19.10.25 No traigo paz, sino espada, "guerra" de amor de Jesús   (Mt 10, 34; Lc 12, 49) Dom 29 TO (Poio/2)

Superando una estructura de vida endogámica (amar a los amigos y odiar a los  enemigos (Mt 5, 43-45), Jesús ha proclamado una propuesta de paz gratuita y exigente, abierta a  varones y mujeres, judíos y gentiles, libres y siervos, y de un modo especial a los carentes de familia. Desde ese fondo reinterpreto el evangelio de este domingo: Fijaos en lo que dice el Juez… (Lc 18, 1-8; releído desde Mt 25, 31-46),

Escribo desde el Monasterio de Poio donde comparto  ponencia  con el Cardenal F. Baggio (que nos habló remangado y en mangas de camisa, como exige la tarea  de Jesús) y  el Prof. J. M. Aparicio (Univ. Comillas) sobre migración y trata, conforme al programa que presenté hace dos días, sobre el congreso mercedario de emigración, tráfico y trata.

 Imagen: del Camino de Santiago, mosaico del claustro de Poio

viajeblogevasion: MONASTERIO DE POIO

El problema de no son los grandes imperios mundiales, sino las estructuras de dominio personal, familiar y social que algunos imponen esclavizándose a sí mismos y a otros,  en contra de Jesús. Desde ese fondo dice Jesús:

  •  No penséis que he venido a plantar (βαλεῖν) paz:
  • no he venido a plantar paz, sino espada (μάχαιραν). 
  •  He venido a enfrentar al hombre con su padre,
  • a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 
  •  pues los enemigos del hombre serán los de su casa (Mt 10, 34-36) 
  •  Quien ame a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí;
  • quien ame a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; 
  • 8 quien no cargue con su cruz y me siga, no es digno de mí (Mt 10, 36-38)…

Éste es un lenguaje profético, provocativo, como el de Amós (que era de Tekoa, montaña de Judá, junto a Belén), un lenguaje  que ha de ser recreado y aplicado en cada tiempo y circunstancia. Para ser fuente de comunión, amor y paz pare todos los seres humanos, la espada de Jesús ha de empezar siendo amenaza para aquellos que imponen su violencia opresora y asesina sobre pobres, desnudos, extranjeros (en la línea de Mt 25, 31-46) y también sobre sí mismo, por por sadismo, victimismo o falso mesianismo.

La paz de Jesús no es dejar las cosas como están, sino transformarlas, en la línea de Isaías 2, 2-4, convirtiendo las espadas en arados, para así poner la tierra al servicio de la paz (trabajo, amor, alimento compartido), pues no he venido atraer una paz de victimismo, no de gratuidad en amor (Mt 5, 21-48), como traduce Lucas.  

  •  He venido a prender fuego en la tierra (πῦρ ἦλθον βαλεῖν)
  • ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! (τί θέλω εἰ ἤδη ἀνήφθη.)
  • Con bautismo he de ser bautizado ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
  • ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división.
  • Una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres;
  • padre contra hijo e hijo contra padre,
  •  madre contra la hija e hija contra la madre,
  •  suegra contra  nuera y la nuera contra  suegra (Lc 12, 49-53)

Los primeros cristianos, emocionados, sorprendidos, ardorosos ante la llegada del reino, habían concebido a Jesús como fuego y su obra como incendio de Dios. Nosotros (2026) hemos tendido a “fabricar” un cristianismo y una iglesia de aceptación, adaptación y sacralización de lo que hay (un tipo de injusticia, opresión social y guerra). Sin superar (dejar a un lado) el mal del mundo con sus poderes “fácticos”, con sus familia y grupos de opresión social y personal, no dejamos que arda el fuego de Jesús. En ese contexto, amar a Jesús significa amar a los demás, como  a uno  mismo, en gozo y generosidad... amarse a uno mismo amando a los demás, disfrutando con ellos

Esa experiencia de  fuego de amor es la esencia del evangelio. Este mundo, tal como está configurado (en opresión económico-social y lucha por el poder, en búsqueda de poder endogámico y expulsión-opresión de extranjeros, huérfanos y viudad), tiene que arder y destruirse, para que llegue el nuevo bautismo, para que emerja el evangelio. Sin que este mundo antiguo arda, por los cuatro costados, no podrá darse de verdad iglesia mesiánica.  

 Esas palabras (no vengo a plantar paz sino espada, Mt 10, 43) provienen del Q(cf. Lc 12, 51-53), y están formuladas de manera paradójica por seguidores de Jesús que, hablando en su nombre, ofrecían un programa mesiánico de paz a los galileos, judíos y gentiles, empezando por los más desfavorecidos, una paz que sólo puede lograrse con una espada (majaira) que deshace y supera los nudos anteriores (los sellos de opresión de Ap 5), de egoísmo grupal de padres/hijos, madres/hijas y suegras/nueras etc[1]. Una espada semejante ha de ser la nuestra, en el siglo XXI, no para crear nuevos imperios de opresión personal y social, sino para hacer que se destruyan los que existen  Ésa no era una espada militar, ni de lucha a favor o en contra de Roma (cf. Rom 13, 1-7), sino de amor al prójimo como a uno mismo, empezando por los excluidos más cercanos, cf. (Mt, 10, 32-33), conforme a la crisis escatológica anunciada por Miqueas 7, 6: “Los enemigos del hombre  son los de su propia casa”.

El verdadero enemigo no son los de fuera, los otros, sino nuestro propio egoísmo grupal, nuestra forma de ser egoísta, el poderío de nuestro grupo social, religioso o económico. No se trata, por tanto, de hacer guerra externa y de vencer a los de fuera, sino de transformarnos por dentro, de cambiar nuestra forma de vida, de convertirnos en  ejemplo para  los de fuera.

  ‒ La espada de Jesús separa (divide) a un hijo y a su padre¸separa para vincular en libertad y comunión de vida. La vinculación de hijo con padre era la más cerrada que entonces existía según ley; por eso era la primera que debía replantearse, para superar una estructura patriarcal dominadora, recreando una familia de amor, primero hacia dentro y después hacia fuera

Hija y madre. Este enfrentamiento es como el anterior, en línea femenina, pues la hija (θυγατέρα) debe separarse de su madre (κατὰ τῆς μητρὸς αὐτῆς ), para no repetir su esquema de poder, rompiendo (superando y recreando,) las relaciones egoístas de madres e hijas, en libertad personal, en comunión familiar cambiada y abierta. Cada mujer es autónoma, no simple hija de su madre; cada varón lo es también, no simple repetición de su padre) pudiendo así abrirse al amor universal.

‒ Nuera y  suegra (καὶ νύμφην κατὰ τῆς πενθερᾶς αὐτῆς). Ésta es la tercera ruptura, dentro de una familia en la que, tras un casamiento regulado por ley, la madre (especialmente la viuda), seguía viviendo con el hijo, como dueña de casa (gebyra), en línea de poder, con mando sobre la nuera. En contra de eso, según Jesús, cada hija/mujer (νύμφην), ha de ser autónoma, libre, contra (por encima) de un modelo de padres-madres-suegras (de imperios, sociedades mercantiles y/o iglesias) que quieren marcar, definir y trazar desde fuera (pero no desde Dios, ni en Cristo) su sentido y tarea en el mundo.

Los primeros enemigos de un ser humano (ἀνθρώπου) son los de su casa (οἰκιακοὶ αὐτοῦ), es decir, los que construyen para sí mismo una torre  de poder para mantener oprimidos a los otros en vez de impulsarles a vivir en libertad de amor. La espada de Jesús es, según eso, espada de ruptura y apertura, trauma de nacimiento  y dolores de parto, para que así podamos vincularnos con la humanidad entera (Rom 8).

En un sentido, seguirá habiendo familias de padres e hijos, de madres, hijas, suegras y nueras, pero no cerradas en sentido egoísta, sino abiertas en libertad personal y social, que nos permitan vivir pacificados en un entorno de comunión universal interhumana.

Un tipo de familia antigua (imperio, estado, iglesia establecida…) tiende a convertirse en grupo de poder que mantiene sometidos a los de dentro y excluidos a a los que no son del propio grupo. Sólo la verdadera libertad y comunión interna hacia posible la liberación externa. Sólo la liberación externa (acogida y liberación de extranjeros, huérfanos y viudas) hace posible la comunión interna, en amor mutuo. En ese contexto, en un entorno de luchas inter-familiares, Jesús ha venido a presentarse como signo de libertad personal y comunión universal con familias (hijos, hijas, hermanos) que puedan abrirse, libremente, en amor hacia todos, en especial hacia los más necesitados.

El antiguo estado de lucha de unos contra ha de ser superado, permitiendo que surja una comunión universal de vida en amor, donde se integren todos los seres humanos, pueblos, naciones, estados, como única familia mesiánica de Jesús, compañeros y amigos entre sí: Hambrientos, desnudos, exilados, enfermos y encarcelados del mundo, como pide Mt 25, 31-46 y formula Pablo en Gal 3, 28, diciendo que no hay judío ni griego, ni varón contra mujer, ni libre contra siervo, sino que somos todos uno en Cristo.

Ese amor en gratuidad a los demás empieza por el amor a sí mismo: Amarás al prójimo como a ti mismo, si no te amas no puedes amar. Este cambio no es una ruptura de muerte, sino de resurrección para un nacimiento superior de vida. Esta es la meta-noia que proclamaba Jesús (Mc 1, 15), el cambio de mente y vida según el evangelio. Por experiencia de evangelio, los creyentes han de superar un tipo de unidades de oposición e imposición, de padres-hijos, madres-hijas, suegras-nueras, para que surja una familia universal mesiánica, de varones y mujeres, mayores y niños, abierta a todos los seres humanos, judíos, griegos y bárbaros (Gal 3, 28). La meta-noia mesiánica de Jesús viene a concretarse así como un supra-nacimiento para el amor y comunión universal.

PABLO I. PARA LA LIBERTAD OS HA LIBERADO (GALATAS)

No hay imposición de Dios sobre la humanidad, ni de unos hombres sobre otros. Desaparecen según eso los motivos de guerra  u opresión entre individuos o grupos,  y se abre así un camino  de comunión de amor de todos en Cristo:

  Los que habéis sido bautizados en Cristo  os habéis revestido de Cristo (Χριστὸν ἐνεδύσασθε). No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (ὑμεῖς εἷς ἐστε ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ).  Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos (de Dios) según la promesa (Gal 3, 27-29).

                     La confesión clave de Israel era Dios es Uno (Mc 12; Dt 6, 5: Κύριος   εἷς ἐστιν). Dios es sólo uno y manda, se impone por ley sobre todos.  Ahora  la confesión clave es todos vosotros sois uno en el Cristo Jesús, en diálogo de amor, en comunicación múltiple, no en dominio de unos sobre otros (πάντες γὰρ ὑμεῖς εἷς ἐστε ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ). De la unidad de Dios sobre todos (judaísmo) hemos pasado a la unidad de todos los hombres  en Cristo.

Pablo supera de esa forma la primera razón de guerra u opresión entre los hombres,  y no lo hace por imposición o victoria de nadie (ni de los pretendidos buenos, judíos o romanos), sino por vinculación de todos en Cristo crucificado     Las leyes, impuestas desde arriba con su  separación  entre unos y otros y sus obligaciones forman parte de un mundo de infancia, de hombres niños, que no saben todavía hablar ni quererse, sino han de ser educados desde fuera, desde arriba. Pero en Cristo ha llegado la edad adulta para hombres y mujeres, que no están ya sometidos a ninguna ley o pedagogo, sino que pueden comunicarse en libertad y amor

 Así nosotros,  cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo.  Pero cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,   para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación (τὴν υἱοθεσίαν, cf. Gal 4, 1-4). 

De esa manera, siendo hijos de Dios, somos todos Uno en Cristo Jesús por el bautismo. Los que os habéis bautizado en Cristo de Cristo os habéis revestido sois Cristo como él, compartís su filiación (ὅσοι γὰρ εἰς Χριστὸν ἐβαπτίσθητε, Χριστὸν ἐνεδύσασθε (Gal 3, 27).  A partir del bautismo desaparecen las diferencias anteriores, que pertenecen al plano de la ley sacerdotal, social y económica que venía dominando sobre los hombres, tanto en su forma judía como pagana.   

No fue Pablo el que inventó la doctrina del texto citado (no haya varón ni mujer…), sino que esa doctrina y práctica bautismal formaba parte de una experiencia y liturgia pre-paulina, propia de cristianos que celebraban su nuevo nacimiento como misterio de reconciliación (unidad y familia nueva) en Cristo.  

Si Jesús no hubiera sido Hijo de Dios en amor y comunión, sino guerrero mesiánico, habría luchado en contra de aquellos que le juzgaron y mataron. Pero como era Hijo, viviendo la filiación de Dios en un mundo dominado por la violencia de la ley, se mantuvo en amor hasta la muerte, triunfando así, no por violencia,   sino en gratuidad, viviendo, para que así pudiéramos vivir todos en comunión de amor, en libertad:

Para la libertad os ha liberado Cristo, no os sometáis de nuevo bajo el yugo de la servidumbre… (5, 1). Habéis sido llamados a la libertad; pero no la utilicéis   como estímulo para la carne; al contrario, sed servidores unos de otros por amor.  Porque toda la ley se cumple en una sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo  ( Gal 5, 13-18).

 Para ninguna otra cosa, ni siquiera para unas posibles obras de un Dios de ley/sumisión nos ha liberado Cristo, sino para que podamos vivir en libertad, siendo así portadores de la vida de Dios.  Muchas veces tomamos esa libertad como medio para otra cosa: Para recibir una buena educación, para crear una familia, para dirigir un negocio, para tener opiniones o acciones de tipo social. Pues bien, por encima de esas finalidades, Pablo presenta aquí la libertad en “absoluto”, como esencia de la vida cristiana, que se revela en nosotros sin otra finalidad que el amor, como palabra y vida compartida, por encima de toda imposición, de toda guerra.

El Dios de Jesús no impone una ley sobre los hombres. No les lleva al Sinaí para revelarles mandamientos (Ex 19-20), sino que les sitúa ante su absoluta y total libertad, que es la de Cristo que ha muerto por ser libre sobre  toda ley, en amor. En ese sentido, la libertad  es la esencia de Dios y de la vida humana,  en comunión mutua de amor unos con otros, creando así nosotros mismos aquellas formas de vida y conducta que mejor expresan esa libertad para el amor.  

Sin libertad  no hay Dios, ni Cristo, ni ser humano. Tomada en sí, cerrada  y absolutizada en sí, un la ley sin libertad conduce a la muerte y es muerte, no sólo de nosotros mismos y de otros hombres y de Cristo, sino del mismo Dios cristiano tal como se ha revelado en Cristo (Gal 3, 13-15; 1 Cor 15, 3-4).  En ese contexto ha formulado Pablo los dos principios antropológicos que desarrollará en Rom 13 como experiencias básicas de la libertad (liberación) cristiana  

 -Acción:Amarás a tu prójimo como a ti mismo (ὡς σεαυτόν, Gal 5, 14, cf. Lev 19, 18). Éste es el sentido de la vida en libertad, el ser del hombre. No es un mandato que Dios impone desde fuera, sino Dios mismo que regala su ser, se regala como amor (más grande que lo cual no puede existir nada), principio y sentido de todo, por encima de todos los deseos, experiencia de comunicación/amor entre los hombres.

- Principio de elección: Caminad según el Espíritu y no cumpliréis los deseos de la carne (καὶ ἐπιθυμίαν σαρκὸς οὐ μὴ τελέσητε, Gal 5, 16). La libertad en el amor, tal como se expresa en el principio anterior implica una elección humana, una respuesta positiva, superando todo posible deseo impositivo, como Dios reveló a los hombres en el principio del paraíso: Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás… (Gen 2-3). Esa libertad para el amor implica un discernimiento, una elección-separación, pero sin “conocimiento del mal”, es decir, sin realizar lo malo comiendo/devorando a los demás. El hombre histórico no ha madurado a la libertad en el camino del amor de Cristo, sino que ha vivido  bajo dictados (deseos, epithymias) de carne, sometiéndose así bajo la ley, es decir, bajo el castigo de muerte, como pone de relieve Rom 13. 8-9.  

 Desde aquí se distinguen las obras de la carne (ἔργα τῆς σαρκός, Gal 5, 19) que provienen del deseo de imposición, dominio y poder de unos sobre otros, como principio de toda guerra, de toda opresión: Falso amor (=amor adulterado), como principio de sometimiento afectivo; falsa religión (=idolatría) como fuente de imposición de unos sobre otros); falso orden social,  paz como dominio de unos sobre otros.

En contra de esas “obras de la carne” eleva Pablo el fruto del Espíritu, καρπὸς τοῦ Πνεύματός  (Gal 5, 22),   que se identifica con la  vida entera como don, esto es, como gracia (presencia del Dios-Espíritu), que madura gratuitamente (=se encarna) en nosotros. Éste es el fruto bueno del árbol del paraíso (Gen 2-3) que Adán/Eva quisieron “comer”, convirtiéndolo en mal, pero que Cristo ha vuelto a ofrecernos para que podamos vivir en plenitud, no sólo los cristianos, sino todos los hombres y mujeres de la tierra. Esos grupos se dividen en tres grupos, que voy a presentar por separado, pues ellos se identifican con la verdadera libertad:

Amor, alegría, paz (ἀγάπη, χαρά, εἰρήνη). El primer fruto del Espíritu de Dios es el amor, agapê, del que he venido tratando en todo lo anterior. El amor es donación, gratuita, regalo de vida (no posesión de adulterio, ni imposición y dinero), sino “esencia de Dios” en nuestra propia esencia humana. Según eso, lo contrario a Dios el “mal amor”, es un tipo de adulterio. De un modo normal, el amor se expresa como jara, palabra que se suele traducir como gozo o beatitud (Beatus ille, Horacio), pero que, en perspectiva de Pablo se vincula especialmente jaris, que es gracia, don gratuito y hermosura, como ha puesto de relieve San Juan de la Cruz.

Lógicamente, con el amor y la alegría se vincula la paz (eirene), formando así la primera y más honda trilogía de la vida cristiana (ἀγάπη, χαρά, εἰρήνη), que empieza por el amor y culmina en la paz. Esta es la identidad de la vida mesiánica, que se funda en el amor,  se expresa en la alegría/gozo y culmina en la paz. Según eso, la esencia de la paz no es ausencia de guerra, sino amor, gozo en Cristo y alegría  de vida entre los hombres mujeres, judíos y griegos, libres y siervos, conforme al proyecto y programa supremo de vida de 1 Jn 4, 7: Amémonos amados, unos a los otros porque el amor viene de Dios y es Dios (ὅτι ἡ ἀγάπη ἐκ τοῦ Θεοῦ ἐστιν,… καὶ ὁ Θεὸς ἀγάπη ἐστίν).  Este amor, así vivido, es la vida y plenitud de la existencia humana, que se expresa en forma de Paz, don y fruto supremo de Jesús que, al despedirse quedando con nosotros nos dice: Paz os dejo, mi paz os doy  (Jn 14, 27: Εἰρήνην ἀφίημι ὑμῖν). Este es el principio, despliegue y meta de la paz, trazada y recorrida por Cristo según Zacarías, Lc 1, 79.

Paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad (μακροθυμία, χρηστότης, ἀγαθωσύνη, πίστις). Estos cuatro frutos son la expresión antropológica de la  tríada anterior (amor, alegría, paz) y pueden compararse con las cuatro virtudes cardinales del pensamiento helenista (justicia, prudencia, fortaleza y templanza), aunque la templanza (dominio de sí) aparece en este esquema de Pablo en la dualidad final (mansedumbre y dominio de sí). Son virtudes de tradición judía y pagana, propia de un helenismo universal. Es evidente que san Pablo quiere ofrecer un camino y modelo de pacificación universal, como muestran las tres primeras virtudes, propias del sabio, que es paciente, afable y bondadoso. La pistis final, que he traducido por “fidelidad” puede entenderse en la línea de la fe, que Pablo ha presentado en Gal 3, 23-25  como esencia de la vida cristiana (como en 1 Tes 1, 3). Pero en nuestro texto se entiende más bien como fidelidad, en la línea del AT, en unión con la misericordia, la la gratuidad y la verdad (Ex 34 3-7).

Mansedumbre, dominio de sí(πραΰτης, ἐγκράτεια). Este cuadro de frutos del, que empezaban expresándose en forma de amor, alegría, paz, culmina lógicamente en las dos virtudes complementarias de la paz, que son, por un lado, mansedumbre o no violencia, como Mt 5, 5 y por otro el dominio de sí o enkrateia, que puede vincularse con la templanza, y la fortaleza, que son dos de las cuatro virtudes cardinales del mundo helenista (justicia, prudencia, fortaleza y templanza). Es evidente que Pablo quiere vincular los frutos del Espíritu Santo con la tradición bíblica.

 6. PABLO 2. COMUNIÓN UNIVERSAL (ROMANOS)

      Según Rom 13, 1-7 Pablo ha pedido a los cristianos que acepten en su plano las leyes de Roma. No quiere cambiar el orden del mundo por guerra,  como algunos judíos celotas querían.  No quiere, según eso, un cambio político/militar del imperio romanos, cuyos impuestos él quiere que se paguen, cuyas leyes se cumplan. Pero, en otro plano, por encima del imperio, aceptando en su plano las leyes del imperio,  Pablo quiere introducir un principio y camino superior de gracia, al servicio de la liberad y comunión de todos los hombres, no por imposición militar o judicial (espada de los soldados, espada de los jueces), sino por gracia.

-Según ley, hay que dar a cada uno lo debido (τὰς ὀφειλάς: Rom 13, 7), de un modo especial a los que regulan el orden público. En ese plano, puede apelarse al modelo de la espada/deuda, que tiene vigencia en las estructuras militares, políticas y judiciales, como ha ratificado Rom 13, 1-7. En ese nivel, los cristianos siguen sometidos a un poder que les domina desde arriba (o desde fuera) y que puede estructurarse en forma de sistema económico/militar, como   Roma.

- En el plano superior de Cristo no hay deudas, todo es gracia (Μηδενὶ μηδὲν ὀφείλετε: Rom 13, 8), no hay espada,  todo es amor, como suponía no sólo el Padrenuestro, «Perdona nuestra deudas, como nosotros perdonamos... » (Mt 6, 12), sino el conjunto del Sermón de la Montaña, que no forma parte de la ley del imperio, sino que es expresión del amor de Dios en Cristo:

  • No debáis  (ὀφείλετε,) nada a nadie, antes bien amaos mutuamente,
  •  pues quien ama al otro ha cumplido  (πεπλήρωκεν) la ley.
  • Porque el no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás
  • y cualquier otro mandamiento queda asumido (y cumplido) en
  • amarás a tu prójimo como a ti mismo.
  • El amor al prójimo no hace ningún mal;   13, 8-9)

Como ciudadanos del imperio, los cristianos se someten por ley bajo  la espada de soldados y jueces, reconociendo las deudas como elemento de la administración imperial. Pero, como hermanos y amigos en Cristo, ellos no necesitan ley impositiva, ni espada ni pago de deudas, pues resuelven sus problemas en gratuidad, desde el don de Dios, al interior de un mundo que ellos no condenan como satánico, pero que tampoco asumen como propio), de manera que se sienten llamados a crear ámbitos de convivencia amorosa en gratuidad, según el evangelio, (no contra) la ley.

La iglesia no puede luchar contra Roma en el nivel militar, judicial y económico de Roma, pues se mueve en un plano distinto, sin poder político-administrativo, vinculado a la espada del ejército y el juez imperial. Pablo supone, según esto, que la gracia no puede imponerse, ni aplicarse en un plano social dominado por potestades superiores (ἐξουσίαις ὑπερεχούσαις) permitidas por Dios para regular por fuerza el orden civil.

En ese nivel, los cristianos deben obedecer a los poderes establecidos, que, a su manera, responden también al plan de Dios, pero sólo en un nivel de ley, no de gracia (Rom 13, 1-7), pues, en cuanto creyentes, por don de Dios, ellos han superado ese nivel (cf. Rom 8, 31-39) y, sin negarlo, viven ya en un plano de gracia, de manera que trascienden toda imposición y justicia coactiva (espada:

El modelo cristiano está definido por el amor mutuo, sin espada, ley, ni deudas, pues la vida no es lucha sino gracia, no es ley, sino amor, sin impuestos ni espada. Para formular ese modelo, Pablo asume los mandamientos centrales del decálogo (Ex 20, Dt 5) y los resume en la superación de  los tres deseos violentos (codicias) que dominan y definen la vida de los hombres como lucha.

Superar tres deseos, amar al prójimo. Este principio  (superar los tres deseos, amar gratuitamente al prójimo define el paso (salto) de la ley a la gracia, de los mandamientos que se imponen a la revelación de Dios que se ofrece gratuitamente. Este paso no se puede realizar por voluntad/acción humana (en un nivel de deseos),  sino por revelación personal de Dios en Cristo (cristianismo) o por iluminación supra-racional, como la de Buda en Benarés, bajo la higuera de la revelación.

Que yo sepa, sólo el cristianismo  y el budismo han postulado esta experiencia originaria de superación del deseo-apetito violento de la vida, con la apertura al plano de la gratuidad superior, formando a partir de ella una comunidad de creyentes[2].

  • Tres mandatos, negativos, según ley: ►No adulterar, no matar, no  robar
  •  Condensados por la misma ley en un principio negativo: ► No desear
  • Norma positiva. Por encima de la ley: ◄Amar al prójimo como a uno mismo

Tres son los deseos de los que proviene la violenta lucha de la vida  (Gen 3, 6) y del “pecado” de los vigilantes de la apocalíptica judía (Gen 6; 1 Henoc, Sab 2) y del mismo budismo[3].  

 (1) Plano afectivo, amor adulterado, al servicio del podeer: Deseo de adulterio (no adulterarás), no querrás poseer lo que es de otros, no querrás imponer tu deseo sexual a la fuerza, como dominio de guerra, como forma de satisfacer tu pasión imponiéndote sobre oros.

 (2) Plano de poder, homicidio, thanatos (no matarás). Deseo de destrucción del otro en cuanto contrincante, alguien que no sólo puede disputar mis bienes, sino negarme a mí mismo; por eso le envidio (le temo y deseo), queriendo en el fondo matarle, para así hacerme dueño de su vida.

(3) Deseo de tener, posesión/robo, plutos.  Este es el deseode apoderarse de todo lo que tiene el prójimo, como formula la ley cuando me dice: No robarás, no te apoderarás de algo a costa de los otros.

 Esas tres prohibiciones se sitúan en el centro del ·decálogo”, en los campos de mayor conflicto de la vida humana (sexo-eros, violencia-thanatos, riqueza-plutos), en el lugar donde la vida debe controlarse por leyes (no adulterar, no matar, no robar), que se condensan en un único mandato interior y superior cuyo cumplimiento no se puede regular por ley-castigo, sino por una norma interior: no desearás (Οὐκ ἐπιθυμήσεις).

El texto primitivo del decálogo (Ex 20, 17; Dt 5, 21), en su mandamiento final prohibía deseos concretos (casa, mujer, siervo, criado, toro, asno dek prójimo: Οὐκ ἐπιθυμήσεις τὴν γυναῖκα τοῦ πλησίον σου, τὴν οἰκίαν τοῦ πλησίον,  οὔτε τὸν ἀγρὸν αὐτοῦ οὔτε τὸν παῖδα αὐτοῦ… ). Pablo los ha condensado en su origen, diciendo «no desearás» (Rom 13, 8-9)[4].

El mandamiento fundamental  del AT  ha sido el del shema:Amarás a Dios sobre todas las cosas… (Dt 6, 5). Pues bien, según Pablo no es amar a Dios sino  al prójimo, como a ti mismo (Lev 19, 18) en  una línea que ha sido retomada por algunos proto-fariseos como Hillel, superando los tres mandamientos negativos del decálogo (Ex 20 y Dt 5: no adulterar, no matar, o robar)[5].

En este contexto, simplificando los mandamiento centrales del decálogo y condensando el último, formula Pablo el mandamiento interior y universal (no desearás) que había sido formulado ya por el budismo (experiencia de Benarés) y reformulado de un modo positivo por el judaísmo sacerdotal, cuando declara su norma suprema de vida: Amarás al prójimo como a ti mismo (Lev 19, 18). Ése es para Pablo el supra-mandamiento del evangelio (que no es ley, sino vida en Dios por Cristo).

Estos dos principios supremos de Pablo, uno negativo, en un plano de ley, derivado del final del decálogo (no desearás) y otro positivo, por encima de la ley, tomado del Lev 19, 18 (amarás a tu prójimo como a ti mismo) no forman sólo una clave de lectura de la Biblia en su conjunto, sino que ofrecen el más hondo camino moral de la historia (para guiar nuestros pasos por el camino de la paz).

 Pablo había aceptado en un plano de de pedagogía (educación o sumisión de niños) el orden romano y judío (no adulterar, matar, robar, con su castigo correspondiente), que puede mantener sometidos a los transgresores pero añadía, por encima de la ley punible con pena de muerte, la supra-ley de gratuidad, y no deseo el no-deseo que puede y debe formularse: No ames a los demás dominándoles, por pasión tuya, sino por gratuidad, disfrutando al amar, gozando con a quien amar. Ama al prójimo como a ti mismo, disfruta haciéndole feliz, en libertad, sin más ley o norma que el bien de los dos y de todos.

La ley “imperial” no puede castigar un  deseo de adulterio o robo, pero el camino religiosa más profunda de paz (budismo y cristianismo) puede aconsejar y dirigir a los creyentes, diciéndoles “no desearás” (para superar así adulterio, guerra y robo). Pues bien, en esa línea de interiorización de la conducta humana, en contra de cierto judaísmo e islam que insisten en el o sometimiento a Dios por ley, el cristianismo pone más de relieve el amor al prójimo, que exige la creación o surgimiento de una humanidad vinculada por amor, pidiendo a los hombres no sólo que no adulteren- maten-roben, sino también y sobre todo que no quieran hacerlo (no desearás…), de manera que puedan amarse unos a otros, como cada uno se ama a sí mismo, buscando el bien de de los demás como propio

 Cuando llega al centro de su teología Pablo no dice “amad a Dios,  sino “amad al prójimo como a vosotros mismos” (Rom 13, 8-9; Lev 19, 18), en una línea en la que el amor no es deseo posesivo (adulterar, matar, robar), sino  comunicación gratuita de vida y palabra. Antes, los tres deseos posesivos  eran  adulterar, matar, robar y la respuesta legal era el castigo/talión (ojo por ojo), ahora impulso gratuito de la vida es el amor y la respuesta y solución no es simplemente no desear, ni  siquiera amar a Dios en sentido privado, sino amar al prójimo como a ti mismo, como hondura y verdad de tu existencia. Para esto nos ha creado Dios, para amar, no simplemente a él, sino para amarnos, amando al prójimo a nosotros mismos.

El decálogo judío y la justicia romana pretendían cerrar  imponer un tipo de paz por ley  y castigo (ojo por ojo), pudiendo llegar en esa línea  hasta el no desearás del budismo. Pablo, en cambio,  descubre y confirma, por encima de la ley del no-deseo (budismo) la gracia del amor de Dios, enunciada en el shema (amarás a Dios con todo tu corazón: Dt 6, 5 -9) y ampliada  en la supra-ley judía de Lev 19, 18 (amarás al prójimo como a ti mismo”. Frente al deseo posesivo (adulterar, matar, robar) Pablo no apela Jesús al nirvana budista, sino al amor al prójimo[6].

NO HAY MÁS SALVACIÓN QUE EL AMOR (Mt 25, 31-46)

  Ama por amor, no por obligación, sé tú feliz haciendo felices a los demás, haciéndoles felices y libres, como Jesús rey universal, que sólo pide amor, como dice en su parábola:

  •  Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre,
  • heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
  •  Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
  • tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis;
  •  estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis;
  • en la cárcel, y vinisteis a mí…. (Mt 25, 31-36).

 Éstos son ante todo los derechos de los pobres (de los hambrientos a los encarcelados), son derechos de felicidad: Compartir pan y vino (agua…), vestido y dignidad (patria), salud y libertad.

Tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25, 35). En principio, el hambre es una necesidad material, y parece fácilmente remediable, pues la tierra ofrece mucho alimento, y el hombre actual sabe producir, de manera que hay comida suficiente para todos. Pero de hecho los hombres concretos no saben o no quieren compartir la comida (los bienes), de forma que unos tienen pan sobrante y otros mueren por falta de alimento. Por eso, aunque el hambre tiene varias raíces (escasez de recursos, desgracias, subdesarrollo de algunos colectivos...), en sentido más profundo, ella proviene de dos principales: el egoísmo de algunos y la injusticia del sistema social. Mt 4, 1-4 sabe que no sólo de pan material vive el hombre, pero del pan comienza viviendo

Tuve sed y me disteis de beber (Mt 25,35). El agua era (y sigue siendo) tan urgente y necesaria como el pan, pues en zonas y tiempos de sequía el mayor riesgo para el hombre es la falta de bebida, como parece indicarlo Mt 10, 42: “Aquel que os diere de beber un vaso de agua, no quedará sin recompensa”. Con ese convencimiento ha elaborado el evangelio de Juan su tradición social y mística del agua, en una serie de textos escalonados, que empiezan por la Bodas de Caná, donde Jesús transforma el agua de las purificaciones en vino del Reino (cf. Jn 2, 1-11), siguiendo por la conversación con Nicodemo, al que asegura que debe renacer del agua y del espíritu (Jn 3, 3-5), para añadir, ante el pozo de Siquem, que el mismo Jesús ofrecerá a los hombres un agua que “salta” hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 13-14) y culminar en la palabra del templo: “Quien tiene sed que venga a mí; y que beba aquel que cree en mí; pues… ríos de agua viva brotarán de su seno” (Jn 7, 37-39).  

Fui extranjero y me acogisteis (Mt 25,35). Este pasaje de juicio supone que, de un modo individual o en grupo, los seguidores de Jesús han de hallarse dispuestos a recibir a los xenoi o extranjeros, los que han sido expulsados de (o no integrados) en la comunidad mayoritaria. Entendido así, Mt 25, 31-46 eleva una propuesta de grandes consecuencias para una iglesia, que no puede encerrarse como grupo/secta separada, para algunos “fieles propios” (los miembros oficiales) sino que ha de abrirse a los de fuera, no para perder su identidad, para enraizarla y expandir, ofreciendo a los extranjeros un espacio de vida física y social, una casa, en el sentido radical de ese término. La patria del cristiano es el diálogo y la acogida, abierta con y por Jesús a todos, competiendo, pan, vino, amor y y liberad. Sobre un tipo de derechos estatales, por encima de las imposiciones de tipo nacional o militar, los cristianos creemos en la palabra, esto es, en la comunicación y en la acogida mutua. Significativamente, una parte considerable de los encarcelados de ciertos países más ricos (entre ellos España) provienen del extranjero: Son emigrantes pobres, indocumentados, sin papeles…Por eso, el problema de las cárceles está internamente vinculado a la falta de acogida social.

Estaba desnudo y me vestisteis (Mt 25,36). El vestido del que aquí se trata no es vestimenta de culto religioso ni de lujo humano, sino de protección para los más necesitados, como ha puesto de relieve la tradición bíblica, al decir que la religión verdadera (ayuno), consiste en vestir al desnudo, ayudándole a vivir en dignidad (Is 68, 7). En ese contexto, desnudez significa exclusión, de manera que los desnudos sonmo signo supremo del reino de Dios. Desnudo no es sólo (ni ante todo) quien no tiene ropa, sino aquel que está excluido, humillado, oprimido por otros, pues carece de la dignidad y lugar social que le ofrece el vestido. El desnudo es un extranjero en su propio país y en su tierra, aquel que no ha podido lograr que se reconozca su dignidad, o ha sido expulsado del orden social.  

Estuve enfermo y vinisteis a mí (Mt 25, 36) y cuidasteis de mi (Mt 25, 32).Puede mantenerse la traducción usual (y no me visitasteis…), pero, tomada en sentido estricto (limitado), esa palabra resulta imprecisa y acaba siendo falsa, pues no se trata de “hacer visitas” ocasionales sino de cuidara los encarcelados de un modo eficaz. Ese es el sentido de la palabra aquí empleada (epikeptomai), que significa cuidar, “preocuparse por”, organizar las cosas para el bien de los enfermos, como supone el término hebreo que está al fondo (paqad) y el griego ya citado, del que deriva la palabra clave de la iglesia posterior: episcopos, obispo, el que anima y coordina la vida de la comunidad (siendo signo de la presencia de Dios en la Iglesia).

Pues bien, conforme a este pasaje, el hombre o mujer más importante en la Iglesia es el necesitado (hambriento, sediento, desnudo…) y el verdadero “epíscopos” (obispo) es el que ayuda, acompaña y acoge al emigrante, enfermo y necesitado a cuyo servicio ha de ponerse el mismo obispo que le visita y cuida. La iglesia de Mateo no es un simple hospital para morir, sino una casa para vivir en compañía, superando el miedo, opresión y violencia, como quiso Jesús, mesías de la salud. A Jesús no le importaba el origen social o personal de las dolencias (cosa que ha de verse en otro plano), pero sabía que toda enfermedad tiene un aspecto social (depende de la forma de relacionarnos con los otros), y otro que puede llamarse espiritual, es decir, personal, humano.    

     6 Estuve en la cárcel y vinisteis a mí (25, 36), cuidasteis de mi (Mt 25, 43).En el contexto de Jesús y de la primera iglesia, en el mundo judío y el imperio romano, en tiempos de Mateo (hacia el 85 d.C.), los encarcelados solían ser personas que estaban en prisión por poco tiempo, en espera de juicio, por algún “delito” social o político, en espera de ser liberados o condenados a muerte. En ese contexto, el Evangelio de Mateo ha citado varios tipos de persecución en contra de los cristianos, por motivos de fe o compromiso religioso (desde Mt 5, 11-12 hasta 23, 34-36 y 24, 9-14). Pero nuestro pasaje (Mt 25, 31-46) no habla ya de cristianos encarcelados a causa de su fe, sino de un abanico más amplio de personas (cristianas o no) mantenidas en prisión, por diversas causas personales y sociales, institucionales e individuales.

En ese sentido resulta significativo el hecho de que Mt 25, 31-46 presente al final de su lista de necesidades humanas a los encarcelados, tras los hambrientos-sedientos-extranjeros-desnudos-enfermos, como para indicar que en ellos se condensan y culminan todos los males de la sociedad, que son signo de la presencia de Dios sobre la tierra. Y sigue siendo significativo el hecho de que no les presente en modo alguno como culpables (pero tampoco como inocentes), sino simplemente como “detenidos”, es decir, como personas que está bajo custodia o confinamiento (en phylakê), sin añadir ningún tipo de reflexión moralista, judicial o social[7].  

Sin duda, algunos encarcelados pueden representar un peligro para la vida de los demás (por perturbación psíquica o tendencias agresivas/homicidas insuperables) social, y no es sensato que queden sin más en libertad. Pero en conjunto, de hecho, la mayoría de los encarcelados actuales no van en contra de los valores humanos como tales, sino de este tipo de sociedad, de manera que resulta necesario un proceso de cambio social para superar la cárcel, sin olvidar, al mismo tiempo, la obra de presencia y ayuda a los encarcelados concretos.

Por eso, en este contexto, Jesús quiere ofrecer a los encarcelados una presencia humana de cuidado (¡como obra que se hace a Dios!), pidiendo a sus discípulos que se ocupen de ellos (estrictamente hablando, que les acojan y cuiden). La transformación de la sociedad resulta inseparable de la atención a los encarcelados reales.  

 ‒ Por un lado, Jesús pide a los suyos que visiten/ayuden a los encarcelados, no que les “castiguen” ni que les condenan para siempre. En esa línea, los cristianos están llamados no sólo a perdonar en un sentido espiritual a los encarcelados (en el caso de que ellos sean son culpables), sino también a cuidarse de ellos, a ayudarles humanamente en gesto de visita/atención y recuperación, ofreciéndoles el perdón de Dios y el principio de una posible conversión. Eso significa que los cristianos no quieren “condenar” a nadie, mandándole a un tipo de “infierno” que es ya irrecuperable, sino que han de entender la cárcel como espacio de ayuda a los necesitados y como lugar de terapia para los culpables.

Pero al mismo tiempo, parece que condena a quienes no les ayudan, amenazándoles con el “fuego eterno”, entendido como cárcel total y para siempre). De esa forma, da la impresión de que el mismo Dios (que ha de ser todo bondad, que sufre en quienes sufren) no cumple aquello que pide a los hombres. (a) Por un lado, dice que perdonen y ayuden siempre, y que lo hagan de un modo especial con los encarcelados. (b) Por otro castiga con dureza a quienes no ayudan, creando una cárcel eterna para ellos. Éste es un tema que debe hacer que sigamos pensando. Jesús habla de un modo parenético (como invitación, mostrando que en su amor/perdón hay vida para todos juzgados). A la caída de la tarde Jesús no nos juzga según  nuestras obras, sino que cumpliendo su palaba (no juzguéis, Mt 7, 1-3) él acoge y perdona a todos, como nos pide a nosotros que hagamos (perdonando y acogiendo a todos.

[1] Esta palabra (he venido a sembrar espada: Mt 10, 34) puede interpretarse en dos sentidos: (a) He venido a transformar las espadas de guerra en arados de paz (cf. Is 2, 2-4). (b) He venido a sembrar la palabra de Dios, que es espada de transformación para el reino (Mt 13; cf. Ap 19, 15-17; Hbr 4, 12). Esa espada/cuchillo penetra en la entraña de cada familia, de cada persona realizando la gran transformación que tanto Mc 12, 28-38 como Rom 13, 8-10 entienden en forma de amor al prójimo,   como revelación suprema de Dios.  

NOTAS

[2]  Cf. Religión y globalización, Verbum, Madrid 2014.

[3] En la línea de Rom 13, 8-10 pueden situarse las antítesis de Mt 5, 21-48 y las formas de codicia o deseo (epithymia) de 1 Jn 2, 16.

[4] Aproximación general en A. Exeler, I dieci comandamenti, Paoline, Roma 1985, 159-169. Sobre Rom 13, 8-10, cf. C. K. Barret, Romans, Black, London 1973, 249-251; O. Michel, Romer,Vandenhoeck, Gottingen 1966, 323-327; H. Schlier, Romani, Paideia, Brescia 1982, 632-635; E. Käsemann, Romer, HNT 8a, Mohr, Tübingen 1974, 344-348; U. Wilckens, Romanos II, Sígueme, Salamanca 1992, 407-415.

[5] Cf J. P. Meier, Ley y amor. Un judío radical IV,  Verbo Divino, Estella 2019

[6] He desarrollado el tema en Mística Cristiana y místicas de Oriente, en Orientaciones para visualizar, contemplar y encontrar lo sagrado,  Cites/Ávila, 2025, 274-320n

[7]Como he venido indicando en todo lo anterior, en la actualidad, los encarcelados suelen ser son personas socialmente oprimidas, en plano psicológico y familiar, y en su mayoría provienen de situaciones de marginación económica, racial o cultural, sin posibilidades de insertarse en la estructura normal de la sociedad. En ese contexto, Mt 25, 31-46 no empieza programando un cambio externo de la sociedad (¡aunque en el fondo lo implique!), sino ofreciendo un espacio de comunión humana a los mismos presos.

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