Mártires de 1936

La próxima beatificación de medio millar de mártires de la Guerra civil española ha vuelto a poner de actualidad esos procesos canónicos por los que la Iglesia reconoce méritos sobresalientes de hijos suyos y nos los propone como modelos dignos de imitación y como intercesores nuestros ante Dios Nuestro Señor.

Curiosamente en días en que algunos se empeñan en resucitar una llamada memoria histórica esos mismos se indignan por el hecho de que la Iglesia también la tenga. En una vergonzosa utilización de la ley del embudo.

Después, siempre hay alguien que saca a relucir a los menos de veinte sacerdotes vascos fusilados en la España nacional y el caso de aquel convencido católico que fue Carrasco Formiguera. E incluso el de excelentes y honradas personas que sin profesarse católicos o siéndolo, fueron ejecutados o asesinados en la España nacional.

Me refiero a personas que fueron condenadas a muerte o simplemente paseadas por ser alcalde o concejal socialista, persona de conocidas ideas republicanas o masón. No a individuos con las manos manchadas de numerosos y atroces asesinatos.

Yo repruebo todas esas muertes. Que manchan una causa. Reconozco sin el menor problema las virtudes personales de todos esos muertos y me parece perfecto que el Partido Socialista, el PNV o la masonería quieran evocar su memoria.

Pero el mártir, en el sentido eclesial, tiene una definición técnica. Mártir, para la Iglesia, no es cualquier persona ejecutada o asesinada. Aunque su vida haya sido ejemplar. Sólo lo son aquellos que han muerto por odio a Dios y a la Iglesia. Como ciertamente fueron asesinados siete mil eclesiásticos en la zona roja. Ni los sacerdotes vascos, ni Carrasco Formiguera, ni el alcade socialista de mi pueblo, Vigo, ni mi abuelo materno, asesinado también en Vigo pero por los del Bando rojo, ni el abuelo de Zapatero, que no es el único que perdió un abuelo, fueron asesinados por odio a Dios y a la Religión. Lo fueron por otras causas por lo que la Iglesia no puede reconocerles como mártires. Serán ciertamente mártires de la República, del socialismo, de la masonería, en el caso de mi abuelo de los empresarios, pero no de la Iglesia.

Y me parece verdaderamente estúpido y muestra de una ignorancia supina el pretender involucrar a la Iglesia en algo que no tiene nada que ver con ella. Sería algo así como si mañana un forofo loco del Real Madrid asesinara a un seguidor del Barça, buenísima persona, honrado padre de familia y ciudadano ejemplar. Pues muy normal que el Barça coloque en su Estadio una placa recordándole y, hasta, si se quiere, que su pueblo natal le dedique una calle. Pero lo absurdo es que el Real Madrid pasara a considerarle socio ejemplar de los colores blancos.

Hubo más de los ejemplos que se aducen comunmente entre los católicos ejecutados en la España nacional. Recuerdo, por ejemplo, a un militar de alta graduación del Cuerpo Jurídico ejecutado por su colaboración con la República y que murió como cristiano ejemplar.

Ni siquiera niego que algunos de esos muertos pueda llegar a los altares. Pero no por el camino del martirio. Porque ese no existió. Tampoco voy a insistir en en la enorme diferencia en cuanto a los números. Estoy en Galicia y no tengo a mano mis ficheros. Pero, unos fueron quince o diecisiete sacerdotes y los otros siete mil. Más casi trescientas monjas. Y entre los seglares la diferencia es todavía mayor. Toda muerte injusta es espantosa. Condeno todas ellas. Y en el día de hoy muchísimos creen que ninguna muerte es justa. Pero hace setenta años era convencimiento general que las había justísimas.

Vine a Galicia a celebrar los cincuenta años de la salida del colegio concluido en Bachillerato. Me tocó cenar al lado de la mujer, encantadora por otra parte, de un compañero a quien hacía cincuenta años que no veía. Como la mañana y parte de la tarde la pasamos los compañeros en el Colegio, ella se dedicó a pasear por la ciudad. Y me comentó que le había extrañado ver que en las iglesia que se tropezó estaba la lápida de los "caídos por Dios y por España". Que en Cataluña prácticamente habían desaparecido y que le parecía que eso era avivar viejos rencores.

Yo dije algo para salir del paso porque evidentemente no era ese el momento de mantener una discusión que además no se lo merecía pues, aunque era la primera vez que la veía, era un encanto de señora. Como evidentemente no va a leer esto voy a dar mi opinión. Porque me hizo pensar sobre ello.

En primer lugar creo que el nombre de José Antonio Primo de Rivera sobra en todas esas listas salvo quizá en la de su parroquia. Murió como católico pero no por católico. Creo que la Iglesia cedió en eso lo que no debía ceder. Comprendo los tiempos y la terrible persecución que había padecido. Pero José Antonio no pintaba nada en esas listas. Como también sería absurdo que figuraran en todas ellas los nombres de los generales Mola, Fanjul o Goded.

Tampoco tienen mucho sentido, en mi opinión, esas listas de nombres en las iglesias de la España nacional porque quienes en ellas figuran son de muy variopinta adscripción. Responden de numerosos jóvenes que murieron en el frente de batalla y por muy diversos motivos. Unos se alistaron voluntarios convencidos de que iban a salvar a la Religión y a la Patria. Otros estaban movidos sólo por un sentimiento patriótico y la Religión les traía sin cuidado o casi. Los hubo que, más bien simpatizando, se encontraron en el fregado por la edad pero por ellos se hubieran quedado en sus casas. Y no faltaría quien, deseando por sus convicciones estar en el otro bando, no le quedó más remedio que enrolarse en el que habían caído.

Pero en Cataluña, en Valencia, en Asturias, en La Mancha, en buena parte de Andalucía y de Aragón o de Extremadura, muchísimos de los asesinados, que lo fueron todos, encabezados por los sacerdotes del pueblo, fue a causa de sus sentimientos católicos. No voy a decir que la totalidad pero muchísimos. Pues me parece una vergüenza que la Iglesia retire sus nombres de sus muros.

Tal vez el lugar adecuado de esas lápidas en la España Nacional fueran los muros del Ayuntamiento. Pero, en la España Roja, su sitio estaba en los de la Iglesia. Aunque alguno de ellos se hubiera colado por otros motivos.

Eso es lo que pienso. Y por eso lo digo.
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