Don Pelayo, provocador y aburrido
. En la última edición del Diccionario de la R.A.E. aparecen ocho acepciones que definen el concepto “provocador-provocar”. Además de una que incluye “excitar el deseo sexual”, y que fácilmente es desechable por la propia redacción, buen gusto y devoción del homónimo del vencedor de la batalla de Covadonga gracias a la protección de la Virgen, el contenido de la definición que me aplica es el de “incitar, inducir a alguien a que ejecute algo”, “mover o incitar”, “hacer que una cosa produzca otra como reacción o respuesta a ella” y “facilitar y ayudar”. Tan sólo en una acepción se refiere que también “provocador” quiere decir “irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje”. Resultaría indecente, deshonesto y temerario que alguien se atreviera a irrumpir en el sagrado círculo de mis intenciones y hubiera descubierto en alguno de mis comentarios ser mi propósito “irritar a alguien”, y menos con el propósito de “enojarlo”. Ni tengo el gusto de conocer a ningún “Pelayo”, sin “Don” delante, ni jamás cupo en mi actividad periodística empeño alguno de enojar a conocidos y a desconocidos, por lo que a quien haya hecho uso del término “provocador” lo más elegante, sensato y piadoso que se le puede aconsejar es que no se crea tan importante como para haber llegado por su cuenta y riesgo a la falaz conclusión de que se haya podido pensar en él y exponerlo así en letra de molde en un periódico digital.
. Al margen de tan absurdas e incultas interpretaciones, “provocar”, por exigencias del propio Diccionario, puede ser y es una de las tareas más constructivas y responsables de quienes se sienten de verdad miembros conscientes de una sociedad y de cualquiera de sus instituciones, rechazando la más lejana posibilidad de actuar como sujeto perteneciente a las clases pasivas, marmolillo o bozal. La Iglesia se halla en lugar predilecto entre tales instituciones, acentuando su inesquivable capacidad de consciencia y participación de sus miembros y además en calidad de Pueblo de Dios. Si les puede ser de utilidad religiosa a cuantos “Pelayos” en el mundo son y han sido, les confieso que suelo invocar a Cristo Jesús como “Provocador” esencial y por ministerio. Tal fue su tarea en el templo sagrado de Jerusalén y fuera del mismo y tal fue y es su intención al fundar la Iglesia. En parte, de tal tarea participó también su homónimo “San Don Pelayo I”, iniciador de la Reconquista para la fe de Cristo en España.
. Por favor, señor don Pelayo, piense usted que la jubilación –de “jubileo” y de “júbilo”- no tiene por qué hacerse presente ni sólo ni fundamentalmente con los años, a los que alude e invoca para que yo deje ya de escribir de una puñetera vez… A estas alturas del siglo XXI, de los estudios psicosomáticos y de la propia y ajena experiencia, uncir jubilación con años no pasa de ser una absurda y discriminadora tontería Personalmente conozco a personas -también cristianos-, que siempre y de por vida tuvieron 104 años. Me satisfaría que usted no engrosara este listado. Y, por amor de Dios e invocando para ello su condición de cristiano, para justificar mi exclusión del mundo de los pensantes y de los escribidores, procure no relacionar en exceso años con inhibición o inanición, dado que, por poner un ejemplo, el Papa sigue ejerciendo su suprema responsabilidad y representación en la Iglesia, y es mayor que yo, a quien sólo por mis años usted sugiere condenar al silencio y a las calderas de Pedro Botero.
. La Iglesia ha de vivir en permanente reforma. Usted sabe latín y en la lengua del Lacio, los manuales de teología siguen formulando tal necesidad y exigencia cristiana con la contundente expresión de “Ecclessia, semper reformanda”. Y la tenemos que reformar -criticar- entre todos, comenzando inexcusablemente por la misma Jerarquía incluido el Pueblo de Dios. Si mis críticas le aburren, como manifiesta en su escrito, y éstas son las que le instan a dejar de leerme, de verdad que lo siento, dado que me proporciona fáciles elementos de juicio para llegar a la conclusión de que lo que a usted soberanamente le gusta y prefiere es “divertirse”, que exactamente es el antónimo de “aburrirse”… En tan lamentable hipótesis, es posible que tenga que acudir a alguno de los múltiples programas de TV, cromáticamente rosas, amarillos o verdes…
Me lea o no me lea más, renuevo mi intención de creer que en el fondo, aunque no en la forma, discrepando o sin discrepar, su intención es la de laborar por que la Iglesia sea fiel a la doctrina de Cristo, al servicio de la salvación universal y en unos tiempos en los que integrar e integrarse, tolerar y tolerarse, discrepar y coincidir, equivale a construir Iglesia, civilización y cultura, Amén.
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