Al señor obispo de Mallorca

Hay en la diócesis de Mallorca un religioso de los Sagrados Corazones, congregación que debe estar en puertas de desaparición, cosa que no parece que haya que lamentar, que es prior del monasterio La Real y se llama Miguel Mascaró.

Según leo, este sacerdote, que ha cedido su casa a nacionalistas catalanes, gallegos y vascos e incluso a algún miembro de Batasuna, en misión no me cabe duda que apostólica, parece que tiene alergia al castellano. Y a unos novios que querían casarse en su iglesia se empeñó en impartirles los cursillos prematrimoniales en mallorquín. No tengo nada contra esa hermosa lengua ni a que sea la favorita del padre Mascaró. Pero ocurría que la novia sabía de mallorquín casi lo mismo que de sánscrito y no se enteraba de nada. Pues el prior erre que erre. Porque como todo el mundo sabe los cursillos prematrimoniales los estableció la Iglesia no para que los contrayentes se enteraran de lo que era el matrimonio sino para escuchar la dulce melodía del habla mallorquina.

También fue inútil que le dijeran que muchos familiares eran de Andalucía y que como tuvieran que oír la misa en mallorquín peor que si fuera en alemán. Porque algún pariente en Alemania ya había estado currando pero que en Andalucía de Mallorca sólo conocían las ensaimadas porque ellos las llevaban cuando iban de vacaciones. Pues en mallorquín o no había misa.

Hoy la Iglesia es muy condescendiente con un día tan señalado como el de la boda. Hasta el punto de celebrar no pocas que son absolutamente nulas. Ya no digamos en cosas menores. Yo cuando voy a una boda, y me tocan no pocas, siempre acudo con enorme curiosidad por lo que voy a encontrarme. El novio puede ir de chaqué, en vaqueros o vestido de baturro. He visto bikinis más recatados que los escotes de alguna novia. He oído el Asturias Patria Querida, la marcha real, la Salve marinera, el Ave María, la marcha nupcial..., de todo. En unas con coros, en otras con guitarras. En las oraciones, leídas por una interminable fila de parientes y amigos he oído pedir por las cosas más peregrinas. Estoy curado de cualquier espanto. Y me parece bien. Que los novios elijan las lecturas que más les lleguen, que les tiren arroz o pétalos de flores, que vistan a sobrinos que apenas saben andar con unos trajes que a veces son muy monos y otras espantosos, paso por todo. Pero es que ese padre Mascaró, por lo menos tan obligado como yo a la caridad y al buen trato, no pasaba por nada. Tenían los novios capricho en la Salve rociera. Pues como si le hubieran mentado al mismísimo demonio. La Blanca Paloma no entraba en aquella iglesia. Lo que ya no sé es si como alternativa les propuso el pesadísimo Bolero de Ravel.

Los novios terminaron haciendo lo que debía haber hecho desde el primer momento en que se dieron cuenta del talante del padre Mascaró. Mandarle a hacer puñetas. Y se buscaron otra iglesia en la que se casaron a gusto y con Salve Rociera.

Y aquí viene, señor obispo, mi petición. Algunos dicen, seguramente sin razón, que conoce usted poco la diócesis por vivir muy encerrado en su palacio. Y que su dignísimo vicario general está estos días muy distraído mirando a Menorca por si allí apareciera alguna mitra que llevarse a la cabeza. Comprenderá que no me mueve a dirigirme a usted el que el padre Mascaró siga en el lugar al que le han mandado o haya regresado de él. Me es igual. Aunque por mi gusto mejor que siguiera allí. Pero no hago cuestión de ello.

Si me dirijo a usted es porque los españoles son muy dados a extrapolar. Y no faltará quien meta en el mismo cesto que al sacerdote a su obispo. E incluso a nuestra Santa Madre Iglesia. Seguro que conoce usted casos de gente que se enfadó con su cura y terminó dejando de pisar la Iglesia. Por eso me atrevo a dirigirme a Su Ilustrísima para que bien usted, o su vicario general, le digan a ese padre Mascaró que deje de hacer el indio. Porque no es bueno para él, para su obispo ni para la Iglesia.
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