En definitiva, creer toca.

Sugeríamos al final del artículo pasado que un Jesús histórico no es que no interese a los creyentes, porque dan por supuesto que existió, pero es que no sirve, no lleva a ningún fin, no aprovecha para alimentar y confirmar en la fe.

 Los rezos no se dirigen a ningún personaje que vivió en Palestina nacido de una mujer cualquiera y que fue condenado por sedicioso o agitador. Ese personaje es lo de menos, porque ni siquiera como ejemplo sirve, dado que no se sabe nada "cierto" de cómo fue y de lo que hizo.

Después de escribir esto, he sabido que a similares conclusiones llegó el archiconocido teólogo protestante R. K. Bultmann al afirmar que el Jesús histórico es un personaje del pasado. ¿Opina lo mismo la iglesia católica? En la práctica, sí.

Resulta sumamente revelador que esta misma tesis aparezca en escritos de teólogos y pensadores cristianos que preservan de cualquier duda la realidad de Jesucristo con argumentos precisamente esgrimidos por investigadores que niegan la existencia real de Jesús. Resumo los argumentos barajados por el teólogo alemán Karl Martin August Kähler (1835-1912) en su obra El así llamado Jesús de la historia y el Cristo bíblico histórico, citados por Fernando Bermejo en su libro “La invención de Jesús de Nazaret”.

  1. Pretender conocer algo de Jesús es caer en el subjetivismo, puesto que los únicos testimonios fiables de la antigüedad proceden de la fe: los Evangelios y las Epístolas fueron escritos para confirmar en la fe a aquellos que ya “creían” en el “otro” Jesús.
  2. Además, tratar de obtener datos sobre Jesús es imposible, dado que ningún dato objetivo se puede extraer de las únicas fuentes dignas de algún crédito, los Evangelios.
  3. Pretender llegar a algo definitivo sobre el Jesús de la historia es de todo punto pretencioso. Únicamente se llegaría a una “interpretación” de determinadas referencias a él. Es decir, se llegaría a una reconstrucción del personaje con un relativo margen de probabilidad tanto de su existencia como de sus hechos. Se podría comparar a un dibujo policial del delincuente a partir de testimonios de alguien que lo ha visto.
  4. Durante siglos se ha ido creando una imagen de Jesús que ha quedado marcada a fuego en el imaginario de las gentes, imagen imposible de arrancar o sustituir. Incluso para gentes no ligadas al cristianismo, Jesús se ha convertido en elemento cultural e icono simbólico. Tanto se ha dicho y escrito sobre Jesús que mantenerse imparcial en cualquier investigación es imposible.
  5. Es un hecho que Jesús ha sido presentado a los hombres de muy diversas maneras, con múltiples aspectos, con infinidad de perfiles, adaptable a cualquier situación humana. Como dice el refrán, “para un roto y un descosido”. Lo cual lleva a la conclusión de que lo que se diga de él siempre será arbitrario y subjetivo.
  6. Pero algo más importante y en lo que inciden casi todos los teólogos de finales del XIX, que el llamado “Jesús de la historia” importa poco para la fe cristiana. Investigar sobre él poco o nada aporta a la fe de los creyentes. Importa mucho este punto, por las consecuencias derivadas, ya que si nada se puede saber de Jesús como hombre, ¿qué es lo que veneran y adoran los cristianos?
  7. La séptima consideración que el autor, Fdo. Bermejo, aporta, resulta un tanto chocante: dicen esos teólogos que la investigación sobre el Jesús histórico ¡es perjudicial o contraproducente para la fe! Pensándolo bien no les falta razón, porque su “humanidad” puede desbancar a lo que en él importa sobre todo, cual es su deificación, porque Jesús es, ante todo, “el Dios que salva”.

Lo curioso es que todos estos que, por los motivos enumerados, prescinden o no les importa la investigación histórica ¡dan por supuesto que Jesús fue un personaje de carne y hueso! Y no piensan en la contradicción en que incurren, puesto que si nada se puede saber de él... ¿cómo deducen que existió? La afirmación sustancial de que “el Verbo se hizo hombre” no se sostiene.

Afirman sin ningún pudor que Jesús fue hombre y Dios, lo cual es un hecho diferencial en la religión cristiana respecto a otras religiones, cuyo fundador o es un ser mitológico (Zeus, Ra) o fue un personaje real (Mahoma). Sin embargo, esa diferencia que aducen respecto a las demás religiones cae por su propio pie desde el momento en que no se puede saber nada de su paso por la Tierra. Así, el Jesús que adoran pasa a ser “uno más” en el panteón multiforme de los dioses religiosos.

Lo cierto es que la figura de Jesús ha pasado a lo largo de la historia por tantas caracterizaciones, que con razón se le puede denominar “héroe de las mil caras”, sin saber hoy claramente a que “cara” quedarse.

No es el momento ahora de detenernos en otro aspecto del asunto derivado de lo que dicen: ¿cómo conocen o acceden a Jesús? Es decir, en el modo como los teólogos, protestantes o católicos, explican la interiorización conceptual, el acceso a Jesús, puesto que para ellos es un hecho sustancial considerar a Jesús como Dios. ¿Por la fe que es conocimiento, por la fe que se torna vivencia, por el sentimiento, por la intuición, como sugiere el teólogo Schleiermacher?

Este es otro tema siempre presente y nunca resuelto por ninguna religión, dado que la capacidad de pensar, de considerar, de elucubrar, de lanzar hipótesis, de discernir elementos... es propia de la razón, del cerebro, de la capacidad de razonar. Y de todo ello surge el sentimiento, la "vivencia".    

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