San Fermín se va a la calle

Escribo desde mi Pamplona, a 7 de julio. Y puedo decir que estos días, aquí, pasa de todo. O de casi todo. En mis viajes fuera de España me ha ocurrido repetidamente la misma experiencia. Si me preguntan “de dónde eres”, yo –con el nombre de mi pueblo, Arróniz, en el corazón- respondo que de Pamplona. A la gran mayoría de foráneos no les suena. Trato de aproximarme. Norte de España... Nada. Límite con Francia..., junto a los Prineos... Nada. País Vasco, o junto al País Vasco... Nada. Digo por fin: esa ciudad donde los toros corren detrás de los mozos por la calle... No falla. Todo el mundo lo ha visto. Algunos exclaman: “¡Brutal!”, “¡Horrible!”, o una expresión similar, cada cual en su propio idioma. Cientos y cientos de millones de telespectadores han visto y ven cada año imágenes del encierro.


Pero, dejando esa privativa rareza nuestra que sobrecoge a medio mundo, hoy, fiesta del santo, antes de la misa con coro y orquesta en la iglesia de San Lorenzo, hay un acto entrañable que los extranjeros no tienen por qué conocer. Es la procesión multitudinaria con la imagen del santo por el casco viejo de la ciudad. Somos como todo el mundo. Hemos metido a san Fermín en las fiestas del verano como lo hacen todos los pueblos y ciudades de tradición católica con sus Vírgenes y sus santos. Sabia astucia la de esta Iglesia de tantos siglos: ligar la necesidad y la legitimidad de la fiesta a las más básicas creencias. ¿Ha perdido actualidad semejante criterio? Cualquiera que llegue hoy a la procesión de San Fermín, se convencerá de que el acierto, con todos los peros y contras que se quiera, sigue vivo y pujante.

A las diez saldrá la procesión de la capilla del santo. Desfile en la frescura en sombras de la calle Mayor. Cada año es más alto el número de los que participan. Hay que ir con alguna hora de adelanto para ver pasar la comitiva desde un lugar estratégico. Va san Fermín muy alto sobre el amor de las cabezas.; los mozos y las mozas de blanco, la banda de la ciudad de gala, gigantes y cabezudos, txistus, gaitas, rojos arzobispales, jotas, pendones, danzas... Y, como un florón sonoro, las formas todas de la música.

No me resisto a reproducir unos breves fragmentos de mi “Oración para la calle”, escrita para este paso del programa sanferminero:

“Salve, Fermín, obispo, pastor de frescas sombras en la calle Mayor. Salve, mártir de las flores rojas, que empuñas el báculo para guiar el rebaño de los navarros festivos. Tuyo el cruento clamor de los claveles, tuyo el murmullo de la calle, tuya la delgadez del txistu, la danza lenta y la humildad de los gigantes; tuyo, Fermín, el reino de esta paz mañanera, tuyo el honor y la gloria del verano (...).


“Si a tu paso de doblan los talles de las mozas y al pie de tus claveles enrojecen los cuellos, en ti el poder, en ti la roja luz de tus heridas famosas, de ti el temblor que hierve en las gargantas cuando gritan que vivas (...).


“Ea, pues, Fermín, abogado nuestro, muestra tu luz de patria a quienes tercamente nos negamos a ver en este sol de julio una luz desterrada. Muestra tu luz de cielo y la verdad terrestre de tu sangre encendida...".


La oración continúa en el tono vibrante de la devoción y la fiesta. Oración desde lo particular, pero dentro de la fe universal. Junto con todos los creyentes que, en medio de no pocas contradicciones y en el entrecruce de algunas confusas fronteras, aún saben unir la fiesta con sus más hondas raíces de fe.
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