Responsabilidad profética de la Iglesia ante los desafíos del mundo actual

Parto del título que me ha sido dado. Se supone que el mundo actual tiene unos desafíos, a los cuales debe responder la Iglesia. Esta responsabilidad debe ser profética; es decir, la Iglesia debe responder a estos desafíos del mundo actual desde la fe en Jesucristo.
Pero la Iglesia sólo existe dentro de una cultura determinada, en un lugar y en un tiempo.

Aunque no desconozco la situación de la Iglesia en América Latina, mi reflexión brota en el contexto de la sociedad española. Sin embargo, como todas las iglesias locales viven en comunión, la respuesta profética que cada una ofrezca, puede servir de signo y aliciente para las demás.
Como creyente cristiano me considero alcanzado y en cierto modo transformado por el Vaticano II. Pero en la evolución de mi pensamiento después del concilio, han influido también no sólo la opción preferencial por los pobres que vienen proclamando las Asambleas Generales del Episcopado Latinoamericano sino también los cambios tan rápidos como inesperados que, desde hace cincuenta años se vienen dando en un mundo cada vez más interrelacionado, y en la evolución que viene teniendo la Iglesia del postconcilio.

1. El espíritu del Vaticano II

El espíritu es anterior y debe ser criterio para leer e interpretar los documentos conciliares. Y el espíritu del Vaticano II se refleja en las preocupaciones de Juan XXIII al convocar el concilio y en su discurso de apertura. Preocupaciones también de Pablo VI muy en sintonía con su antecesor.

Juan XXIII vio necesario un concilio ecuménico para que la Iglesia “infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio” . Y en la misma línea Pablo VI pide al concilio presentar a la Iglesia “como fermento vivificador e instrumento de salvación del mundo, descubriendo y reafirmando su vocación misionera” .
Y para llevar a cabo esta misión hay dos claves fundamentales:
Primera, que la Iglesia se abra y dialogue con el mundo moderno desde los pobres.

Al inaugurar el concilio Juan XXIII manifestó el objetivo: manteniendo el patrimonio sagrado, el concilio debe proceder “teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias, y las posibilidades de la edad moderna” . Pero un mes antes, precisamente aludiendo a la injusticia que sufren los pueblos económicamente subdesarrollados el papa Juan manifiesta: “la Iglesia se presenta como lo que es y quiere ser; como la Iglesia de todos y particularmente de los pobres”.

Pablo VI declaró en una encíclica decisiva para el desarrollo del concilio: “la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir; Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio”. Pero en ese diálogo la Iglesia “debe educar hoy para la pobreza”. El mundo nos observa hoy “de modo particular en relación a la pobreza, a la sencillez de vida, al grado de confianza que ponemos en nuestro uso de bienes temporales”.

La segunda clave para el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno, es el crecimiento de la Iglesia como comunidad de aquellos que han sido alcanzados por el espíritu de Jesucristo. Juan XXIII convoca el concilio para que la Iglesia experimente “la gozosa presencia de Cristo viva y operante”; “para incrementar en el espíritu de los fieles la gracia de Dios” . Y con la misma preocupación Pablo VI, al inaugurar la segunda sesión del concilio pidió una presentación de la Iglesia como sociedad histórica y visible pero “vivificada misteriosamente“.

Poco después en aquella memorable encíclica “Ecclesiam suam” insistía: la Iglesia tiene necesidad de “sentir su propia vida”, “experimentar a Cristo en sí misma”, examinarse “frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”, remitiendo a la invitación de San Pablo: “que Cristo habite en vuestros corazones”

Y es de notar que las dos preocupaciones –una iglesia pobre y una Iglesia que sea presencia viva y operante de Jesucristo- pertenecen a la única experiencia cristiana que respiran Juan XXIII y Pablo VI. Ya en los profetas bíblicos y sobre todo en Jesús de Nazaret van inseparablemente unidas la intimidad con el verdadero Dios y la defensa de los excluidos. Más aún, esta defensa de la justicia y de los pobres en la predicación profética y en la conducta de Jesús procede y es consecuencia de la intimidad con Dios. En esa experiencia profética van unidas justicia y compasión. Compromiso político y mística o encuentro con el Padre misericordioso revelado en Jesucristo.

El diálogo con el mundo desde los pobres y el crecimiento en la fe, que van inseparablemente unidos, implica la necesidad de cambiar el modelo de Iglesia. En primer lugar, dice Juan XXIII, la Iglesia debe renunciar al poder y a “tantas trabas de orden profano”. Y con la misma preocupación Pablo VI: “que ninguna otra aspiración la anime si no es el deseo de ser absolutamente fiel a Jesucristo”.

La misión de la Iglesia es servir al mundo. Por eso –dice Juan XXIII, debe “mirar al presente, considerando las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo moderno”. Y ratifica Pablo VI: sólo así la Iglesia puede ser fermento vivificador e instrumento de salvación para este mismo mundo”. Es decir, se pide una Iglesia que sea menos mundo, entendido como poder e idolatrías que lo desfiguran, y que sea más para el mundo entendido como entera familia humana con todas las realidades entre las que vive.

Resumiendo. Se quiere una Iglesia misión. Para ello dos claves. Primera, urge dialogar con el mundo moderno desde los pobres y en la pobreza. Segunda, es necesario incrementar el crecimiento en la fe o encuentro con Dios revelado en Jesucristo. Las dos claves son versiones de la única experiencia cristiana, si bien el encuentro con Dios inspira el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno desde los pobres. Para llevar a cabo esta misión necesitamos un nuevo modelo de Iglesia muy distinto al modelo diseñado en la situación de cristiandad.

2. Cómo fueron procesados estos imperativos en el Concilio

El concilio asumió el espíritu que respiraban Juan XXIII y Pablo VI. Pero como acontecimiento en la historia tuvo sus limitaciones no sólo de tiempo sino también por los mismos participantes que debatieron y elaboraron los documentos.

2.1. La Iglesia se constituye en la misión

Además de presentar a la Iglesia como misterio, es decir como “realidad penetrada por la divina presencia” que se hace realidad en un pueblo todo él animado por el Espíritu, en la perspectiva del concilio la Iglesia se constituye en la misión.

Los documentos conciliares traen tres dimensiones de la Iglesia. Dos en la Constitución sobre la Iglesia. En continuidad con el Vaticano I la Iglesia es presentada como una sociedad orgánicamente con una jerarquía; según esta visión, en la Iglesia hay unos que mandan y otros que obedecen, unos que enseñan y otros que aprenden. Más adelante se realza otra dimensión de la Iglesia: pueblo de Dios donde todos los bautizados tienen la misma dignidad y en consecuencia nadie es más que nadie si bien hay distintos ministerios y carismas.

Pero en la Constitución sobre a Iglesia en el mundo actual, uno de los documento finales y más trabajosamente elaborados, se añade otra dimensión: “la Iglesia sólo desea continuar bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar; para servir y no para ser servido”.

El Concilio no articuló estas tres dimensiones y ello ha traído tensiones intraeclesiales en los años de postconcilio. ¿Cuál de las tres dimensiones da sentido a las otras dos? La misión. Por dos razones.

Infundir en las venas de la humanidad la savia del Evangelio es lo que propuso Juan XXIII al convocar el concilio que fue madurando a lo largo de tres años y por fin en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, logró responder a esa preocupación evangelizadora.

Y otra razón cristológica: Jesús de Nazaret vivió apasionado por la llegada del reino; todo lo que hizo y sufrió estuvo en función de esa causa. La Iglesia es una entidad referencial; todo en ella debe estar en función del reino de Dios que crece ya en todos los rincones del mundo.

Diez años después del concilio Pablo VI dirá: “solo el reino de Dios es lo absoluto”; por eso “evangelizar constituye la dicha y la vocación de la propia Iglesia, su identidad más profunda” . En su discurso para clausurar el concilio Pablo VI confesaba:”tal vez nunca como en esta ocasión ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, de acercarse, de comprender , de servir, de evangelizar a la sociedad que la rodea”.

Si la Iglesia se constituye en la misión, y el término de la misión es el mundo, éste entra en la razón de ser, en el dinamismo existencial de la Iglesia. Por su misma esencia de la Iglesia como acontecimiento de salvación es contemporánea con el mundo del que forma parte. Tomás de Aquino escribió: “la religión cristiana consiste en la encarnación”. Y el concilio ha insistido: “los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo; nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”.

En esa perspectiva, Pablo VI precisaba la tarea del concilio: “mientras la Iglesia se propone definirse, busca al mundo, leyendo las necesidades de la sociedad en que actúa, los anhelos que hay en el corazón del ser humano y de la sociedad”.

Ahora se comprende la calificación que recibió el documento del concilio sobre la Iglesia en el mundo actual. Se descartó llamarlo declaración o decreto. Se tituló “Constitución” porque trata de algo esencial a la Iglesia. Su “presencia activa en la construcción del mundo” según rezaba el título del primer proyecto para la Constitución.

Si el mundo –la familia humana “con el conjunto de realidades en que ésta vive”- entra en la constitución de la Iglesia, se imponen algunas concreciones:
La Iglesia “debe poner a disposición del género humano el poder…que ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es por consiguiente el hombre, pero el hombre entero, cuerpo alma, corazón conciencia, inteligencia y voluntad”.

Buen correctivo contra el dualismo maniqueo . El concilio afirma que el ser humano es “ser en el mundo a través del cuerpo”. Por tanto no hay una región del alma que escapa a la acción del cuerpo para ser lugar del encuentro con Dios. Ya no vale un dualismo psicológico que desemboca en el desprecio del cuerpo y fácilmente genera un angelismo pernicioso contrario a la encarnación.

El evangelio debe alcanzar al ser humano “en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social- en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos diversos, en el ámbito de la propia nación o pueblo, en el ámbito de toda humanidad; este hombre es el primer paso que la Iglesia recorre en el cumplimiento de su misión, el es el camino primero y fundamental para la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo , vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención”.

Todos los valores profanos que van surgiendo siglo tras siglo en las distintas culturas son aceptados como signos de los tiempos donde la Iglesia y cada cristiano tienen que discernir los signos del Espíritu y actuar en consecuencia. Esos signos de los tiempos no son sólo estimulantes de una vida sobrenatural trascendente. Son acontecimientos de una historia toda ella incluida ya en el acontecimiento absoluto de la encarnación pues en la encarnación “el Hijo de Dios en cierto modo se ha unido a todo hombre”, y en consecuencia es ”vértice de la aspiración humana, término de nuestra esperanza y de nuestra plegaria, punto focal del deseo de historia y de la civilización, esto es, el Mesías”.

Y esta lectura de los signos no sólo se impone por la necesidad de adaptación a lo nuevo que va naciendo. Es el hombre mismo quien es oyente del Evangelio y sujeto de la gracia, tiene en su naturaleza y en su destino una dimensión histórica interior a su perfección. Las empresas humanas, las posibilidad de conocer y encauzar la creación, la toma de conciencia de que todos los pueblos estamos interrelacionados, el clamor de los pobres por su liberación, el justo reclamo de los indígenas con sus culturas, la voz de las mujeres defendiendo su dignidad como personas, los indignados contra un sistema homicida y contra los organismos que lo articulan, no son únicamente materia ocasional o condición completamente extrínseca de la vida individual y colectiva de la gracia. Por ambiguos que se presenten, son ya puntos cruciales que suministran espacio y recursos para comprender mejor, actualizar y concretar el mensaje cristiano de amor fraterno, pues “el progreso de la civilización hace descubrir como una exigencia, como un nuevo deber, lo que Cristo nos enseñó ya en el evangelio, nunca perfectamente comprendido” .

2..2. Diálogo con el mundo moderno desde los pobres

Según el espíritu que manifestaron Juan XXIII y Pablo VI, el diálogo de la Iglesia con el mundo debía realizarse desde los pobres y en la pobreza. Pero Vaticano II dio relieve al diálogo de la Iglesia con el mundo moderno, sin dar el necesario relieve a la voz de los pobres como referencia fundamental para ese diálogo.

En la gestación y desarrollo del Concilio pesó mucho la situación de los países europeos tradicionalmente cristianos. La secularización entendida como proceso de la modernidad en que las distintas áreas seculares se van emancipando de la tutela religiosa era un fenómeno imparable. Llegadas a su mayoría de edad, las personas quieren pensar y actuar según les dicta su conciencia; despiertan a la subjetividad, quieren ser libres y rechazan instituciones políticas o religiosas que las aminoran o reprimen.

Leyendo este signo del tiempo el Vaticano II respondió a esas justas demandas especialmente ya en su etapa final y en los documentos punteros sobre la Iglesia en el mundo actual, sobre la libertad religiosa, sobre el ecumenismo y sobre la relación de la Iglesia con otras religiones. Reconociendo esos justos anhelos de la modernidad como signos del Espíritu, el concilio afirmó la solidaridad de la Iglesia con el mundo, y que nada humano es ajeno a los discípulos de Jesucristo.

En una larga tradición dualista y maniquea, con la hegemonía de la Iglesia en el terreno de la ética fueron novedosas algunas afirmaciones de los documentos conciliares: “la verdadera libertad es signo evidente de la imagen divina en el ser humano”, “Dios ha querido dejarle en manos de su propia decisión”; “la dignidad humana requiere que el ser humano actúe según su conciencia y libre elección”, “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa”, “la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas” . También se reconoce que “las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, orientar y ordenar” .El Vaticano II lee a fondo los signos de su tiempo y desde la fe amplía el horizonte.

Pero en este diálogo de la Iglesia con el mundo moderno la causa de los excluidos o víctimas no entró suficientemente como perspectiva. Da la impresión de que los teólogos y obispos más influyentes en la orientación del concilio estaban preocupados por la situación europea donde la cultura se alejaba cada vez más de la Iglesia y se necesitaba una nueva versión de la fe cristiana.

Ya hemos visto que Juan XXIII tenía esta perspectiva cuando convocó el concilio: una Iglesia de todos “y particularmente de los pobres” Y ya en el concilio el cardenal Lercaro propuso que se debatiera el tema de la Iglesia desde la perspectiva de los pobres: “no cumpliríamos nuestro deber y no responderíamos a la inspiración de Dios y a la expectativa de los hombres, si no podemos el misterio de Dios en los pobres como ejemplo y alma del trabajo doctrinal y legislativo de este concilio”. Pero como lamentó después del concilio el obispo Samuel Ruiz "la reflexión sobre la opción por los pobres no estaba madura porque en Europa entonces apenas había pobres".

El Vaticano II no respondió a esta invitación profética de Juan XXIII. Fue un concilio ecuménico, universal, pero desde la situación europea y desde la Iglesia preocupada por esta situación. Los conciliares confiaron de modo excesivo en el desarrollo económico de los pueblos ricos sin desenmascarar suficientemente la ideología perversa en que ya procedía.

2.3. Crecimiento en la fe como encuentro con Jesucristo

La segunda clave -avivar la “gozosa presencia de Cristo viva y operante en todo tiempo en la Iglesia santa”, “incrementar en el espíritu de los fieles la gracia de Dios”, “animar la vitalidad interior de la Iglesia con el espíritu del Señor”- no fue desarrollada por el Concilio, anunciado sin embargo como “nuevo Pentecostés”, un acontecimiento “religioso y espiritual” En los debates y en los documentos conciliares la preocupación por el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno y por renovar las estructuras eclesiales prevaleció sobre la exposición de la fe cristiana como experiencia o encuentro vivo con Jesucristo.

Esa dimensión mística que constituye la entraña misma de la Iglesia y de la espiritualidad cristiana no fue propuesta ni desarrollada suficientemente por el Vaticano II. Ya en 1969 Pablo VI se hacía eco de que “algunos lamenten que la piedad personal salga del concilio menos confortada” y se nota ”un cierto decrecimiento de la religiosidad interior en el santuario del alma”.

El déficit del Concilio en el desarrollo de estas dos claves –opción por las víctimas y dimensión mística de la fe cristiana- así como en la unión inseparable de las mismas, ha dejado su huella en la Iglesia postconciliar. Han surgido movimientos que corren el peligro de caer en un espiritualismo evasivo aparcando la opción preferencial por las víctimas y el compromiso eficaz por construir una sociedad más justa. Mientras las comunidades eclesiales que, inspiradas en la orientación del Concilio, han sido críticas de formas trasnochadas en el cristianismo y han cultivado el compromiso en la transformación social buscando la liberación de los pobres, también corren el peligro de olvidar que la fe cristiana, en primer lugar, dice relación no a proyectos y estrategias políticas por urgentes que sean, sino a una Persona, el Dios del Reino, que nos precede, sustenta e inspira nuevos proyectos. Si arrinconamos esa presencia, estamos cenegando la fuente de nuestro compromiso.

2.4. Hacia otro modelo de Iglesia


El Vaticano II sin embargo diseñó las coordenadas para un nuevo modelo de Iglesia.
En vez de oposición al mundo moderno que vino siendo habitual hasta el concilio, en los debates y documentos conciliares prevaleció una visión positiva del mundo y la necesidad de diálogo sincero leyendo los signos de los tiempos donde ya se pueden vislumbrar las llamadas del Espíritu.

La Iglesia dejó al lado el triunfalismo y cualquier pretensión de dominio. La verdad sólo se impone “por la fuerza de la misma verdad que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas” . En otros términos se acabó con el “eclesiocentrismo” interpretando a la Iglesia como entidad referencial al reino de Dios que crece en el mundo.

El concilio dejó también claro que la Iglesia es ante todo y finalmente la una comunidad de vida; y al servicio de esta vida están las estructuras eclesiales. Se posterga la visión de la Iglesia como sociedad perfecta y se potencia la visión como misterio de comunión que se concreta en el pueblo de Dios a cuyo servicio están todos los ministerios, incluidos los ministerios que se confieren por el sacramento del orden.

Sin embargo este modelo nuevo de Iglesia, que implica una profunda reforma estructural todavía está en un camino que avanza muy poco y muy trabajosamente.

3. Cómo debe responder hoy una Iglesia profética

El momento actual incluye procesos distintos y también características peculiares en los pueblos europeos y en los pueblos latinoamericanos. Pero en el fenómeno de la globalización, que lamentablemente resulta nefasto por la exclusión de los más débiles, el trasvase cultural es inevitable y muy rápido.

En Aparecida los mismos obispos detectan que “la ciudad se ha convertido en un lugar propio de nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un lenguaje nuevo y nueva simbología”. Ha entrado la modernidad: “surge hoy con gran fuerza una sobrevaloración de la subjetividad individual” . Una cultura que hoy es “híbrida, dinámica, cambiante” ; “líquida” según expresión reciente. En los pueblos de A.L. simultáneamente conviven en gran confusión cultura premoderna, cultura moderna ilustrada y esa etapa incapaz de darse nombre que llamamos postmodernidad.

Distintas etapas que se han ido sucediendo en los pueblos europeos a lo largo de varios siglos, hoy se entremezclan alborotadamente en los pueblos latinoamericanos que sin embargo siguen siendo empobrecidos injustamente. Digo esto porque, respetando los distintos procesos, la respuesta profética de la Iglesia, debe tener rasgos comunes en Europa y en América Latina.

Para diseñar esa respuesta, seguiré las tres referencias que vienen siendo marco en mi reflexión: la Iglesia debe ser misionera, dialogando con el mundo moderno desde los pobres, y siendo ella misma pobre o comunidad de verdaderos creyentes.

3.1. Iglesia en misión

En su libro “Falsas y verdaderas reformas de la Iglesia” Congar escribió: “a medida que en mis estudios he ido avanzando en el conocimiento de esta realidad que es la Iglesia se hizo claro en mí que sólo se había estudiado en ella la estructura, no la vida”.

Y ya después del Concilio I. Ellacuría denunciaba esa patología de la “Iglesia centrada en sí como ídolo institucional, la Iglesia idolatrándose a sí misma” A pesar de que el Vaticano II presentó a la Iglesia como misterio de comunión que se hace realidad en el pueblo de Dios, e insistió que en ella lo visible debe servir a la comunión invisible, cincuenta años después muchos siguen pensando que la Iglesia, reducida frecuentemente al clero, es ante todo una organización piramidal con unas estructuras visibles inconmovibles.

Nada más alejado de la verdadera Iglesia, comunidad de vida en función del reino de Dios; “su ley es hacer que llegue progresivamente el reino de Dios en una humanidad que por su parte tiene por ley crecer multiplicarse y llenar la tierra”.

El reino de Dios está ya presente y crece dentro del mundo, creado y bendecido continuamente por Dios, aunque todavía esclavizado por el mal. Por eso debemos mirar a este mundo desde el corazón de Dios, y superar el dualismo maniqueo que lo identifica sólo como enemigo del alma convencidos de que fuera de este mundo no hay salvación.

El reino de Dios es lo que sucede en las personas y en los pueblos cuando dejan que Dios-amor emerja en sus vidas como único señor Si la Iglesia es entidad referencial como signo e instrumento del reino de Dios, debe hacer inolvidable a ese Dios revelado en Jesucristo apasionado para que todos tengan vida. En consecuencia, la organización y estructuras de la Iglesia deben tener como fin y sujeto a las personas.

El profundo estupor respecto al valor y la dignidad del ser humano se llama Evangelio, y por tanto evangelizar implica la opción por esa dignidad. No sólo la dignidad de las personas alejadas de la Iglesia pues la verdad no se impone más que por la fuerza de la misma verdad que penetra suave y además fuertemente en las almas. Sino también la dignidad de todos los bautizados pues la Iglesia subsiste en las personas que se convierten. Y las personas viven dentro de un pueblo, en el dinamismo de su historia y en una cultura donde, según el concilio, brotan ya “las semillas del Verbo” . A la vida y dignidad de estas personas que sólo son ellas mismas dentro de una cultura, están supeditadas las estructuras y leyes de la Iglesia.

Si la Iglesia se constituye en la misión que tiene lugar en un espacio y en un tiempo, se imponen dos consecuencias.

1) El tiempo y el espacio cultural sin los cuales no hay ser humano, pertenecen de algún modo a la constitución de la Iglesia y la dan una fisonomía peculiar. Si admitimos esto, urge dar más relieve a las culturas en la organización de la comunidad cristiana. Y esta visión plantea serios interrogantes: en el s. XVI se impuso en los pueblos de Amerindia una organización y unas formas cultuales traídas de catolicismo barroco español; con ese modelo seguimos funcionando.

Pero, después del Vaticano II ¿no ha llegado ya la hora de asumir nuevos modelos de organización eclesial según los valores y formas organizativas de culturas indígenas sofocadas hace siglos y toda vía hoy de algún modo vigentes?

He pasado algunos meses en el mundo indígena de Verapaz, Guatemala, y colaborando con mis hermanos dominicos de AK´KUTAN. En los distintos grupos indígenas de esa región, dentro de la cultura maya, el sentido de comunidad donde se fomenta el trabajo en común, la compasión y la solidaridad; la profunda sintonía con la madre tierra, la inteligencia espiritual de una cosmovisión donde seres humanos, animales y plantas se ven enraizadas en el Creador, “corazón del cielo y corazón de la tierra” son valores donde se une lo humano y lo divino. Y todo esto lo expresan con un rico simbolismo en su organización social y en su organización religiosa de cofradías.

Por qué no partir de ahí para construir un modelo de Iglesia pueblo de Dios que supone por tanto la existencia de un pueblo con sus valores y sus expresiones culturales?

Segunda consecuencia. Si el lugar, el tiempo y la cultura de los pueblos entra en la constitución de la Iglesia, “sólo en las iglesias particulares y a partir de ellas “existe la Iglesia católica una y única” . Por eso la comunión entre todas ellas pertenece a su misma esencia Por tanto no hay una iglesia particular, por ejemplo la iglesia de Roma que sea el prototipo de iglesia cuyas organización y formas litúrgicas deban imponerse sin más en todas las iglesias locales. Precisamente porque se supone la pluralidad, como servicio a la comunión tiene sentido el ministerio ejercido por el obispo de Roma sucesor de Pedro.

Fiel a esta visión el Vaticano destacó la consistencia de las iglesias locales y la necesidad de una descentralización, de la colegialidad y la corresponsabilidad de todos los bautizados en la organización de la Iglesia en orden a la misión ¿Por qué entonces seguir con el eurocentrismo imponiendo a las iglesias locales de A.L. los modelos europeos todavía en continuidad con la mentalidad colonial?

¿Por qué los modelos de Iglesia más pueblo de Dios y más en diálogo con el mundo moderno desde los pobres que surgió, a raíz del Vaticano II, en vez de ser recibido en las iglesias europeas, más bien ha sido ignorado cuando no rechazado? ¿Por qué no dar más autonomía a las Conferencias episcopales, al Sínodo de los obispos y a los sínodos regionales? ¿por qué no dejar que cada iglesia local con su obispo, leyendo los anhelos y valores de la cultura popular vaya creando, animada por el Espíritu, no solo sus versiones propias de la fe cristiana y de las celebraciones sacramentales sino también creando nuevos ministerios y actualizando en esa cultura las fisonomía de los ministerios ordenados?

¿Por qué para recibir un ministerio ordenado el africano debe occidentalizarse? ¿por qué hacer teología sólo desde una cultura determinada pretendiendo que sea válida sin más para todas las regiones?

Y se trata de algo esencial para la Iglesia pueblo reunido como expresión de la simbólica trinitaria. Si es pueblo de Dios, hay que pasar del “Nos” a “nosotros”. Si es cuerpo de Cristo con distintos miembros es necesario que todos tengan la palabra. Si es templo del Espíritu, hay que instaurar iglesias locales o regionales como sujeto de derechos y de iniciativas. La colegialidad y la corresponsabilidad que no se quede sólo en los obispos sino que incluyan a todo el pueblo de Dios puede quedar ahí como una buena intención sugerida por el Espíritu al concilio pero postergada sino ahogada ahogada en el postconcilio por no encontrar cauces jurídicos adecuados

3.2. Iglesia “de todos particularmente de los pobres”

En un primer periodo de postconcilio la Iglesia en los pueblos europeos se abrió al diálogo con el mundo moderno, pero no contó suficientemente la perspectiva de los pobres. El proceso fue distinto en América Latina: cuando los obispos reunidos en la Conferencia de Medellín leyeron los signos del tiempo, percibieron en primer lugar “la miseria que margina a grandes grupos humanos” . Alterados por el justo clamor de tantos seres humanos víctimas de la injusticia, las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano vienen dialogando con el mundo moderno pero teniendo como perspectiva “la opción evangélica y preferencial por los pobres pues hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aún escarnecida; por eso Dios toma su defensa y los ama” .

En el segundo periodo postconciliar da la impresión que la opción preferencial por los pobres como clave para el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno, se ha diluido mucho incluso en la Iglesia de América Latina. El documento de la Congregación para la doctrina de la Fe “Sobre algunos aspectos de la Teología de la liberación”, 1984, cortó un proceso todavía inacabado, muy similar al corte que dio la encíclica “Humani genreris”,1950, a la “Nouvelle theologie” Cuando leí la Instrucción del Vaticano y pensando en una línea de esa teología que conocía bastante bien y respondía claramente al evangelio, me vino a la mente aquello de Eduardo Galeano: “nos han invitado a un entierro cuyo muerto no es el nuestro”. Pero la intervención de Roma creó desconfianza y reservas no sólo ante cualquier teología de la liberación sino también ante cualquier opción por los pobres.

Es la misma reserva que unos meses después asoma en Informe Final del Sínodo Extraordinario,1985, según el cardenal Lorscheider “la propia opción preferencial por los pobres se introdujo muy matizada y sin el necesario mordiente; nos quedamos muy lejos de un interés real por una Iglesia de los pobres y una Iglesia pobre en la que los pobres tengan voz y sitio, de una Iglesia de la primera Bienaventuranza”.

Hoy, en un mundo cada vez más globalizado, parece que hasta las mayorías empobrecidas están siendo narcotizadas por la ideología del neoliberalismo económico, según denuncian los mismos obispos en Aparecida: “la avidez del mercado descontrola el deseo de niños, jóvenes y adultos”; las nuevas generaciones “son las más afectadas por la cultura del consumo en sus aspiraciones personales profundas; crecen en lógica del individualismo pragmático y narcisista, sin referencia a valores e instancias religiosas”.

Sin embargo parece absolutamente necesario recuperar esa opción preferencial por los pobres o excluidos como clave para responsabilidad profética de la Iglesia en el diálogo con el mundo actual.

1) Algunos fenómenos constatables:

Siendo todavía estudiante, mis contactos con el mundo obrero que reivindicaba satisfacción de sus derechos y se alejaba de la Iglesia, chocaban con una teología idealista insensible, cuando no en contra, de todas las revoluciones sociales. El interrogante se acentuó al conocer de cerca la situación de injusticia en los pueblos de América Latina y el justo clamor de los pobres por su liberación. Esas experiencias, iluminadas por una reflexión teológica surgida en América Latina y en algunos teólogos europeos, me ayudaron a comprender que sólo “el aguijón del sufrimiento”, la memoria de las víctimas garantiza la salud evangélica de la Iglesia y de la teología.

La segunda referencia viene de lo sucedido en la Europa ilustrada. El holocausto de la raza judía en el nazismo fue tan horrible que sólo pasadas varias décadas, filósofos y teólogos se atreven a procesarlo. Auschwitz deja sin sentido a nuestra historia y obliga sin remedio a preguntarnos dónde está Dios.

El filósofo Walter Benjamin que sufrió en su propia carne la vejación inhuman, en sus tesis “sobre el concepto de historia” trae la memoria de las víctimas, los vencidos y excluidos en la historia como voz viva en el presente que pide justicia y debe ser escuchada para construir un porvenir más justo. Ningún desarrollo social justifica el silenciamiento y abandono de las víctimas.

La crisis ha llegado a la zona del euro afectando de modo especial a los países económicamente más pobres de la Unión Europea. Si bien la crisis no reviste los caracteres dramáticos que desde siempre la situación desde siempre para las mayorías empobrecidas en los pueblos de América Latina. puede ser buena oportunidad para que los cristianos despertemos de un letargo, abandonemos una religión aburguesada y volvamos los ojos hacia las víctimas de un sistema económico que funciona con una ideología homicida. Estamos olvidando uno de los principios fundamentales de la Enseñanza Social de la Iglesia que recordó el Vaticano II: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos; en consecuencia los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia…, jamás debe perderse este destino universal de los bienes”

Finalmente, otra constatación: la Iglesia y en general la religión es percibida como encubridora de la injusticia y por tanto no mediación creíble del Evangelio. Mi colaboración en Cuba con pensadores marxistas honrados y no dogmáticos me han permitido entrever que lo esencial de su aversión contra Dios y la religión cristiana radica en percibir esa divinidad y esa religión como factor evasivo y narcotizante; con frecuencia utilizado para explotar, domesticar y entoxicar al pueblo apartándolo de reivindicar sus justos derechos, y para justificar la prepotencia y corrupción estructural de grupos dominantes

Viendo hacia dónde nos ha llevado -sangrientas guerras mundiales- y nos está llevando -economía globalizada con exclusión de los más débiles- el proceso iniciado en la Ilustración europea, urge desenmascarar la patología original que lo carcome. Consciente de que los seres humanos estaban llegando a su mayoría de edad, la Ilustración enarboló la racionalidad. En el siglo de las Luces se vincularon razón y libertad con el progreso. Pero el proceso seguido viene demostrando que esa vinculación no es real. En el deslumbrante desarrollo técnico generado por el hombre ilustrado, la razón y la libertad vienen generando más sinrazón y haciendo de los ciudadanos siervos. Ello explica en buena parte la denuncia de la postmodernidad que tira por tierra todos esos grandilocuentes e incumplidas desde el s. XVII.

En la revolución francesa la proclama incluía tres palabras: libertad, igualdad y fraternidad; pero esta última quedó en la sombra. La libertad de los burgueses bien asentados en los tronos de los feudales avanzó creando más desigualdad y olvidando la fraternidad. La legítima autonomía que reclamaba la Ilustración, viene funcionando bajo la fiebre posesiva de quienes prácticamente se creen absolutos, y rompen con el Creador actuando como si fueran dueños de la creación. Así generan un desarrollo monstruoso que al fin se vuelve contra la misma humanidad.

La revolución marxista en la segunda mitad del siglo XIX desenmascaró esa patología ideológica en que se fundamentó la burguesía ilustrada: el propio interés material prostituye la racionalidad, la libertad y el progreso económico. Por eso algunos hablan de dos ilustraciones: una de Kant y otra de Marx. El gran aporte de este sociólogo fue darnos a entender cómo funciona el sistema capitalista. Desde la fe cristiana lo único central es que nos amemos unos a otros. Y este objetivo requiere una sociedad sociedad organizada para promover la solidaridad. Pero la logica que promueve el capitalismo lleva sin remedio a la rivalidad o competividad a muerte que hace imposible la fraternidad. Desde su análisis sociológico sin duda discutible, Marx cuestionó un proceso ilustrado donde la libertad irracional de los pocos señores estaba oprimiendo y explotando a los más débiles. Fue un detonante de esta ideología que hoy se concreta en el neoliberalismo económico.

Hace algunos años el agudo teólogo dominico Chr Duquoc denunció esta patología del proceso moderno en su libro “ “Liberación y progresismo” Actuales pensadores de la filosofía europea enjuician hoy esa nefasta patología haciendo ver la necesidad de una “radical ilustración de la Ilustración

2) La conducta de Jesús

Intimidad con el Padre y opción por la causa de los social y religiosamente excluidos son dimensiones inseparablemente unidas en la espiritualidad que respira la conducta de Jesús a quien nosotros confesamos el Hijo de Dios. En su intimidad con el Padre misericordioso, movido a compasión se pone al lado de los socialmente y religiosamente echados fuera como impuros, enfermos y pobres; con sus gestos y sus palabras defiende la dignidad de los excluidos; y por esta causa para sí mismo acepta el destino de las víctimas.

Según los evangelios, Jesús de Nazaret no se preocupó de mantener intactas formulaciones doctrinales de la religión judía ni de que los sacrificios ofrecidos en el templo de Jerusalén siguieran el ritual prescrito. Lo que le alteró, le indignó, y le motivó a intervenir arriesgando su propia seguridad, fue la marginación y el abandono social y religioso de los leprosos, mendigos, prostitutas, publicanos y otros despreciados en aquella sociedad. Animado por la ternura de Dios que sólo sabe a amar, nunca condenó a nadie; esa ternura se hizo lamento ante la indomable arrogancia de los poderosos y compasión eficaz a favor de los pobres.

La conducta de Jesús cuestionaba la visión de Dios y su relación con él que tenían las autoridades religiosas judías, que observaban con asombro y escándalo: “pero ¿es que come con los pobres?” ¿cómo puede venir de Dios aquel hombre que acoge como amigos a los desacreditado en la sociedad y en la religión?.

Pero esta conducta de Jesús se inspira y es la versión de su intimidad de su intimidad con Dios: “yo hago siempre lo que es de su agrado”, “conozco a mi Padre y por eso entrego, como el buen pastor, entrego mi vida por las ovejas”, “hago estas obras en nombre de mi Padre”; porque mi Padre continuamente da vida y cura, así actúo curando incluso cuando el descanso sabático lo prohíbe porque antes que el sábado están la vida y la dignidad del ser humano . Jesús se abrió a la sociedad de su tiempo haciendo suya la causa de los excluidos porque en su intimidad experimentaba que Dios es así.

La fe cristiana celebra la epifanía del amor de Dios encarnado que, movido a compasión ante la marginación y sufrimiento de los excluidos cura heridas y defiende a los pobres hasta correr la suerte desgraciada de las víctimas, y manifestando una lógica nueva: el amor vence a la muerte.

Si la curación de esas dos amenazas más comunes contra la vida de los seres humanos –enfermedad y hambre polarizaron la actividad profética de Jesús, la Iglesia, comunidad de sus discípulos, no puede ser bendecida si en su punto de partida y en sus programas no entra la voz de las víctimas. Esta solidaridad es sin duda la mejor profecía sanativa para la codicia o idolatría homicida de los potentados que sólo “acaparan para sí” En este camino la Iglesia será de todos siendo Iglesia particularmente de los pobres.

3) En esa dirección apunta el Vaticano II. Es legítima la autonomía de las realidades seculares. Pero “si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras; la criatura sin el Creador desaparece”.

Cuando el ser humano pretende ser como Dios, centro en torno al que giren los demás, absolutiza la propiedad privada y la necesidad de lo superfluo mientras otros carecen de propiedad y no pueden sobrevivir. El clamor de los pobres denuncia esta fiebre posesiva y puede ser correctivo de esta ideología nefasta para todos. Sólo cuando la Iglesia en sus miembros y en sus estructuras acepte ser alterada por ese clamor y en su forma de vivir y actuar plasme el espíritu evangélico de pobreza, será mediación creíble de Jesucristo, y fermento para una sociedad más solidaria. Si la Iglesia no hace suya esa voz, tampoco será signo profético en el mundo actual.

4) Para que la Iglesia sea signo de esperanza en un mundo amenazado en su porvenir. Los cristianos hablamos de esperanza teologal que se apoya en la presencia de Dios, que ha dejado su huella en nosotros como anhelo siempre por llenar y que ha realizado su promesa en Jesucristo. Por eso esperamos contra toda esperanza cuando no hay razones para esperar. Pero la esperanza que por el encuentro con Jesucristo hemos recibido nos ha sido dada para los que tienen necesidad de ella. Nuestra esperanza no puede instalarse mientras haya en el mundo alguien que no pueda esperar. Sólo tenemos esperanza en la medida en que la compartimos. Y la compartimos de verdad cuando nos comprometernos en construir una sociedad donde las víctimas, privadas de futuro puedan levantar la cabeza como personas libres hacemos realidad esta esperanza, construyen el porvenir desde las víctimas, tratando de cambiar

3.3.Una Iglesia de pobres o verdaderos creyentes.

Jesús de Nazaret no fue un revolucionario lanzando arengas o proclamas a favor de los pobres. Como el buen samaritano, compartió con ellos, e todo hizo lo posible por aliviar su situación hasta entregar la propia vida. Así no sólo proclamó dichosos los pobres porque Dios está interviniendo para que puedan vivir con la dignidad de personas.

Pero esta intervención de Dios que se hizo ya realidad en la conducta de Jesús, debe hacerse realidad a lo largo de la historia gracias a hombres y mujeres que “re-creen” en su propia historia la conducta de Jesús: “dichosos los que traten de vivir con espíritu de pobres”. Y en ese programa presentado por el evangelista Mateo, los pobres son misericordiosos, limpios de corazón o coherentes de lo que dicen en lo que hacen, constructores de la paz y dispuestos a trabajar por la justicia soportando incluso la persecución.

Para ser denuncia creíble de la opción preferencial por los excluidos, la iglesia no sólo debe ser habitable para los pobres, dando entrada en todos los ámbitos eclesiales a personas y culturas marginadas. La comunidad cristiana debe ser evangélicamente pobre. “Re-crear” en su propia conducta la conducta de Jesús que “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; él nos desafía a dar un testimonio auténtico de pobreza evangélica en nuestro estilo de vida y en las estructuras eclesiales, tal como él lo dio” . Se trata de encontrar el camino de felicidad viviendo con espíritu de pobres, movidos a compasión ante los sufrimientos de los pobres, que se hace lamento al ver la conducta de los soberbios arrogantes, que suscita una coherencia en la propia vida, y un apasionamiento por construir la paz en la nueva justicia.

Confesando prácticamente que las personas nos humanizamos no pretendiendo ser dioses y dominando a los demás, sino dejándonos alcanzar y transformar por la presencia de Dios cuyo poder se manifiesta en la misericordia y en la entrega por todos hasta la muerte. Ya lo sugirió la Conferencia de Medellín: “nuestro compromiso más urgente es purificarnos en el espíritu del evangelio todos los miembros e instituciones de la Iglesia”.

Los cristianos debemos revisar desde este compromiso cómo ejercemos el poder que todos de algún modo tenemos y cómo se ejerce el poder en la organización institucional de la Iglesia. Las lógica de dominación y las manifestaciones triunfalistas muy normales en situación de cristiandad nada tienen que ver con el espíritu evangélico y hoy cada vez son más intolerables.

Se comprende que identifique vivir con espíritu de pobres y verdaderos creyentes. En la tradición bíblica Dios era percibido como defensor de los pobres. Pero en el destierro de Babilonia, cuando el pueblo judío con sus jefes quedaron esclavizados y reducidos a la miseria, lógicamente se preguntaban: ¿dónde está ahora el Dios defensor de los pobres? Entonces la revelación da un paso adelante con la figura del pobre “anaw”, en plural “anawin”. Es la persona que, consciente de su pobreza, se abre total y confiadamente a esa presencia de Dios que siempre está viniendo a nosotros y nos sostiene.

Cuando el evangelista Lucas quiere presentar la figura espiritual de María de Nazaret, trae dos expresiones que vienen a decir lo mismo: ante la presencia de Dios que gratuitamente se autocomunica, María es la pobre que se abre totalmente a esa presencia, y es también dichosa porque ha creído, ha consentido, se ha entregado a esa comunicación de amor que de algún modo la constituye. Entramos así en ese encuentro con el misterio de Dios encarnado, que llamamos fe cristiana. Y aquí, en la experiencia personal y comunitaria del Dios revelado en Jesucristo, no independiente de la opción por las víctimas, está el otro resorte que urge potenciar hoy en la Iglesia.

Dos signos avalan esta convicción

Un signo es lo que a mediados del siglo pasado M. Buber en el titulo de un breve y substancioso llamó “Eclipse de Dios”. Reflejaba bien la nueva situación cultural de los pueblos europeos tradicionalmente cristianos. Mirando a lo que hoy está ocurriendo Benedicto XVI ha confirmado este diagnóstico:”una especie de eclipse de Dios, una cierta amnesia”. Una cultura “de ausencia de Dios”. Aunque la expresión puede ser equívoca pues los humanos, envueltos por el misterio, no soportamos el desencanto religioso del mundo y si caen las grandes religiones, inventamos las religiones seculares como son, por ejemplo, el consumo, la diversión o las olimpiadas. Porque no vivimos en un mundo religiosamente desencantado, puede ser que Dios brille por su ausencia como nueva forma de estar presente.. En todo caso la situación actual se caracteriza por lo que ya Pío XI calificó de “apostasía de las masas” y por el distanciamiento entre cultura y el calificado como “drama de nuestro tiempo”.

Otro signo es la crisis de fe dentro de la misma Iglesia. Con frecuencia la fe se reduce a creencias o aceptación cerebral de verdades formuladas y abstractas que no pasan por el corazón, mientras se interpreta la religión como un conjunto de prácticas en honor de una divinidad manipulable por nuestros sacrificios y súplicas. ¿Qué significan realmente y cómo vivir la fe y la religión cristianas? He ahí el interrogante básico y el gran desafío para la Iglesia evangelizadora.

Es verdad que al olvido de Dios sólo se puede responder con la pasión por Dios. Pero ¿que decimos con esta palabra, tan traída y llevada en la historia de la humanidad? En el 2008 en algunas grandes ciudades europeas se puso de moda el autobús ateo con el slogan: “probablemente dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida”. El anuncio sugiere que la cuestión primera no es si existe o no existe Dios, sino “de qué Dios estamos hablando los cristianos con nuestra conducta religiosa, moral y social”.

Soy consciente de que la situación religiosa en América Latina es distinta de la que viven los pueblos europeos y su evolución no tiene que seguir necesariamente el proceso de que se ha dado en esos pueblos. Pero hace tiempo teólogos latinoamericanos denunciaron atinadamente que el gran tentación para el cristianismo en América Latina –la observación vale también para Europa-no es el ateísmo sino la idolatría; seguir con una práctica religiosa pero sirviendo a los ídolos o falsos absolutos de poder y acaparar insolidariamente.

Y hablando sobre la religiosidad popular los obispos en Aparecida recomiendan que se cuide “para que resplandezca cada vez más en ella la perla preciosa que es Jesucristo y sea siempre nuevamente evangelizada en la fe de la Iglesia” . En los orígenes del cristianismo anunció en Atenas, ciudad plagada de dioses y religiones, al Dios revelado en Jesucristo, que no necesita de altares ni templos pues su presencia benevolente “a todo da visa y aliento”; “en él existimos, nos movemos y actuamos”.

Abriéndonos a esta presencia benevolente, “esta advertencia amorosa” de Dios, consentir en ella, y dejar que inspire nuestra conducta, tiene lugar el encuentro que llamamos fe cristiana. Una experiencia que implica sintonía profunda, confianza, sumisión gozosa, entrega de sí a un amor que nos constituye. La fe cristiana no se reduce a creer lo que no vimos ni vemos. No es aceptación servil de dogmas y mandamientos.

Es un encuentro “con un acontecimiento, con la persona de Jesucristo, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello una orientación decisiva” . Sin esta relación viva que abarca la vida entera del creyente, la fe cristiana es irreal. Si consentimos en esa presencia de amor que nos habita, podremos ser libres y autónomos como Jesús de Nazaret que pasó por el mundo haciendo el bien, curando enfermos y combatiendo las fuerzas del mal “porque Dios estaba en él”. No podemos seguir repitiendo verdades, aceptando normas, y practicando ritos religiosos que sólo tienen sentido como expresiones de una fe o encuentro personal y comunitario con el Dios revelado en Jesucristo.

Si los creyentes cristianos no actualizamos en nuestra vida cotidiana, si no pasamos de creer que creemos a creer de verdad, caminando en actitud teologal o en la experiencia mística que implica la fe cristiana, no habrá futuro para la Iglesia ni seremos la sal que, mezclada en los alimentos, ofrezca sabor evangélico.Sólo pueden evangelizar testigos, es decir los que conocen por propia experiencia, los que viven el acontecimiento de Jesucristo. Como la luz que sin más ilumina y como la sal que mezclándose sazona los alimentos. San Pablo decía: “creo y por eso hablo”
Unir la opción preferencial por los pobres y experiencia de Dios

Dos referencias entran en contraste. Trabajando hace años en la periferia de Madrid, en plena ebullición de cambio, algo me llamaba la atención. Cristianos que salían por las calles reivindicando satisfacción a derechos fundamentales de los pobres, no frecuentaban la práctica religiosa, mientras los que se mantenían fieles observantes de la misa dominical, no se acercaban a esa manifestaciones que miraban con recelo. En mi visión de la fe cristiana concluía que ambos estaban tuertos, sólo veían con un ojo.

Y aquí está la segunda referencia, Jesús de Nazaret “pasó por el mundo haciendo el bien, curando enfermos u combatiendo las fuerzas del mal porque Dios estaba en él”. La inspiración y fuerza para su compromiso precisamente radicaba en su intimidad con Dios, Padre que quiere la vida para todos. Su experiencia religiosa incluía el compromiso con los pobres y enfermos. Su misericordia se concreta en la nueva justicia y su mística tiene incidencia política.

Tengo la sensación de que los conflictos intraeclesiales que desde hace tiempo vienen amenazando a la comunión cristiana no están sólo en la visión de Iglesia interpretada en función de sí misma o en función del reino de Dios. Su raíz es más profunda: mientras unos siguen pensando que a Dios se le afirma y obedece a costa de sacrificar a la humanidad, otros piensan que la humanidad puede ser afirmada y promovida negando a su Creador. No acabamos de aceptar la buena nueva de la encarnación que, si bien tuvo lugar de modo único en el acontecimiento Jesucristo, continúa en el dinamismo de nuestra historia: ni Dios a costa del hombre ni el hombre a costa de Dios; humanidad y divinidad van inseparablemente; lejos de suprimirla o aminorarla la divinidad afirma y promueve los anhelos más profundos de la humanidad.

El Vaticano II denuncia la insensatez del hombre moderno que, pretendiendo ser centro absoluto rompe con su Creador negando su condición de criatura; esa deshumanización es precisamente lo que causa la injusticia social y la pobreza. Pero también denuncia la conducta religiosa, social y moral de los cristianos que, no revela sino más bien está ocultando “el genuino rostro de Dios y de la religión” . Si los cristianos se arrodillan ante Dios pero desprecian al ser humano que sufre y aparentemente nada puede aportar, son idólatras porque se relacionan con una divinidad creada por ellos que no existe.

La muerte de Jesús en la cruz es la expresión de otra lógica: cuando el ser humano es capaz de vivir la presencia de Dios-amor en él consintiendo y dejándose transformar por ella, caen los muros de separación y se hace la fraternidad. Una lógica que para unos es locura, para otros escándalo y para otros imaginación de mentes calenturientas. Sin embargo los cristianos vemos en esa conducta la sabiduría de Dios. Para la fe cristiana el verdadero escándalo el signo de una locura que padece la humanidad, de hambre y dos terceras partes de la humanidad que malviven en la miseria.

Muerte del ser humano y muerte de Dios que desde dentro de esas víctimas las origina con amor; las afirma y defiende continuamente su dignidad. Con nuestra codicia y desentendimiento estamos causando en esas víctimas también muerte o negación de Dios. El que no ama de verdad al otro, no conoce, no tiene la experiencia de ese encuentro que llamamos fe. Si los cristianos conocemos a Dios, nos hemos encontrado con él en Jesucristo, espontáneamante movidos por los sentimientos de compasión, sentiremos profundo estupor ante la dignidad del pobre y nos comprometeremos para que salga de su postración, conscientes de que sirviéndole servimos también a Dios.

Opción preferencial por los pobres, vivir con espíritu de pobres y ser creyentes cristianos son manifestaciones de la única fe o encuentro con Jesucristo. Unir compromiso histórico por la dignificación de las víctimas y dimensión mística es lo que hoy estamos necesitando en la Iglesia.

Curiosamente los pobres de América Latina, cuando se ven relegados y desvalidos recurren a una expresión entrañable: “diosito nos acompaña siempre”. El diminutivo expresa cariño, familiaridad, cercanía. Los pobres no experimentan a Dios como una causa incausada, ni el totalmente Otro ni el Misterio del mundo que dicen los teólogos. Ni siquiera el omnipotente que a veces invoca la liturgia. Es alguien esencialmente bueno, compasivo, el “Abba”, ternura infinita que está con y dentro de Jesús en el abandono de Getsemaní. El Dios que “nos acompaña siempre”, que apuesta por la dignidad de todo ser humano, que sostiene a los pobres y lanza un juicio profético denunciando a los poderosos que han eliminado de sus vida a Dios, o tratan de manipularlo para favorecer sus intereses mezquinos. Los pobres de América Latina experimentan la encarnación: el Dios hecho pequeñez humana a quien Herodes pretende matar y de quien los pastores reciben luz en la noche.

3.4. Otro modelo de Iglesia es necesario y posible

Desde el s.IV la Iglesia se fue configurando como un reino de este mundo. La reforma gregoriana en el s.XI destacó la figura del papa como señor del mundo y la Iglesia, concentrada cada vez más en el clero vino a ser el poder espiritual único en el mundo europeo funcionando como una sociedad perfecta con la lógica del poder. La Reforma del s. XVI y las guerras de religión provocaron el fortalecimiento de las estructuras eclesiales y la preocupación por defenderse del mundo moderno que reclamaba su autonomía. Ya Congar observó que en la Iglesia creció en el caparazón para defenderse y salvaguardar a los bautizados ante las inclemencias del tiempo, pero no creció en la vida interior o crecimiento en el espíritu de Jesucristo. Con frecuencia la fe cristiana se redujo a la incondicional adhesión a unas verdades propuestas por autoridad, frías creencias intelectuales que, al llegar el proceso de secularización se abandonan sin ningún trauma. Es lo que está pasando en sociedades tradicionalmente católicas como la española.

Urge por tanto emprender un nuevo camino. Si creemos que la Iglesias ante todo una comunidad de vida, y hoy s prioritaria la personalización de la fe o experiencia de Dios revelado en Jesucristo, no podemos seguir con un modelo de Iglesia fraguado en oposición a la Reforma y al mundo moderno donde con fuerza emergió la subjetividad. El encuentro con Jesucristo que llamamos fe no se puede reducir a unas doctrinas formuladas en el catecismo y aprendidas. La liturgia no es sin más un sistema de rúbricas escrupulosamente cumplidas. Ni la moral pude ser sólo cumplimiento de unas normas. La Iglesia debe reducirse al clero que hace del pueblo cristiano sólo un objeto de su gobierno, de su enseñanza.

Una verdadera reforma de la Iglesia no se hace sólo con el cambio de estructuras. La pesada y anacrónica estructura sólo ira cediendo y cambiando en la medida en que surjan comunidades cristianas donde se viva la experiencia de fe. Por otra parte, creemos en la Santa Madre Iglesia que nos ha dado y no está dando la fe en Jesucristo: una Iglesia que no existe fuera del tiempo, y en unas formas históricas que no se identifican con el ideal que es reino de Dios. Es posible continuar dentro de la Iglesia resistiendo a las arrugas que desfiguran su rostro, y tratando de avivar la fe dentro de uno mismo en dentro de la comunidad cristiana.

Aunque una mirada superficial sobre el proceso que hoy está teniendo lugar en países europeos como España da la impresión que el cristianismo está muriendo, lo que sí muere es una situación de cristiandad; está cayendo un cristianismo que de prioridad al ritualismo y a los cumplimientos más que a la vitalidad en el espíritu de Jesucristo Pero está surgiendo un cristianismo donde crece la personalización de la fe, siguiendo el espíritu del Vaticano II. Están surgiendo grupos y comunidades que, animados por una fe viva, se dejan impactar por el sufrimiento de los excluidos y trabajan con los demás seres humanos buscando más humanidad, una sociedad fraterna expresada en el símbolo reino de Dios.

4. Reflexión final ya en América Latina

Al terminar esta exposición de un teólogo europeo vds pueden apuntillar: ese modelo de Iglesia es que nosotros iniciamos después del Concilio y a partir de Medellín. Quisimos unir experiencia del Dios de Jesucristo y opción preferencial por los pobres; e iniciamos un modelos de comunidades cristianas que fueran parte del pueblo, que vivieran esa experiencia de Dios y se comprometieran con los pobres en un proceso de liberación.

Ciertamente, Los obispos de A.L. en Aparecida acentúan las dos dimensiones: opción preferencial por los pobres y experiencia de Dios revelado en Jesucristo. La Iglesia “no puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que con mucha frecuencia son pobrezas escondidas”; “continuaremos levantando nuestra voz en los espacios sociales de nuestros pueblos y ciudades, especialmente a favor de los excluidos de la sociedad” Y se destaca bien la dimensión mística que incluye la fe: “se comienza a ser cristianos por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva” Quien se deja alcanzar por la presencia del Padre misericordioso revelado en Jesucristo actúa en la gratuidad o nueva justicia, y en el sufrimiento de las víctimas percibe la voz de Dios cuyo amor está diciendo: quiero que vivas, no matarás.

Los obispos se mantienen fieles a la Iglesia en América Latina que, a mediados del siglo pasado, recibió la gracia de descubrir a Dios en los pobres. Una nueva forma de mirar al ser humano desde el corazón de Dios, que no es fruto de raciocinios mentales, sino impacto de compasión que causa en nosotros el sufrimiento del otro. Como la relación de amor, también dejándonos alterar por el sufrimiento de la víctima avanzamos en el conocimiento de Dios encarnado y de la humanidad divinizada.

Después de leer detenidamente los documentos de Medellín, a teólogos latinoamericanos, ya tocado por el sufrimiento de las mayorías empobrecidas escribí un librito con el título “Espiritualidad y liberación”. Tanto en dichos documentos como en teólogos como G.Gutiérrez y Jon Sobrino percibí que la opción cristiana por los pobres tiene inspiración teologal; su principio es la misericordia y su realización es un proceso de espiritualidad que incluye inseparablemente pasión por Dios revelado en Jesucristo y pasión por el ser humano. Contemplación y compromiso histórico por la liberación de todos desde la opción preferencias por las víctimas.

Es la experiencia que han vivido y nos han dejado como herencia obispos, santos padres de la Iglesia en A.L. Por ejemplo, Méjico los obispos Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz aquí en Mexico.. Porque me tocó estar en Centroamérica y ver de cerca el proceso de Mons Romero, he leído con detenimiento sus homilías y sigue siendo para mí un signo elocuente de cómo opción preferencial por los pobres y encuentro con Dios revelado en Jesucristo son manifestaciones de la única experiencia que llamamos fe cristiana.

Aquel obispo se dejó alterar por la situación inhumana de los pobres El grito de Mons Romero “¡Cese la represión!” ante un pueblo empobrecido, indefenso y masacrado por los poderosos de este mundo, expresa la santa indignación; “es un grito como el de Cristo que decía: convertíos, volved al buen camino”. Fue la expresión de quien se confesaba “solidario con todos los hombres y mujeres atropellados en su libertad y en su dignidad por cualquier clase de violencia”. Era el grito profético no de odio ni deseo de venganza, “su motivación es el amor”, porque “este clamor del pueblo es la voz de Dios”; “un clamor que debe ser escuchado como la misma causa del Señor”; “la sangre, la muerte están más allá de toda política, tocan el corazón mismo de Dios”.

Por tanto “desde los pobres podrá la Iglesia ser para todos podrá también prestar un servicio a los poderosos a través de una pastoral de conversión; pero no a la inversa como tanta
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