Más, menos, ETA
. Fue, es y seguirá siendo clamoroso y unánime el sentir de los españoles ante la noticia de la determinación ETARRA de colocarle el definitivo (¿?) punto y final a su larga y dramática actividad terrorista ,pendiente aún de petición de perdón por tantas y tan inocentes víctimas ocasionadas en tan sangrante periplo. Al hacer el recuento documentado de ellas, apenas si profesión u oficio, con excepción del estamento eclesiástico, no pudieron hacer presentes alguno o algunos de sus fallecidos. Al margen de las explicaciones, “santas y muy buenas” que puedan aportarse, el hecho sorprendente es este, por lo que, reunida la Conferencia Episcopal, y firmado y publicado el preceptivo y consuetudinario documento, a no pocos cristianos llegó a parecerles procedente, y hasta obligada, la formulación de una petición de perdón por no haber estado integrado el clero en tal cruel, pero redentor, sacrificio…La indiscreta –imprudente-, pero pertinaz, coincidencia de una “ruta a seguir”, documentada en papeles que les fueron sorprendidos a uno de los dirigentes adjuntos a la terrorífica organización, puede contribuir a explicar en parte lo inexplicable. En tales papeles se citan los nombres del Vaticano y de una Orden-Congregación Religiosa. ¡Señores clérigos – y obispos- vascos¡ :en España, Pueblo de Dios sacrificado durante años tan largos, y con el olor a incienso apagado y maldito en multitud de funerales frustrados, las fórmulas de “pelillos a la mar”, “perdón para todos”, “todos hemos sido o somos pecadores ante Dios y ante los hombres” y “aquí paz y después gloria”, dan la impresión de no aguantar análisis serios ni de justicia ni de cristianismo. Es posible que cualificadas palabras de la Conferencia Episcopal, o del mismo Papa, nos orientaran en tiempos tan inclementes y cruciales para la convivencia civil y eclesiástica.
. Anticlerical cien por cien, al menos de palabra, -tal y como es su oficio-, es el comportamiento académico del diccionario de la RAE. que legitima nuestra comunicación en cualquiera de sus áreas o parcelas de la convivencia. Canónigos, curas y obispos se configuran como referencias frecuentes de tan reconocido anticlericalismo, con la desventaja además de que es el mismo pueblo- pueblo quien lo engrosa y lo hace de uso común con sus propias expresiones. “Vivir como un cura” o “vivir como un canónigo” –“empleo de poco trabajo y bastante provecho”- siguen siendo locuciones populares de uso y convencimiento frecuentes, con el refrendo académico. Entre las variadas acepciones de “mitra” se pone el acento en la de que es el “cúmulo de las rentas de una diócesis o archidiócesis, de un obispo o arzobispo”.Ya es hora de que los testimonios,- que no las declaraciones-, clericales, canonicales y episcopales desmientan liviandades gramaticales poco consistentes, inveraces y ofensivas. Asperjar las locuciones con las aguas lustrales de la veracidad y franqueza contribuirá a entendernos más y mejor y en beneficio de todos.
. Tanto individual como institucionalmente, es relevante la sensación que se fomenta y percibe en el adoctrinamiento de la fe cristiana, de que tarea principal en la misma es –tiene que ser- la de promover y activar el exclusivismo religioso hasta sus últimas consecuencias, recabando para ello toda clase de bendiciones e indulgencias. La nuestra, la católica, en conformidad con lo que se suele predicar, “es la única religión e iglesia “, por lo que sobre cualquier otra opción religiosa han de despeñarse maldiciones e imprecaciones sin límite y consideración alguna, confiriéndole además a tal comportamiento calidad de culto y adoración al único Dios, que es el nuestro. Releídos los santos evangelios, y estudiada la doctrina y el ejemplo de Cristo, el citado compromiso y sus consecuencias fervorosas, no parecen coordinarse con el mensaje que Él encarnó, que lo llevó a la cruz y que rubricó con su sangre.
. Son muchas, y demoledoras, las prédicas clericales que pueden llevar, y llevan, al convencimiento de que Dios en Cristo Jesús ha de asociarse religiosamente a la tristeza y al sufrimiento, y no a la alegría y a la felicidad. Estas y otras convicciones reclaman ser repensadas y corregidas con apresuramiento sagrado. Ni son cristianas ni son evangelio. Son rutinas, paganas e irreligiosas, necesitadas de rebautizarse con salmos y versículos del Nuevo Testamento. Dios- nuestro Dios-, es alegría y nos quiere felices, y las pruebas que en Cristo Jesús nos legó salmodian con inequívocos y manifiestos signos y señales, tan sacrosanta y salvadora verdad.
. Se nos manda y sugiere una y otra vez que recemos -oremos- a Dios, a la Santísima Virgen y a los santos y santas de nuestra devoción. La oración de petición es posiblemente la más recomendada, habitual y común. Los siguientes interrogantes con seguridad que contribuirán a hacer más cristiana esta oración. ¿Pedimos que por encima de todo se cumpla la voluntad de Dios? ¿Pedimos que por encima de todo se cumpla la nuestra? ¿Pedimos que sea la nuestra la que coincida con la de Dios, para lo que precisamos su ayuda, o que la de Dios coincida con la nuestra, al margen de motivaciones divinas y humanas? ¿Es acaso de alguna manera el egoísmo factor primordial en el piadoso ejercicio de nuestras oraciones? ¿Con qué devota frecuencia hacemos presente el “Padre Nuestro” como esquema y vida de rezos y plegarias?.
. Anticlerical cien por cien, al menos de palabra, -tal y como es su oficio-, es el comportamiento académico del diccionario de la RAE. que legitima nuestra comunicación en cualquiera de sus áreas o parcelas de la convivencia. Canónigos, curas y obispos se configuran como referencias frecuentes de tan reconocido anticlericalismo, con la desventaja además de que es el mismo pueblo- pueblo quien lo engrosa y lo hace de uso común con sus propias expresiones. “Vivir como un cura” o “vivir como un canónigo” –“empleo de poco trabajo y bastante provecho”- siguen siendo locuciones populares de uso y convencimiento frecuentes, con el refrendo académico. Entre las variadas acepciones de “mitra” se pone el acento en la de que es el “cúmulo de las rentas de una diócesis o archidiócesis, de un obispo o arzobispo”.Ya es hora de que los testimonios,- que no las declaraciones-, clericales, canonicales y episcopales desmientan liviandades gramaticales poco consistentes, inveraces y ofensivas. Asperjar las locuciones con las aguas lustrales de la veracidad y franqueza contribuirá a entendernos más y mejor y en beneficio de todos.
. Tanto individual como institucionalmente, es relevante la sensación que se fomenta y percibe en el adoctrinamiento de la fe cristiana, de que tarea principal en la misma es –tiene que ser- la de promover y activar el exclusivismo religioso hasta sus últimas consecuencias, recabando para ello toda clase de bendiciones e indulgencias. La nuestra, la católica, en conformidad con lo que se suele predicar, “es la única religión e iglesia “, por lo que sobre cualquier otra opción religiosa han de despeñarse maldiciones e imprecaciones sin límite y consideración alguna, confiriéndole además a tal comportamiento calidad de culto y adoración al único Dios, que es el nuestro. Releídos los santos evangelios, y estudiada la doctrina y el ejemplo de Cristo, el citado compromiso y sus consecuencias fervorosas, no parecen coordinarse con el mensaje que Él encarnó, que lo llevó a la cruz y que rubricó con su sangre.
. Son muchas, y demoledoras, las prédicas clericales que pueden llevar, y llevan, al convencimiento de que Dios en Cristo Jesús ha de asociarse religiosamente a la tristeza y al sufrimiento, y no a la alegría y a la felicidad. Estas y otras convicciones reclaman ser repensadas y corregidas con apresuramiento sagrado. Ni son cristianas ni son evangelio. Son rutinas, paganas e irreligiosas, necesitadas de rebautizarse con salmos y versículos del Nuevo Testamento. Dios- nuestro Dios-, es alegría y nos quiere felices, y las pruebas que en Cristo Jesús nos legó salmodian con inequívocos y manifiestos signos y señales, tan sacrosanta y salvadora verdad.
. Se nos manda y sugiere una y otra vez que recemos -oremos- a Dios, a la Santísima Virgen y a los santos y santas de nuestra devoción. La oración de petición es posiblemente la más recomendada, habitual y común. Los siguientes interrogantes con seguridad que contribuirán a hacer más cristiana esta oración. ¿Pedimos que por encima de todo se cumpla la voluntad de Dios? ¿Pedimos que por encima de todo se cumpla la nuestra? ¿Pedimos que sea la nuestra la que coincida con la de Dios, para lo que precisamos su ayuda, o que la de Dios coincida con la nuestra, al margen de motivaciones divinas y humanas? ¿Es acaso de alguna manera el egoísmo factor primordial en el piadoso ejercicio de nuestras oraciones? ¿Con qué devota frecuencia hacemos presente el “Padre Nuestro” como esquema y vida de rezos y plegarias?.