“YO NO QUIERO SER SANTO”

En el lenguaje coloquial del llamado “Pueblo de Dios”, “ser santo” equivale con denodada frecuencia a la expresión canónico-administrativa de la Iglesia “oficial”, de “ser canonizad” o elevado al honor de los altares por el papa, con posibilidades litúrgicas de ser  sujeto de culto  público  y el reconocimiento  de ejemplaridad  en vida y después, de intercesor  ante Dios.

Por tanto, “no querer ser santo” equivale a “no querer ser canonizado”, si el día de mañana, y cumplimentados los correspondientes requisitos de los procesos de “venerables” y de “beatos”, alguien- persona o institución- decidiera su promoción, afrontando la tarea, con la esperanza de éxito y suntuosidad en la plaza de san Pedro de Roma, o en alguna de sus sucursales.

¿Y por qué no querer ser canonizados? Las razones que suelen alegar “los de la puerta de al lado” o los “sin retablos”, son algunas de las referidas a continuación:

En el frontispicio personal, familiar o de la Orden o Congregación Religiosa a la que pertenece el, o la, canonizable, destaca la de que la sola manifestación de querer ser elevado al honor de los altares, tal y como era costumbre entre los romanos, entraña la idea de su exclusión de la santería por falta de humildad y exceso de soberbia.

Razón principal es asimismo la del suficiente, y nunca sobrado, convencimiento, de que, gracias sean dadas a Dios, hoy se tiene fácil acceso al conocimiento veraz de los motivos, razones o sinrazones, de cómo y por qué se canonizaron y canonizan determinadas personas.

La historia es testigo, con la documentación requerida y suficientes pruebas y argumentos, de que no siempre unos cristianos sí y otros no, tendrían expedito y fácil el camino, para llegar a ser poseedores   a perpetuidad de los destellos de gloria que habrían de destella, o destellear, sus coronadas cabezas.

(El capítulo de los milagros -milagrerías- canónicamente requeridos y adscritos expresamente a la intervención-intercesión de los canonizables, merecería atención especial y especializada, por lo que es aconsejable aquí y ahora limitarse tan solo a su cita).

Canonizar, desde que se iniciaron sus respectivos procesos, es caro. Muy caro.  La económica “inversión en santidad” resulta prohibitiva para muchos, aunque el fervor y los procedimientos para recaudar los fondos precisos hayan estado, y sigan estando, en manos de expertos en la materia, con los debidos “Nihil Obstat” curiales. (No se me oculta que este lenguaje les resultará a algunos, molesto y hasta agresivo.  Pero es que no hay otro).

Desde tal convención “religiosa” no es de extrañar que también –¡y de qué forma y con qué medios¡- , en tan sagrada y solemne operación  -“realización de algo”-  la política, la economía e “intereses humanos y divinos” hayan “removido Roma con Santiago” para culminar con éxito  los procesos canónicos , a veces “quam primum”, es decir,  sin respeto a lo  legalmente establecido y exigido para el resto de canonizables.

Santos y santas, sean papas, obispos, curas, laicos y laicas, hay muchos. No solo los canonizados. Nadie en la Iglesia posee en exclusiva posibilidad tan cerúlea. Por supuesto, que ni los mismos cristianos, aunque la Iglesia “oficial” positivamente se la rechace.

El Santoral demanda una revisión seria y profunda. Teológica, pastoral, administrativa y canónicamente. Actualizada., El pueblo-pueblo es -y lo será aún más de aquí en adelante, el canonizador verdadero, y no la Curia Romana, de la que pocos se fían, comenzando por el papa Francisco, que no se ahorra palabras y procedimientos para su penitencial descalificación y misericordiosa condena.

“Descanonizar” es un verbo que prestamente, con reverencia y fervor, hay que conjugar para honra, gloria y prestigio de Nuestra anta Madre la Iglesia. En determinados casos, el proceso de “desacanonización” resulta ser más urgente y ejemplarizante que el de canonizar. Y no se trata de determinadas épocas tormentosas e intransitables feudales, ya pasadas. En los tiempos presentes es -sería- igualmente preciso el uso del “barbarismo” del verbo, con aplicación formal, directa y documentada a casos concretos, conocidos por muchos, y otros, celosamente guardados con sigilos hasta “sacramentalizados”.

No es que “no se quiera ser santo”. Lo que no se quiere es que se siga canonizando con la fragilidad y escándalo que han caracterizado, por acción, omisión, y aún por discriminación positiva, a determinados santos de verdad, que lo fueron ya con el gozoso “Visto Bueno “ del pueblo santo de Dios.

En este contexto no deja de ser noticiable la propuesta  oficial ante la CEE. , del obispo de Córdoba, don Demetrio Fernández, acerca  de la posible “canonización  equipolente” (¡¡)  con extensión de culto  a la Iglesia universal  para su obispo Osio –“criado en el seno de noble familia romana”- , nacido el año 258  en la ciudad andaluza, considerado “Padre  de la Iglesia Hispana”, quien ejerciera también  de Consejero  del emperador  Constantino I, conocido en la historia eclesiástica universal con el apelativo de “El Grande”.

¡Qué tiempos aquellos ¡

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