I, un iluminado procedente de Egipto reunió a unos cuarenta mil fieles que acamparon en el Huerto de los Olivos. Estaba convencido de poder derribar las murallas de Jerusalén con su voz. Los romanos disgregaron reuniones tan tumultuosas matando a muchos de ellos (¿no suena esto a la desproporción de enviar una cohorte, unos 400 soldados, para capturar a Jesús?).

5. La rebelión más importante y letal para el pueblo judío sucedió en el año 66. El nieto de una familia proveedora de héroes libertadores, Menahem, prendió la mecha de la rebelión y tras una guerra particularmente cruel, terminó en el 70 con la destrucción de Jerusalén, suceso "lógicamente" predicho por un Evangelio... ¡escrito diez años más tarde de tan luctuosos hechos!. Ello dio origen a una diáspora que ha durado casi dos mil años.


Josefo llega a decir que “en ese tiempo hubo como 10.000 diversos desórdenes en Judea que fueron como tumultos” (Antigüedades, XVII, X, 4).
Tiempos éstos que parieron infinidad de profetas, mesías y vaticinadores, todos émulos de los grandes, como Isaías o Jeremías, que pronosticaban la liberación de su pueblo de la Nueva Babilonia, la poderosa Roma.Todos se hacen eco de esa voluntad judía de combatir con el arma de la palabra el poder imperial romano, con mensajes místicos, milenaristas, proféticos, revitalizadores... predicando penitencias y bautismos regeneradores del corazón.

¿Cómo no pensar en la posible existencia de uno más, Jesús? Quizá la única diferencia fuera su mensaje, distinto al resto, menos político pero más peligroso y demoledor para el estamento religioso.

Cuestión aparte es preguntarse cómo pudo nacer una nueva y poderosa religión, el cristianismo, epítome del conglomerado de “salvaciones” presentes a lo largo y ancho del Imperio. La respuesta primera es el “genio” de Pablo.

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