El cometido moral de la religión - 4

Han comenzado las vacaciones... para algunos, que otros las tienen y tenemos prorrogadas. El tenor de los escritos anteriores, escolástico, cansino y oscurantista, no casa bien con los días de asueto que se avecinan. Cambiemos de registro y vayamos dando largas al tema hasta que septiembre, si llega, nos alumbre con las primeras luces del curso. Quedan los que siguen, como éste de hoy, por escritos antes de la cuenta. Y no hay más.


Como no podía ser menos, porque resulta inconcebible una religión que no predique el bien y la verdad, la religión cristiana/católica ha desarrollado también un corpus moral de tal envergadura que se ha alzado con el santo y seña de la moral y parece ser el sustento principal de la moralidad en la cultura de Occidente.

Cierto es que el sistema de creencias denominadas dogmáticas no ha sido barrido por la modernidad; y cierto también que el sistema de ritos anejos, aunque en cuarto menguante, todavía mantiene sus adictos y cumplidores. Sin embargo uno de los puntales más sólidos con que cuenta la credulidad cristiana es su prédica moral. Es éste su sustento principal y gran parte de su razón de ser, al menos en el inconsciente colectivo. Hay todo un sistema de reglas, usos y costumbres que perduran en la sociedad civil engendradas por el cristianismo.

Pero, ¿es la religión necesaria para sustentar la moralidad? Más todavía, ¿juegan las reglas morales propugnadas por las religiones en general algún rol en la supervivencia de las sociedades donde aquellas arraigan? Tiene esto que ver con el hecho de que, frente a la adversidad y los peligros externos, una sociedad con reglas internas fuertes y cohesionadoras se defiende mejor que otra sin sistemas morales fuertes.

Los sistemas morales, especialmente en las religiones del pasado, tienen un sentido adaptativo, ayudan a proteger el entorno vital y proporcionan al grupo un sentido de obligación y obediencia, de tal modo que pueden llegar a determinar quiénes sobrevivirán y quiénes se reproducirán. Religiones con un arraigo fuerte en la sociedad han definido el modo de vida de la misma. Sus normas de conducta condicionan formas de comportamiento a la vez que son fuente de las mismas. Por ejemplo, rigen las relaciones entre sexos, diciendo qué conductas son virtuosas y cuáles pecaminosas; delinean el papel que corresponde a cada miembro de la familia, padre, madre e hijos; operan sobre instituciones sociales introduciendo tabúes y fobias. La normativa religiosa cristiana juzga, más en el pasado y no tanto en el presente, lo que es noble y virtuoso y concede recompensas, generalmente en la otra vida, pero también en ésta. Las acciones malvadas o inadmisibles son castigadas, a veces con la muerte.

El término “moral”, como es bien sabido, proviene de la palabra latina “mos, moris”, que significa “costumbre”. De ahí que “moral” haga relación a tradiciones normativas y hábitos de quienes viven y trabajan juntos, las acciones consuetudinarias. Las normas y reglas no se inventan, pasan de padres a hijos, lo cual les confiere un marchamo mayor de consistencia. Añádase el refuerzo que confiere a la moralidad la prédica de que las acciones buenas tienen el beneplácito divino. El amor o temor de Dios es un fuerte sustento de las obligaciones y deberes morales. Más aún, muchas de las normas a acatar y guardar están inspiradas por Dios: los Diez Mandamientos le fueron otorgados a Moisés directamente por Yahvé; fue el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, el que pronunció el Sermón de la Montaña; el Corán le fue inspirado a Mahoma directamente por Dios, lo mismo que el Sendero de la Rectitud a Buda.

La unión de religiosidad y moralidad, por el hecho de que la religión impregna la sociedad, confiere a la moral social una profunda función sociológica. Es marco de trabajo y lazo de integración. Este rol histórico de la religión, que es positivo, es sustento de la estabilidad y el orden social y previene conductas anárquicas. Mantiene en cierto modo la paz social.

Por lo dicho hasta aquí, se podría pensar que la unión religiosidad-moralidad es un factor positivo para la sociedad, que, por lo tanto, hay que defender y mantener. La historia, sin embargo, contradice en muchos aspectos esta visión.
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