Qué puede ser real en la vida de Jesús.

Olvidados ya de la galerna catalana y envueltos, que no revueltos, en las marejadas haselianas, regresamos a nuestro monotema de los últimos días, Jesús, tratando de encontrar la aguja en el pajar de tanta paja pseudo histórica acumulada sobre él.

Fue Pompeyo el que conquistó Siria derrocando a la dinastía seléucida tras vencer a Tigranes de Armenia. Aprovechando las luchas intestinas de los últimos asmoneos, conquistó Palestina en el 64 a.c. Años más tarde y para gobernar Palestina, el Senado romano, con el beneplácito de Augusto, eligió como rey a Herodes en el año 40 a.c. que se tituló rex socius et amicus populi Romani.

Herodes, descendiente asmoneo aunque judío, nunca fue popular entre sus súbditos, por su origen, por su brutalidad represora y por ser amigo de los romanos, a pesar de que reconstruyó y engrandeció el templo con su propio peculio. A su muerte, año 4 a.c., se produjeron muchas revueltas lideradas por quiméricos “mesías” con pretensiones de convertirse en reyes, entre ellos Judas hijo de Ezequías en Galilea; Simón, antiguo servidor de Herodes, en Perea, donde fue proclamado rey; el pastor Atronges en Idumea. Lógicamente, Roma reaccionó devastando poblaciones de Galilea y Judea y crucificando no menos de 2.000 revolucionarios.

Roma eligió a los hijos de Herodes como gobernantes: en Galilea y Perea, Herodes Antipas, tetrarca; en Judea, Idumea y Samaria, Arquelao; en Batanea, Traconítides y Aurantítide, Filipo.

En ese “ambiente” revuelto antes de la muerte de Herodes, entre el 8 y el 5 a.c. nació Jesús. En el año 6 d.c., en su adolescencia, Jesús tuvo noticias de que Roma había depuesto a Arquelao convirtiendo Judea en provincia romana, gobernada directamente por un prefecto que residía en Cesarea. Solamente la casta sacerdotal podía decirse que era independiente de los romanos como rectora de los asuntos religiosos. El que más duró en el cargo –quizá por su buen hacer—fue Herodes Antipas, que gobernó Galilea hasta el año 39. Era emperador Calígula, que pretendió entronizar en el Templo una estatua suya.

El paso de Judea a provincia romana entrañó la confección de un censo para la recaudación de tributos, algo que los judíos no podían aceptar, puesto que sólo Yahvé era el dueño de esa tierra. Ante esto, Judas el Galileo se alzó en armas con consignas entre políticas y religiosas. Llegó a convencer a sus seguidores de que Dios intervendría a su favor. Esa corriente escatológica se mantuvo en el ánimo del pueblo hasta la definitiva destrucción de Jerusalén, con las consecuencias de esclavitud, dispersión y crucifixiones.

Algo de esto, relatado minuciosamente por Josefo, dejan traslucir también los Evangelios. Y entra dentro de lo normal que Jesús estuviera al tanto de estas marejadas nacionalistas e incluso se dejara llevar por ellas. Aunque dice que él predicaba el Reino de Dios y que su reino no era de este mundo, no es seguro que el pueblo que le escuchaba lo entendiera en sentido espiritual.  Sus propios discípulos así se lo plantearon, pidiéndole más o menos que fuera él también un libertador del yugo romano.

Aventurando algo de su vida en Nazaret, es de suponer que tanto su madre como su padre vivieran sin inmiscuirse en cuestiones políticas, por el hecho de tener que mantener una familia, por colaborar en el mantenimiento de la paz y porque nada podían hacer contra el poder romano. Tenían además en mente la dura represión padecida en Galilea. Quizá en el círculo más íntimo estuvieran de acuerdo con aquellos exaltados que pretendían defender la independencia de Israel, como en otros tiempos habían proclamado los profetas y defendido con su vida los Macabeos.

Según los testimonios que se tienen del primer tercio del siglo I (Tácito y Josefo principalmente), no parece que la tranquilidad fuera absoluta, aunque tampoco hubo episodios de extrema violencia como sucedió después. El hecho de que la guarnición establecida en Judea o Samaria fuera pequeña (entre 3 y 4 mil soldados), es indicativo de que, en tiempos de Pilato, Félix y Festo hubo relativa calma, aunque se dieron manifestaciones o surgieron grupúsculos violentos, pero no más. Y en Galilea no había presencia militar romana.

Sí se tienen noticias de ciertos desórdenes, pero más por cuestiones económicas que religiosas: la oposición a un nuevo tributo; la petición de Judea a Roma en el año 17 para que les fueran reducidos los impuestos; bandas que saquearon casas de potentados judíos; la liberación de esclavos por deudas realizada por un tal Simón bar Giora en tiempos del procurador Félix; quema de algunos archivos regionales para evitar pagos…

En el aspecto religioso, el panorama era tremendamente variopinto. La casta religiosa estaba dividida en fariseos, saduceos, esenios y nacionalistas religiosos. Había otros grupos o individuos que caminaban por libre. Filón habla de los terapeutas, que curaban con su palabra; se sabe de un tal Jesús hijo de Ananías, profeta divulgador de oráculos; estaban los carismáticos, como Honi o Hanina, los que más íntimamente se relacionaban con Yahvé, enfrentados a los rabínicos; abundaban también los profetas populares, con mensajes escatológicos, al estilo de Juan Bautista. Incluso entre los fariseos había división, dependiendo de la vivencia de su fe (casa de Hilel y casa de Shammai). Desde luego, un judaísmo variopinto.

No podemos olvidar, primero, el nuevo espíritu que el helenismo esparció por todo el Oriente próximo, tanto en cultura, en arte, en formas de vida como en religión; y por otra parte, el influjo que la presencia romana hubo de ejercer tanto en la aristocracia y clase elevada como incluso en el pueblo. Los romanos aportaron una evidente mejora en la sociedad, pero también llevaron consigo creencias distintas. No es de creer que todo fuera oposición ante las nuevas corrientes de progreso que aportaron los romanos. Nihil novum.

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