Más signos de declive.


Retomamos el tema dejado días atrás sobre la situación de la Iglesia Católica continuando con los estigmas que le afectan.

Antropocentrismo burocrático: todo gira en torno al varón y todo está bien administrado. Dos palabras, dos conceptos. Todo está organizado por hombres –varones--; incluso el pensamiento eclesial es andrógino; los puestos decisorios son de hombres y para los hombres. No insistimos en este aspecto, porque las mismas bases eclesiales claman contra esta incongruencia.

Pero decimos también “burocrático” porque todo el entramado organizativo y decisorio depende de hombres-varones. En lo que más han influido las mujeres y de modo sustancial ha sido en el aspecto emotivo y sentimental que impregna la religión; gran parte de la espiritualidad de los últimos dos siglos proviene de mujeres, amén de tantísimas sociedades fundadas por ellas. Pero el Vaticano es cosa de hombres.

La espiritualidad honda y profunda ha sido la vía de escape que les quedaba a las mujeres para sentirse parte importante dentro de la Iglesia. Pues sí, pero no. Primero porque la gran masa eclesial está formada por personas laicas; segundo porque en las esferas importantes de decisión no hay mujeres; tercero porque, lo quieran o no, la aprobación y control de la actividad femenina queda en manos de hombres.

Burocratismo. Antepongo un caso cercano que, digo de antemano, no es lo normal, que es un caso aislado y que es digno de reprensión, pero es sintomático: ellos iban a casarse (fue en 1986) y al entrar en la sacristía el cura flaco y cetrino les lanza una mirada de sillón, ni buenos días ni nada por el estilo y un “el estipendio por matrimonio son 5.000 pesetas”. Forma contundente de cortocircuitar prolegómenos. La otra forma, la actual, apela a la voluntariedad de la prestación. Es lo mismo, con el añadido de que crea en el deudor una inquietud de “cuánto será lo apropiado”.

Si lo pensamos bien, cobrar por lo que se ofrece, debe ser, y de hecho es, normal. La Iglesia oficial es pura burocracia y la burocracia se paga. La burocracia católica ofrece unos servicios y tal como están las cosas, los servicios se pagan. Que antes no lo fuera, es igual; sucede lo mismo con determinados servicios estatales, antes eran gratuitos, ahora no lo son.

No es éste el problema mayor. El problema de enjundia estriba en quién se dedica a estas cosas: el sacerdote. Es una quiebra de las expectativas que sus años de formación vislumbraban. Es una quiebra del sentido teológico del sacerdote que siempre han pregonado. Y es una quiebra humana. La labor principal o más extensa de un párroco es puramente burocrática. Incluso los actos rituales, misas, bautismos, funerales... llegan a impregnarse de tal pátina. Y eso sí que crea carácter. ¡Y menudo carácter que adquieren algunos!.

Complejo de caracol. Entretenimiento infantil, ver salir los caracoles después de la lluvia a corretear con sus largos ojos pedunculados; al mínimo toque, el pedúnculo se invaginaba como un guante y si la “caricia” era mayor, introducían su cuerpo dentro de la concha, cerrando con un opérculo el recinto. En el periodo seco, pegados a la pared o escondidos en la base de las hierbas, a esperar mayores humedades.

No otra cosa le sucede a la Iglesia. Dado que sus fuerzas son espirituales, lo único que le queda ante las andanadas mundanas es el repliegue. La Iglesia ha ido retirando sus armas doctrinales de todos los campos de batalla en que ha pugnado contra el vigor secular. Protesta, alza la voz, chilla... pero al final recula. Ha sido la educación, fue la lucha contra las leyes del aborto (asunto en el que la mayor parte de la sociedad está de acuerdo); ayer fue el control artificial de la natalidad; y antes cuestiones cósmicas y biológicas... En todos los asuntos seculares en los que hundió sus garras la Iglesia, hoy ha reculado
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