Dulcísimo recuerdo de mi vida...

Pues los versos perdidos en la memoria ya los tengo. Varios queridos amigos me los han enviado. Pero no quiero que queden entre los comentarios sino destacados en la página principal.

Me han llegado muy al corazón. Hace cincuenta años, en nuestra despedida del colegio de Vigo, alguien los recitó. No recuerdo haber sido yo. Que podría haberlo sido por ser el "Príncipe" del Colegio de aquella promoción. Tal vez mi queridísimo amigo Quique Varela que era el Prefecto de la Congregación Mariana. O algún padre jesuita. No lo recuerdo.

Este año nos reunimos muchos en nuestro viejo colegio para celebrar las bodas de oro de nuestra marcha. Una veintena está ya en el regazo de la Virgen. Algunos otros no pudieron llegar por la distancia o las ocupaciones. Fue un día inolvidable.

Y a visitar a la Virgen del parque fuimos. Como hace cincuenta años. Le rezamos una Salve. Comprenderéis como siento el dulcísimo recuerdo de mi vida.

Desde mi amor de niño hasta mi amor de hoy, con mi gratitud por todo lo que me ha dado y en la espera confiada de que un día me acoja en su regazo, hoy, dos de octubre de otro mes mariano, con mi gratitud a los que me han permitido poder gozarlos de nuevo, os los doy.

Rezadlos.

Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir...
¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida,
recibe Tú mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí!

Lejos de aquestos tutelares muros,
los compañeros de mi edad feliz
no serán a tu amor jamás perjuros:
¡mantendrán sus corazones puros,
se acordarán de ti!

Mas siento al alejarme una agonía,
cual no la suele el corazón sentir...
En palabras de niño, ¿quién confía?
Temo... no sé qué temo, Madre mía,
por ellos y por mí.

Dicen que el mundo es un Jardín ameno,
y que áspides oculta ese Jardín...
Que hay frutos dulces de mortal veneno;
que el mar del mundo está de escollos lleno...
¿Y por qué estará así?

Dicen que por el oro y los honores
hombres sin fe, de corazón ruin,
secan el manantial de sus amores
y a su Dios y a su patria son traidores.
¿ Por qué serán así?

Dicen que de esta vida los abrojos
quieren trocar en mundanal festín;
que ellos motivan tus enojos,
y que ese llanto de tus dulces ojos
lo causan ellos, sí.

Ellos, ¡ ingratos !, de pesar te llenan...
¿ Seré yo también sordo a tu gemir ?
¡ No! ... Yo no quiero frutos que envenenan,
no quiero goces que a mi Madre apenan,
¡ No quiero ser así!

En los escollos de esta mar bravía
yo no quiero sin gloria sucumbir;
yo no quiero que llores por mí un día,
No quiero que me llores, Madre mía...,
¡ No quiero ser así !

Y mientras yo responda a tu reclamo,
mientras me juzgue con tu amor feliz,
y ardiendo en este afecto en que me inflamo
te diga muchas veces que te amo,
¿ Te olvidarás de mí ?

¡Ah, no, dulce recuerdo de mi vida !
Siempre que luche en peligrosa lid,
siempre que llore mi alma dolorida,
al recordar mi adiós de despedida,
Te acordarás de mí.

Y en retorno de amor y fe sincera,
jamás sin tu recuerdo he de vivir:
tuya será mi lágrima postrera...
¡ Hasta que muera, Madre, hasta que muera
me acordaré de Ti !

Tú, en pago, Madre, cuando llegue el plazo
de alzar el vuelo al celestial confín
estrechándome a Ti con dulce abrazo,
no me apartes jamás de tu regazo,
no me apartes de Ti.

Julio Alarcón, S.J.
Rector de Chamartín, 1884
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