Funestas consecuencias de la política de nombramientos de monseñor Monteiro.

Lo de este nuncio no tiene nombre. Unas diócesis están sin obispo meses y meses. Es decir, desgobernadas. Porque ni el administrador apostólico ni el diocesano van a meterse en cosas importantes. Otras, con su obispo caducado, alguno va ya a por los tres años, tampoco tienen gobierno. El que se va no quiere meterse en berenjenales. Y más si se va a quedar en la diócesis a vivir pero sin mando en plaza.Y los súbditos, además, tienden a desmandarse al saber que la autoridad no va a actuar.

Pero lo que todavía me parece más grave es que tales situaciones desatan mil rumores. Y numerosos sacerdotes son puestos en la picota con merma notable de su buen nombre. Basta que alguien lance un candidato, con fundamento o sin él, para que toda la diócesis se entere de si es buenísimo o malísimo, un trepa, más corto que las mangas de un chaleco, enfermo, del Opus Dei, sin ninguna preparación pastoral, paniaguado de tal obispo o cardenal, malo en los estudios, guapín, con consideraciones malévolas de ello...

Todo ello condiciona gravemente a quien pueda ser nombrado pues ya ha sido sometido a pública exposición de carencias o defectos la mayor parte de las veces producto de animadversiones y aun odios de colegas. Pues la envidia es muy mala consejera.

Hoy mismo hemos asistido a la lapidación, una más, del P. Martínez Camino y de Don Juan Pedro Ortuño. Y no es cierto que la culpa sea de sus detractores. Que por supuesto tienen parte de ella. Pero la mayor recae en el Nuncio.

Hoy en día es imposible acallar los comentarios. Que se producen en todas las interinidades. Pues acabemos con las interinidades. Nombre usted, monseñor Monteiro, los obispos que tiene que nombrar y los rumores se han terminado. Y los comentarios adversos al nombramiento no durarán ni quince días. Una vez consumada la designación sólo caben el ajo, el agua y la resina. Luego cabrán críticas a la actuación episcopal. Pero eso ya es otra cosa.

No hay derecho a que muchos sacerdotes estén hoy criticados, investigados, analizados, calumniados porque usted siga sin nombrar a los que tiene que nombrar. El daño que está haciendo a la Iglesia española y a muy dignos sacerdotes de ella es más que notable.

Hoy mismo, o ayer, he visto como a dos sacerdotes a quienes tengo afecto, y que me parecen excelentes curas, eran tachados de miembros del Opus Dei, como si eso fuera una tacha que impidiera el episcopado. Después resulta que no eran del Opus Dei sino afectos a pero como sacerdotes diocesanos. Y eso bastaba ya para su incapacitación. Y yo en estos momentos, aun viéndoles todos los domingos, ni sé si lo son ni me importa. Sólo sé que ambos son estupendos.

Pues está en sus manos, monseñor Monteiro, acabar de una vez con todo esto. Nombre arzobispos de Pamplona y de Valencia. Y obispos de Santander, Coria-Cáceres, Lérida, Málaga, Segovia, Lugo y Gerona. Y auxiliares de Madrid y Barcelona. Y de Santiago si lo quiere o lo precisa Don Julián Barrio. Y verá como esto se ha terminado.

Tiene usted por lo menos doce obispos pendientes. Qué ya es decir. Lo que supone a veinticinco o treinta obispos o sacerdotes en el ojo del huracán. Criticados, y no pocas veces calumniados, por sus enemigos, elevados al séptimo cielo por sus amigos. En una feria impropia de la Iglesia. Pues ya va siendo hora de que haga algo. Porque en el pim,pam, pum que usted solito ha montado muchas carabinas apuntan a vosa excelentisima representaçao.
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