Alrededor de la mesa
En torno a una mesa pueden ocurrir cosas buenas y malas. Todo depende de quiénes se sienten a su alrededor. En la mesa en la que se han sentado las delegaciones rusa y ucraniana se han conseguido pocas cosas buenas.
En torno a una mesa pueden ocurrir cosas buenas y cosas malas. Todo depende de quiénes se sienten a su alrededor. En la mesa en la que se han sentado las delegaciones rusa y ucraniana se han conseguido pocas cosas. Buenas ninguna. Y menos mala quizás una: la de respetar, por parte rusa, algunos corredores humanitarios para que puedan salir de su país personas inocentes que nada tienen que ver con los intereses políticos de los poderosos.
Hay mesas en las que conviene sentarse con prudencia, las mesas en las que se hacen negocios, más o menos justos, o se reparten los bienes, unas veces de forma egoísta y otras de forma más o menos generosa. Hay mesas deseables, como la mesa de la sabiduría, frente a la que se sienta el buen maestro, que acepta preguntas, aprende de los alumnos y hasta reconoce sus limitaciones.
Finalmente están las mesas vestidas de fiesta. Son mesas repletas de buenos manjares; en ellas, junto con la comida, se comparte la alegría, la conversación, la vida. Son las mesas de los compañeros, de los que comen pan conmigo. Mesas de fraternidad. A Jesús le gustaba comer con otros, porque así entablaba amistad con los comensales. Las comidas de Jesús eran signo del amor del Padre hacia los hombres, un amor que nos hace hermanos.
En torno a estas mesas vestidas de fiesta ocurre algo maravilloso: todos somos iguales, todos comulgamos en el mismo pan. Solo algunos consiguen ubicarse en una conferencia: depende de sus intereses o capacidades intelectuales. Pero todos se ubican alrededor de una mesa. Allí se encuentran el sabio y el ignorante, el viejo y el niño, el rico y el pobre, el inocente y el pecador. Incluso el traidor puede servirse del mismo plato que el santo (“el que ha metido conmigo la mano en el plato, ese me entregará”: Mt 26,23). Todos son iguales ante los alimentos.
A veces el alimento que está sobre la mesa es alimento para el espíritu, cuando sobre ella está el libro de la Palabra de Dios, pues no sólo de pan vive el hombre, su alimento fundamental es el pan de la Palabra de Dios (Mt 4,4). Por eso Jesús, a aquellos con los que comparte el pan (Jn 6,26), les anuncia el hambre de otro pan, que da vida para siempre (Jn 6,51). Jesús es este pan que baja del cielo (Jn 6,51).
Hay mesas donde nadie se siente extranjero: la mesa donde se imparte sabiduría, la de los compañeros, la de la Palabra de Dios. Esas son las mesas que importan. ¿Cómo convertir esta mesa de negociaciones en torno a la que se sientan los delegados de los gobiernos de Rusia y de Ucrania en mesa de sabiduría o en mesa de fiesta? Este es el anhelo de muchos, incluidos bastantes rusos, que no se sienten bien representados por su gobierno.