Para leer la crisis y actuar como cristianos (y II)

La mirada ética se suma a la mirada “científica” de la realidad, la acompaña siempre. Pero nuestro conferenciante se va a centrar en el análisis de la crisis social y económica desde la ética cristiana.

Y, ¿cuál su propuesta para corregir esta globalización neoliberal y, por ende, la crisis económica que ahí se ha gestado?

Es lógico que los liberales-neoliberales nos pregunten ya directamente por cuáles serían los principios morales, y sobre todo las pautas políticas, sociales y económicas que proponemos y exigimos en alternativa a las suyas. ¿Verdaderas soluciones de fondo y por tiempo? Lo queremos, es irrenunciable. ¿Qué exige la ética de una mediación económica y política en la actualidad, frente al neoliberalismo a secas?
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El camino de los principios éticos es una vía que molesta mucho a los neoliberales y también a los liberales más moderados; molesta sobremanera a mucha gente implicada en la acción política y económica directa. Molestaba más antes de la crisis, claro está. Consideran que es demasiado fácil valorar así la realidad, sin haber hecho el esfuerzo de atender a las políticas económicas y sociales, teniendo en cuenta que ellas persiguen lo históricamente posible.

En cuanto a las pautas “políticas” vamos a pensar en la importancia efectiva y moral de algunas para concretar una mediación socio-económica más justa.


1) Sin duda, y en primer lugar, la respuesta viene por el reconocimiento de que es necesaria la subordinación social y política del mercado para ordenar sus fines y dominar sus excesos. Comencemos por la dimensión social, y pensemos en la urgencia de algunas medidas que reflejen la primacía de las necesidades sociales sobre la economía, (“lo que de verdad necesita la gente y es básico en una vida digna”), frente a los despilfarros, oligopolios y hasta monopolios que el mercado neoliberal provoca y consiente. ¡Hay que asegurar la misma competencia de la que se presume! Y en cuanto al modo, se trata de imponer a los mercados, y a la acumulación de propiedad que está tras ellos, ciertos mecanismos fiscales, comerciales, laborales y ecológicos, expresión de la servidumbre social de los mercados y de la propiedad privada, por ende, éticos, que los hagan verdaderamente mercados libres, con eficacia y equilibrio, y no el reino del despilfarro y de la acumulación de propiedad sin cuento, del productivismo, la especulación financiera y el crecimiento indiscriminado. Cabe decir, en frase lapidaria, "economía de mercado, según y cómo, sí; sociedad de mercado, ciertamente no".


2) Esa servidumbre social de los mercados reclama el respaldo de una subordinación a la política, es decir, una autoridad política democrática que vigila, controla y ordena, si preciso es, “los mercados”; a la globalización económica le corresponde ser gobernada por alguna forma de organización política democrática, que la gente, “el movimiento popular” exija, ¡aquí nadie regala nada!. La razón política de esta necesidad parece clara. Donde el Estado Democrático, y su “equivalentes” Internacionales, pierden presencia reguladora, no es la Sociedad quien gana espacios de autodeterminación (Democracia y Bien Común), sino que son “los mercados” quines expanden su lógica totalitaria. Como se dijo, ¡mucho antes de que estallara la crisis, “los mercados financieros gobiernan, y los gobiernos nacionales gestionan...y acompañan con puño de hierro a las transnacionales”. El Presidente Lulla lo dijo en un momento mejor que éste y en relación a la crisis del cambio climático. Si no hay una coordinación política internacional que asuma la causa de África como causa de la humanidad, y que se implique en la prestación de tecnologías más limpias a las economías emergentes, éstas nunca se sumarán a un Protocolo más exigente que el de Kyoto, a partir del 2012, en que expira, y menos aún los pueblos más pobres de la Tierra. Estas palabras, añado por mi parte, hay que pensarlas hoy en relación a África, primero, y en relación a todos los pueblos del mundo, implicados sin remedio en una crisis financiera y económica global; implicados, sin duda y también, en una crisis del modelo de crecimiento y del modo vida, insostenibles para todos. Se acabó la inocencia de pensar que mi modo de vida es universalizable, todos los podrían tener con empeño, y además innegociable.
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3) La primacía de los pobres. Hay algo que concreta más, si cabe, lo dicho sobre el mercado y su subordinación o servidumbre "social y política", con todos los argumentos dados. Al interesarnos por la realidad, mundial o local, la vida digna de la gente nos reclama algo con urgencia moral absoluta y, por tanto, una primacía concreta en la política: atender a las consecuencias de la globalización neoliberal y de la crisis económica y financiera sobre “los pobres”, personas y pueblos enteros, “los pobres”. Los pobres, más allá de nuestro debate sobre qué teoría y sistema social es más eficiente en la creación de “riqueza” y, sobre todo, más allá de si compartimos ya una alternativa social claramente delineada, “los pobres” nos ponen ante situaciones de extrema necesidad, situaciones que no pueden esperar a la resolución de debates ideológicos, y ante las que no cabe transigir por realismo político. En palabras de Peter Singer, "¿qué sentido tiene el lujo en un mundo en el que mueren de pobreza 10 millones de niños al año?" . A veces, atender a estas situaciones, será lo único posible y, sin duda, siempre, irrenunciable. Nuestra intransigencia moral tiene que plasmarse, en este caso sin aceptar dilación alguna, en exigir medidas reguladoras del mercado de los globalizadores, y de sus estructuras políticas, que aminoren sus efectos más perversos contra los pobres. Éste es un elemento que no debería entrar en la balanza de las concesiones políticas del pacto social, lo consideremos para nuestro país, o lo hagamos en términos de mundo único.
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En suma, la sostenibilidad de un modelo de desarrollo justo y posible, inclusivo y con futuro, bajo el primado de la satisfacción de las necesidades básicas de todos, y especialmente de los pobres, deber ser la primera consideración política de la economía. El cambio de estilo de vida por un modo ético de la llamada "calidad de vida", seguramente plasmado como decrecimiento sostenible, se revela, finalmente, inexcusable.

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En clave pastoral y eclesial ante la crisis económica y social: “Dadles vosotros de comer.., y comieron todos hasta quedar satisfechos” (Mt 14, 13-21).

En los círculos cristianos a los que pertenecemos, es normal y corriente que aparezca la pregunta sobre qué hacer como creyentes e Iglesia en esta situación social tan delicada. Quiero adelantar en este sentido algunas líneas de reflexión bajo la doble pauta del texto evangélico que encabeza esta reflexión, “dadles vosotros” y “si se comparte, llega y sobra”.

a) En primer lugar, yo pensaría en todo lo relativo a lo que es tomar conciencia de la realidad y, en este sentido, hacerlo a partir de los grupos sociales más amenazados o, directamente, ya excluidos. Es lo que a veces llamamos ser honestos con lo real, conociéndolo con los saberes sociales críticos y desde la perspectiva de las víctimas de la crisis. Lo que acabo de decir de la DSI podríamos repetirlo aquí. Es decir, nos puede ayudar mucho, pero no librarnos de un buen análisis social, de una revisión en profundidad de nuestra coherencia personal y eclesial, y de las estrategias políticas que apoyamos a partir de los pobres y excluidos.
Por otro lado, en este momento de nuestra reflexión, todos sabemos que la sensibilidad de los círculos católicos para hablar de las crisis sociales en términos de valores y contravalores morales en juego, es muy corriente; debemos valorar esto mismo como algo positivo y razonable, pero a condición de que esa mirada de la crisis como crisis de valores lo sea desde valores referidos a personas y compromisos sociales concretos, y por tanto, encarnados también en estructuras sociales que hay que desarrollar a partir de los más débiles. ¿Es decir, qué respeto de las personas y qué estructuras sociales encarnarían mejor esos valores que las del capitalismo neoliberal de presente? Quizá descubramos, así, que hablando de buenos valores a realizar, no estamos socialmente como cristianos y como Iglesia donde nos creíamos, sino realizando sus contrarios. Hay que pensar esto muy bien.

b) En segundo lugar, esa toma de conciencia tiene que pasar de “lo personal-privado”, a lo “comunitario-público”. Hacerlo con tacto, respeto, sin cansar, y leyéndolo en clave de profunda espiritualidad encarnada, mostrando lo estructural y social como una perspectiva más de la evangelización (anuncio, celebración y compromiso). Aunque suene duro, estoy hablando de “politizar” la conciencia moral cristiana, el discurso público, la evangelización y la caridad cristiana. Sobre todo de caridad como acción y denuncia. No sólo, pero también; ésta es su lógica. Recuerdo que José María Mardones se refería al cristiano adulto del futuro como alguien que debería combinar con equilibrio una experiencia religiosa profunda, una solidaridad efectiva o real, una conciencia estructural de los problemas sociales, ¡a esto me refería!, una fe vivida y compartida en una pequeña comunidad, bien formado críticamente, y con ganas de celebrar con gozo la vida y la esperanza. Lo repito aquí. Parece digno de ser pensado después de su muerte.

Por su parte, en una reflexión ante el clero y los laicos de la Diócesis de Vitoria, su vicario general reflexionaba sobre el desarrollo del servicio de caridad de la Iglesia con este preciso esquema:

“De las ayudas a la comunicación de bienes y al voluntariado. (Dinámica de implicación personal creciente).
De la asistencia a la promoción y a la transformación social. (Dinámica de progresión en los servicios).
De los servicios a la acción comunitaria mediante la coordinación. (Dinámica de integración en el trabajo social)”.

Yo añadiría otra dimensión: de la caridad a la justicia, y de la justicia a la caridad. La caridad no sustituye a la justicia, la acompaña, le da un sentido cristiano, pero no la suple. Cuando la justicia se realiza, la caridad va más allá en aquello que no es debido; y cuando la suple, siempre lo hace provisionalmente y denunciando las causas que impiden la vida justa. No se puede dar en caridad, lo debido en justicia. Cuando la caridad suple a la justicia, y calla, se convierte en beneficencia inmoral.

Supongo que para los expertos de Cáritas el esquema es común, y quizá pueda debatirse si subraya debidamente el protagonismo de los que tienen derecho y deber a su inclusión social, pero es interesante para nosotros pensarlo como el armazón de una caridad que indaga en la dialéctica de su “proceso personal y social”.

c) Me gustaría referirme ahora a otra pauta para la acción: es necesario coordinarnos bien en torno a los servicios de Cáritas en la crisis. Cuáles son, qué se hace ya, a dónde se llega, que demandas aparecen, si se puede aportar más desde las comunidades cristianas y desde la Iglesia Local, si la relación con la justicia es clara, si hemos de implicar y exigir más del poder público, etc. Creo que éste es el momento en que los de Cáritas deben tener un papel protagonista en la planificación o proyecto pastoral de nuestras parroquias e iglesias diocesanas; para estar mejor informados nosotros, para que nos oigan desde el barrio y sociedad, para agrandar sus posibilidades desde las zonas, la Diócesis, y la administración pública. Pero siempre, después de exigir la justicia en la sociedad. Hay que discernir esto bien.

d) La última aportación que quiero hacer tiene que ver con la educación; me refiero a la labor educativa de la fe y de la comunidad cristiana en medio del mundo, para “poner en valor”, se dice, para dar valor a una cultura de la vida digna para todos, por tanto, del ser y compartir frente al tener y acumular, y siempre “para todos”. Hay dos principios que reconocer en este sentido: “Mi modo de vida no es universalizable” y, segundo, “mi modo de vida no es innegociable”. Nótese que pensados en positivo constituyen el núcleo duro de la ideología social del mundo rico.
Esta cultura de la vida digna para todos, tiene que traducirse, por tanto, en cultura de la sobriedad, porque “se puede y se debe vivir con menos, todos y bien”, y sin ignorar el estudio del decrecimiento sostenible como paradigma social necesario; y esta cultura de la vida digna para todos, tiene que traducirse en una cultura de la solidaridad y la justicia, donde la sobriedad alternativa no es acumulación privada del ahorro, sino bienes más compartidos, porque “se puede vivir con menos, y bien, compartiendo más con otros pueblos y otra gente”.

Esta cultura del compartir, desde la solidaridad y sobriedad, no me cansaré de decirlo, no puede separarse de la justicia de los derechos humanos de todos, de la dignidad de cada persona y pueblo, de las víctimas de la crisis. La primera mediación ética de la fe cristiana es la justicia. La justicia traduce a lenguaje ético y vida política lo que nosotros decimos de la caridad, pero vamos por su cauce como todos, y le sumamos la interpretación de fondo, en cuanto a la persona como hijo e imagen de Dios. La caridad es un sentido propio, al interpretar la fraternidad; una motivación peculiar para ir más allá de lo debido, una vez satisfecha la justicia, gratuitamente; y sólo cuando es imposible la justicia, y bien acompañada de la denuncia social, remediar lo inhumano provisionalmente, hasta dar con la inclusión que incluye a los sin derechos hoy, la justicia.



Son por tanto muchas ideas. Decir que no sabemos qué hacer a estas alturas de la reflexión caritativa y social cristiana, es imposible. Reconozco que todo este mundo de las pobrezas y exclusiones, de la gente concreta que padece estas situaciones, y de los procesos y estructuras que en gran medida las provocan, es complejo; sabemos que “nos exige acercarnos desde lo personal, desde lo comunitario, desde lo estructural, combinando la acción con la sensibilización, mezclando el corto con el largo plazo, uniendo actitudes y talantes con compromisos y con acciones concretas…” , pero posible es.


Y si el conocimiento social y el contacto personal son imprescindibles, en el inicio de la conversión caritativa de la fe siempre está la indignación ética ante las víctimas de cualquier abuso o violencia, y para los creyentes, el dolor y la compasión de Dios por los suyos, comenzando por los últimos del mundo, su alma de Padre siempre a la espera del hijo pródigo que vuelve arrepentido a la casa común. Hay tarea.
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