De excursión

Viernes Santo no parece día para ir repartiendo mandobles a diestro y siniestro así que como el lunes y el miércoles, aprovechando las vacaciones de mi mujer, yo las tengo permanentes, salimos a dar una vuelta por localidades relativamente próximas a Madrid, os cuento la excursión. Y como esto no tendrá, me imagino, comentarios pues nos tomamos también un día de asueto.

En la mañana del lunes salimos, tarde, por la carretera de Extremadura. Poco tráfico. Comimos poco antes de llegar a Maqueda y fue en esta localidad en la que primero nos detuvimos. Tiene un viejo castillo, feote, que fue casa cuartel de la Guardia Civil y hoy se está adecuando para museo de la Benemérita, y entramos en el pueblo. La iglesia, como todas las de España, cerrada a cal y canto. Tiene en la entrada un hermoso arco de herradura, en piedra granítica, que está anunciado como arco califal. Merece ser visto, aunque sólo sea eso. Cuando estábamos allí se nos acercó un señor muy amable que nos explicó que aquello eran los restos de un antiguo palacio árabe sobre el cual, o tras el cual, se edificó la iglesia. Conserva, además, un par de torres, del antiguo recinto amurallado, que vale la pena ver si estás allí pero no desviarte para verlas. Una de ellas es bastante más hermosa que la otra.

Cuando nos íbamos, tras ver y fotografiar el viejo rollo de la villa, curioso pero tampoco extraordinario, nos volvimos a encontrar con la persona mencionada que llegaba a su casa. Junto al rollo. Larguísima conversación. Era un médico jubilado, casado con una pintora, hoy enferma. Por los catálogos con los que amablemente nos obsequió nos pareció una artista extraordinaria. Se llama María Ángeles de Armas y tiene cuadros en notables museos.

Por la conversación, larga y encantadora, descubrimos que habíamos tenido amigos comunes, entre ellos el gran crítico de arte que fue Carlos Areán, y que era una familia profundamente católica. Probada en la desgracia. Nos despedimos con un estrecho abrazo y con la promesa de rezar por su mujer.

Talavera, meta y final de nuestro viaje, es una desconocida y hermosísima ciudad. Donde nadie para. Equivocadamente. Ya habíamos estado en ella pero vale la pena volver. Por supuesto que todo cerrado. Menos la oficina de turismo a cargo de un funcionario amable pero que no sabía nada de nada. Nos dio, por lo menos, el plano de la ciudad. En un bar donde entramos a tomar un café preguntamos a la camarera, muy amable por otra parte, por la iglesia de Santa Catalina, que recordábamos de una visita anterior. No tenía ni idea pero llamó a un señor joven que tomaba café en una mesa que, con amabilidad extraordinaria, nos instruyó de todo. Hasta nos dijo que, si no fuera porque tenía que recoger a una hija, nos acompañaría a las ruinas romanas de Talavera.

Tiene un recinto amurallado soberbio. Árabe. De conservasre íntegro sería de los más monumentales de España. Si no el que más. Lo que queda, bastante, aún impresiona. Encaminados por aquel amable talaverano, llegamos a San Prudencio. O Santa Catalina. Es un antiguo monasterio jerónimo grandioso. El ábside, granítico, con la rueda del martirio de la Santa muy visible, soberbio. Y notable también la fachada sur. La iglesia, como tantas otras perdidas en la desamortización, no es visitable.

La colegial esta en obras de restauración y tampoco se puede ver. Tenemos grato recuerdo de nuestra visita anterior, hará unos veinte años, pero no puedo decir más. Al exterior destaca su alta torre y un rosetón espectacular que recuerda mucho al de Guadalupe.

El paseo por la zona este de la colegial, donde se encuetra San Prudencio, a las orillas del Tajo, encantador. Se vuelve a la edad media. El antiguo convento de San Agustín, la iglesia de las Bernardas... Preciosos. Desde fuera. Todo cerrado. Pero el paseo vale la pena.

La plaza donde está la colegial, con alguna que otra casa noble, alberga también al Ayuntamiento. Muy digno. Y monumental. Las cigüeñas, mis primas, son las dueñas de las alturas y del cielo. Y me saludaron con un crotalear verdaderamente sonoro. Allí nos encontramos con un sacerdote mayor, muy amable, que terminó por instruirnos sobre Talavera. Y, como le preguntáramos por Santiaguito el Chico, o el Viejo, nos indicó por donde estaba. Cerca, según él. Pues, no tanto. Me recordó mucho el viejo dicho de mi tierra: a una carreiriña de un can. Pero es que hay canes que hacen carreiriñas larguísimas.

Nos encaminamos al monumento a los Leones, que era la referencia. Por un hermoso paseo a orillas del Tajo. Preguntamos a alguna persona y nadie tenía idea del Santiaguito. Un amable matrimonio pretendió encaminarnos hacia el este. Que era sin duda la dirección contraria. Salvo que el cura nos hubiera querido engañar. Menos mal que sabían donde estaba el monumento de los leones. Por fin llegamos a éste. Y me acordé de mi queridísimo amigo Manuel de Santa Cruz que profesa a Leones y Rotarios, antipatía notable. Porque me pareció notar, por unas enseñas en el monumento, que era una obra de Lyons o dedicada a los Lyons. ¿Qué pintarían estos en Talavera? ¿Se quisieron apuntar a la batalla de ese nombre? ¿Tal vez sufragaron el monumento, por otra parte muy digno? ¿Qui lo sa?

Una vez allí, torcimos a la derecha como se nos había indicado. Dos calles, tres calles. Y no aparecía Santiaguito ni chico ni grande. Preguntamos a un señor mayor, sentado a la puerta de su casa y ni idea. Menos mal que cuando hablábamos con él pasó por allí una jovencita que nos dijo que estábamos al lado. Y estábamos.

Es una iglesia mudéjar, parece que la más antigua de Talavera de las que hoy se conservan, que vale la pena para los amantes de ese arte. Suya es la fotografía que ilustra este artículo. Quienes no sientan especial predilección por este arte puedenahorrarse el paseo y no se perderán gran cosa. Tiene, com mérito, el ser uno de los mudéjares más meridionales. A mí me parece mucho más hermoso el del norte: Sahagún, Cuéllar, Arévalo...

Pues, si tengo humor, mañana o pasado os cuento la excursión del miércoles. Con muchísimo más arte. No mío al contarlo sino de lo que vi. Pero Talavera vale la pena. Vale mucho la pena. Animo a quien no la conozca a que se de una vuelta por su viejo casco y un paseo por las orillas del río.
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