Y dicen que la Iglesia no persigue a la ciencia...

Distingamos: lo del título se refiere al pasado. Así que no me crucifiquen poniéndome como pantalla, o como espantajo, vaya Ud. a saber, este presente tan glorioso como ahora vive la religión católica de simbiosis con la ciencia.

En este presente, la religión católica es uña y carne con los avances científicos; ha llegado a la otra verdad, a reconocer que la ciencia suele tener razón en lo que descubre. Además, cosa que no entienden los que  denigran a la Santa Madre Iglesia o sea los que quieren revolver siempre en las miasmas del pasado, la religión se mueve en otro nivel distinto al de la ciencia.

Pero yo no me resigno, no es posible dar de lado ese pasado oscuro del que quiere hacer tabla rasa la religión. Y es que, si está en otro nivel cognitivo, ¿por qué esa inquina contra la ciencia? Porque, lo quieran o no, la Iglesia vive de su pasado. La Iglesia es un puro pasado que quiere hacerse presente en todo momento. Un pasado en unos aspectos de dos mil años, en otros de mil ochocientos y en otros de sólo cincuenta o setenta años.

Refirámonos a los estudios bíblicos, que son pura y dura ciencia. Dentro de este pasado de confrontación, la Iglesia cristiana se enfrentó a quienes, honradamente, se daban cuenta de lo que realmente era la Biblia y lo pusieron de manifiesto en escritos serios y fundados.

Bien sabemos que hay libros, generalmente relatores de epopeyas, que llegan a ser como el alma de todo un pueblo. Es el caso del pueblo judío, aunado por el espíritu que emana del Antiguo Testamento. Quererlos “destripar” es atentar contra la misma esencia de una comunidad de creyentes. O eso pensaron los grandes próceres del protestantismo, del judaísmo y del catolicismo.

La ciencia aplicada a estos escritos fue en su momento “la peor” de las ciencias. Por recordar alguno de aquellos que sufrieron en sus carnes la vesania de los creyentes absolutistas, ahí está el filósofo Baruk Spinoza (1632-1677), expulsado de la comunidad judía de Holanda por adelantarse a su tiempo. De nombre Baruch, en homenaje al profeta encuadrado entre Lamentaciones y Ezequiel, que podría traducirse por Benito; Spinoza por sus ancestros españoles o portugueses. El apellido procede del pueblo burgalés de Espinosa de los Monteros... Había sido expulsado de la comunidad hebraica en 1656, cuando tenía 24 años, por su disidencia con los sermones al uso y por sus opiniones sobre la Biblia. En filosofía, también disintió del concepto cartesiano dual –alma, cuerpo—propugnando un realismo unitario, hablando únicamente de “el hombre”.

Siento especial simpatía por este personaje, que tanto fue humillado por sus congéneres y con un pensamiento tan claro, lo cual le valió la ira de los “puros”, que dictaban el pensamiento obligado.

Para no desvariar con otras consideraciones y en relación a la Biblia, Espinosa concretó sus opiniones en un libro aparecido en 1670, “Tratado teológico-político”, donde propone abordar los estudios bíblicos como si de un libro escrito por hombres se tratara. Es decir, proponía aplicar la hermenéutica lingüística, filosófica e histórica a la Biblia, lo mismo que se hacía con otros libros “profanos”. Clamor contra él de los judíos y también de los católicos: sus escritos fueron incluidos en el “Index librorum prohibitorum”.

Pocos años después, un converso del protestantismo al catolicismo, que luego fue cura, publicó en 1678 “Histoire critique du Vieux Testament”. Su nombre, Richard Simon (1638-1712), francés. Tampoco decía nada del otro mundo: el Pentateuco, afirmaba, estaba constituido por un núcleo original de Moisés, al que se habían agregado otros escritos, otros textos superpuestos de profetas “inspirados” que modificaron el original. Y aportó numerosísimos ejemplos extractados de los libros "sagrados"

Tanto protestantes como católicos, especialmente los jansenistas y los benedictinos, pusieron el grito en el cielo. El pobre hombre terminó secularizado y su libro incluido en el “Índice”.

Lógicamente tales escritos tuvieron su continuación, porque trazada la senda, otros muchos la transitaron. Dando de lado a otros, el libro más importante y que más influjo tuvo entre los investigadores bíblicos se escribió en 1859, que tuvo tanto impacto como en biología el “Origen de las especies” de Darwin. Lo escribió Julius Welhausen (1844-1918) (pronunciado "veljausen"). Fue él quien realizó la gran síntesis que guio a numerosos investigadores posteriores.

Resumiendo: la Biblia actual es fruto o amalgama de muy diversas fuentes. No es un texto unitario. Las fuentes yahvista (J) y elohista (E) se escribieron entre los años 850 a.C. y 750 en los reinos de Judá e Israel, unificadas tras la destrucción de Israel; la fuente sacerdotal (P, del alemán “priestercodex”), entre 716 y 687, en el reinado de Ezequías, cuando la secesión entre sacerdotes y levitas. La cuarta fuente, la deuteronómica (D) procede de Josías en 622. Fue Esdras, tras la cautividad de Babilonia y a partir del año 538, el que unificó totas las fuentes para elaborar el Pentateuco. Su labor fue continuada y no quedó fijado el Pentateuco hasta el siglo II a.c.

Algo que hoy es estudio común en todos los seminarios, no fue aceptado por la Iglesia en su momento, siempre cerrada a la verdad científica. Palabras de “su santidad” León XIII en “Providentissimus Deus” (1893):

los racionalistas, es decir, entre ellos los investigadores bíblicos, “son verdaderos hijos y herederos de los antiguos herejes”... ...”creen destruir la sacrosanta verdad de las Escrituras, imponiendo al mundo sus detestables errores como perentorios pronunciamientos de una nueva y sedicente ‘ciencia libre’”.

Aquí tenemos una muestra de lo que secularmente ha pensado la Iglesia de la ciencia, en este caso aplicada a sus propios libros fundacionales.

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