La imparable crisis de los jesuitas.

El 1 de enero de 2007 sumaban todavía 19.654. Han perdido en un año nada menos que 839 miembros. Si en 2008 se repitiera la cifra, lo que es más que probable pues todos serán ya un año más viejos, habrían perdido ya la referencia de los 18.000.
No sirve de nada ocultar los datos como si no estuviera ocurriendo nada y viviéramos en el mejor de los mundos.
Y estas cifras no reflejan del todo la situación. Si dispusiéramos de números por franjas de edades el panorama sería mucho más desolador. Posiblemente haya más de tres mil jesuitas mayores de ochenta años, buena parte de ellos incapacitados ya para toda clase de ministerios.
Los cierres de casas se suceden. El año pasado abandonaron Cádiz. En Toledo, me lo decía hace muy poco un sacerdote diocesano, están sumamente preocupados por el futuro de la Compañía en la capital. La hermosa iglesia de la Compañía está hoy atendida por tres o cuatro ancianos, ciertamente beneméritos pero cuyo final parece cantado. Y me decía el sacerdote mencionado: ¿Qué va a hacer la diócesis con otra iglesia más y de esas proporciones? Si en el centro lo que sobran son iglesias.
En muchos colegios la presencia de jesuitas es casi ya testimonial. Y también tenderá a reducirse mucho más. Lo mismo cabe decir de otras muchas obras que llevaron tantos años de modo ejemplar.
Gijón, por ejemplo, era una ciudad marcadamente jesuitica. Ya no están en la Laboral ni en la iglesiona. Podríamos multiplicar los ejemplos.
En la historia de la Compañía la dedicación a las misiones ha sido una de las páginas más gloriosas de la misma. Y España fue en ello generosísima. Miles y miles de sus hijos llevaron la sotana jesuítica a los confines del mundo. Si hasta dos de los tres últimos prepósitos generales de la Compañía fueron españoles misioneros. Pues ya no tenemos jesuitas que enviar. Ni llegan para atender las necesidades de España.
El P. Adolfo Nicolás, como Padre general de la Compañía no tiene la menor responsabilidad en estos datos tan penosos. Son cifras anteriores a su nombramiento. A lo más la de todo jesuita embarcado feliz en este general hundimiento. Cerrando los ojos a una realidad que se imponía año tras año.
En cincuenta años han pasado de 36.000 a 18.000. Pues algo debe ir muy mal. Ojalá el P. Nicolás acierte con el modo de revitalizar una Compañía que se encuentra en gravísima crisis. Qué el Señor le ilumine para ello.