La belleza y el objeto bello.

De la belleza, natural o creada por el hombre, también se ha aprovechado la creencia para “inferir” a Dios.“Ellos” dicen que la belleza es imago Dei. Dicen. Pero si algo hay humano es el concepto de “belleza”. En realidad la belleza no existe sino como concepto: lo que hay son objetos bellos.
Dejemos la belleza natural, que también es algo cultural, temporal, cambiante y contractual (el urbanita goza de aquello que al labriego le parece de lo más normal y vulgar). Y rebajando mucho el asunto, la belleza no sería otra cosa que goce sensual.
Vamos a bajar del “concepto” a la realidad más rastrera. La belleza debería ser “imagen de Dios” en todos los sentidos: para llegar al objeto bello –la “cosa”, el cuadro, el salón rococó, la sinfonía, el canto, el palacio, un jardín... obras generalmente gozadas en propiedad por la clase acaudalada--, ha habido una concepción, un deseo; una labor artesanal; con frecuencia un expolio, una explotación, un destino individual, una desviación de bienes... Por ejemplo indulgencias para construir el Vaticano.
¿Eso también lo propició Dios? La obra de arte, se digan extravagancias de ella o no, no deja de ser una “convención” humana, proveniente del hombre y sólo para el hombre. Si Dios es lo que dicen que es, insistir en el sentido de la belleza como “camino” sería despojarle de su rectoría de la naturaleza para convertirle en gobernador del artificio. Harto artificio es Dios –artificio intelectual, artificio de deseos-- como para sobreañadirle nuevos elementos.