Las reconstrucciones interesadas

Cada día se va sabiendo más y descubriendo más de algo que con gran interés ha tratado la Iglesia de ocultar: la historia de lo que destruyó en sus inicios y la falsificación de lo que podía sacar provecho.

No parece que caigamos en la cuenta de una cosa bien simple: la importancia de frases lanzadas al azar o de afirmaciones que parecen no tener importancia. Sucede lo mismo que con las grandes o pequeñas empresas. Los inicios de todo suelen ser "sin importancia", casuales, "como quien no quiere la cosa". A veces una empresa surge de una idea dicha de soslayo; otras de una conversación informal en torno a una opípara comida. Frases que parecen no tener trascendencia la tienen, y mucha.

En el fanático Pablo de Tarso tenemos dos casos bien patentes, casi candentes:

--Las mujeres callen en la asamblea (I Cor, 14, 35)
--Si por mi mentira, redunda la gloria de Dios (Romanos,3)

Son dos breves notas del fundador del Cristianismo, breves sí, pero de enormes consecuencias.

Por la primera las mujeres no han sido en la Iglesia sino un elemento pasivo y ornamental, sin capacidad decisoria ni acceso a puestos de gobierno de la misma, cuando no elementos yunque, elementos a machacar, elementos en quienes proyectar los males del hombre.

Por la segunda, la Iglesia se ha sentido confirmada con textos "revelados por el mismo Dios" para tergiversar los otros, los textos humanos de pérfidos politeístas, para inventar otros, para engañar y falsificar... ¡todo para mayor gloria de Dios!

Quizá la falsificación más productiva de todas, para gloria de Dios, sea el pergamino que se conoce como "Donación de Constantino" que tan pingües beneficios reportó a la Iglesia del siglo VIII, haciéndose con la propiedad de media Italia, de la que todavía queda el paraíso vaticano. Hasta que el humanista y clérigo para más “inri” Lorenzo Valla que desveló la superchería encerrada en tal documento: el temor a perder el cuello por decir "la verdad" le llevó a exiliarse de Roma.

Pero hay otra también de grueso calibre, otra mistificación interesada y productiva, la del Evangelio de Mateo: “Tú eres Pedro...” (compárese Mt 16, 18; Mc 8, 27 y Lc 9, 18). Veamos estos textos “sinópticos”:

Marcos 8, 27. Y él les preguntaba: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contesta: “Tú eres el Cristo”. Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.

Lucas 9, 18. “¿Quién dice la gente que soy yo?”… …Pedro le contestó: “El Cristo de Dios”. Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.

Mateo, 16, 18. “Tú eres el Cristo el hijo de Dios vivo”. Replicando Jesús, le dijo: “Bienaventurado eres Simón… …Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, etc.” Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.

No hace falta ser un exégeta para ver que ahí, en el largo añadido de Mateo, hay gato encerrado. ¿Jesús hablando de “Iglesia”? ¿Jesús dando esos poderes a Pedro? ¿Jesús relacionando a un hombre con atar y desatar en el Reino de los Cielos?

Pero continuando con lo que decíamos al principio, algo más se tendría que saber e investigar sobre las bibliotecas quemadas, los saqueos --y no sólo de los bárbaros--, los incendios "accidentales", las persecuciones contra el clero "pagano"... Debió ser una época terrible de enorme tristeza social al ver cómo eran masacrados aquellos que pocos años antes gozaban de prestigio público. Para completar el terreno abonado sobre el que se montaron tergiversaciones varias, añádase la zarpa del tiempo con su labor destructiva, como terremotos, humedades, incendios, derrumbamientos, rapiña, etc. Podemos hacernos idea del erial de cultura sobre el que pudo alzarse toda una pátina de falsificación interesada.

Y respecto a la conservación de documentos, dos momentos en la historia se pueden señalar como hitos de destrucción/conservación: la sustitución del papiro por el pergamino y la invención de la imprenta. Algo así como la sustitución del disco de cera de Edison por el CD. Monasterios, bibliotecas y centros del saber se encontraron ante el dilema de qué conservar y qué destruir. El criterio lo tenían claro: lo que redundara en "gloria de Dios" sería conservado; lo demás, quemado o destruido.

Y en el "traslado" a nuevo soporte, qué no suprimirían o añadirían los copistas medievales, fanáticos sectarios de Cristo o simplemente pletóricos de verdad; qué libertades no se tomarían los monjes a la hora de editar los autores antiguos agregando lo que faltaba en la visión retrospectiva de los vencedores...

No son afirmaciones gratuitas. Es algo que la historiografía moderna ha podido constatar.

"El archivo cristiano es el resultado de una elaboración ideológica, e incluso Flavio Josefo, Suetonio o Tácito, en cuyas obras una puñado de palabras indica la existencia del Cristo y sus fieles, en el siglo I de nuestra era, responden a la ley de la falsificación intelectual" (Michel Onfray).

A la vista de los añadidos, podemos imaginar lo que sucedió: en el "scriptorium" aparecen en muy mal estado ediciones de las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo, los Anales de Tácito o la Vida de los doce Césares de Suetonio. El monje encargado de "recuperar" tales obras está imbuido de los prejuicios propios de su creencia, de su fe, de su visión de la historia, del progreso del cristianismo... No puede entender que en tales textos antiguos no haya mención alguna de la historia en la que él cree.

...de buena fe agrega un pasaje de su puño y letra, sin vergüenza o complejos y sin imaginarse que actúa mal o que inventa una falsedad, puesto que en esas épocas no abordaban los libros con el ojo de nuestros contemporáneos obsesionados por la verdad literal, el respeto a la integridad del texto y el derecho de autor... Hoy incluso leemos a los escritores de la Antigüedad en manuscritos varios siglos posteriores a sus autores, confeccionados por copistas cristianos que modificaron sus contenidos con el fin de que siguieran el curso de la historia...

Alguien podrá argüir que esto son invenciones o, cuando menos, suposiciones. Cierto, pero cuando de hecho se ha dado, las sospechas se ciernen como hipótesis fundadas sobre todo aquello que, verdad o falsedad, redunda en provecho de la creencia. Menos desde luego sobre aquello que le resulta indiferente. Además, falsificar algo en provecho propio siempre es menos grave que la destrucción sistemática de cuanto se alzaba contra la nueva verdad.

Además, ¿no dice San Pablo que si redunda en gloria de Dios...?

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