De un salesiano a un jesuita o de Málaga a Malagón.

No me parece nada mal. Yo lo he hecho sin recibir instrucción alguna. Pero yo no cobro de ningún instructor ni tengo que justificar agnosticismos y protestantismos. Aunque sigue sorprendiéndome la bofetada por mano interpuesta de nuestros obispos, o de buena parte de ellos, al salesiano.
No me parece de recibo acudir a mercenarios en dejación de sus propias funciones. O censurarle mediante segundas derivadas que exigen recurrir a silogismos que muchos son incapaces de construir.
Los obispos dicen: esto es malo, o muy malo. Y punto. Un católico espabilado, que no lo son todos, se da cuenta de que eso que es malo o muy malo coincide con lo que le gusta a Manuel de Castro. Y una parte de ellos, de los espabilados, llega a la conclusión: Pues caray con Manuel de Castro.
Con lo fácil que sería, sin recurrir al silogismo o al mercenario, decir lisa y llanamente que lo que sostiene ese religioso es contrario a lo que sostienen los obispos, que es vergonzoso que un miembro de una congregación religiosa exprese esas opiniones y que los obispos las reprueban. Y no duraba ese sujeto ni cinco minutos. Y si los religiosos de la FERE se atreviesen a nombrar a otro igual pues a repetir la declaración.
Los obispos tienen todas las de ganar y los religiosos las de perder. Porque no cabe Iglesia sin obispos y en cambio los religiosos son prescindibles. Y, tal como están hoy, muy prescindibles.
Pero hoy no quería hablar de un salesiano sino de un jesuita. De esos que hacen un cuarto voto de especial obediencia al Papa. Posiblemente el voto más quebrantado de todos los eclesiales.
José Ignacio González Faus, de la Compañía de Jesús o, más bien, de ¡Ay, Jesús, qué Compañía!, le escribe una carta abierta al sucesor de Pedro. Un coleguilla a quien se llama Hermano Pedro y a quien se trata de tú.
Y a quien se le dan lecciones sobre lo que tiene que hacer. Tachándole además de irracional.
Yo no puedo hacer nada para corregir este desmadre eclesial del que he citado dos ejemplos que podrían ser dos mil. Sólo protestar. Como protesto.
Por el camino hasta ahora seguido no se consigue nada. O solamente que crezca el desmadre. Antes o después se producirá la reacción. Pero, entretanto, qué situación más suicida, qué entreguismo al enemigo, qué pérdida de energías.
Tristísima situación eclesial cuando los religiosos dejan de ser la vanguardia heroica de la Iglesia para aliarse con sus adversarios. Cuando el Papa y los obispos no pueden contar con ellos.
Pero es bueno saber que la Iglesia vivió quince siglos sin jesuitas y diecinueve sin salesianos y marianistas. Y sin ellos fue santa. Cierto que Ignacio, Bosco y Chaminade fueron dones de Dios a su Iglesia y sus fundaciones verdaderamente gloriosas. Pero tal vez el Señor quiera hoy enseñarnos que sólo en Él está el camino, la verdad y la vida. Que todo lo demás es accesorio y no fundamental.
Y que quiso fundar la Iglesia en torno a la sucesión apostólica. Si un día desaparecieran todos los obispos la Iglesia habría dejado de existir. Si desaparecieran los jesuitas, los salesianos o los marianistas la Iglesia seguiría su camino. Como si nada.
Lo que sí es muy triste es que, hasta hoy, las órdenes y congregaciones religiosas desaparecieron, o estuvieron a punto, por obra de enemigos de la Iglesia que creían que extinguiéndolas iban a acabar con la misma. Roda, Mendizábal, Combes... Hoy parecen ellas las empeñadas en suicidarse.
Quiero pensar que esto será pasajero. Que hay muchos intecesores en el cielo que conseguirán del Señor, a quien tanto amaron y a quien tan bien sirvieron, la vuelta al amor y al servicio a la Iglesia. Benito, Bernardo, Francisco, Domingo, Ignacio, Juan de la Cruz, Calasanz, Paúl, Claret, Chaminade, Champagnat, Bosco... Seguro que lo conseguirán. No sé cuando pero lo conseguirán. Pasarán estos días de tinieblas y el sol volverá a salir.
A las oraciones de tantos santos unamos las nuestras. En la esperanza de los hijos de Dios.