Pascua, ¿alegría del mundo?
“Con esta efusión de gozo pascual el mundo entero se desborda de alegría”, dicen los prefacios del tiempo de Pascua. La frase da para muchas reflexiones. Para empezar, es una frase dirigida a los creyentes, a los que participan en la celebración eucarística. El mundo que debe desbordar de alegría es el mundo creyente, la asamblea de los fieles. Aún con esta restricción la frase necesita alguna explicación. Porque también los creyentes, a la salida de la celebración, nos encontramos con muchas cruces. Algunas afectan directamente a los que creen en el misterio pascual. Por ejemplo, el vergonzoso destrozo de las instalaciones del Colegio de los Hermanos de La Salle en Mérida (Venezuela), ocurrido este pasado jueves. Esos hermanos viven la alegría en el dolor.
La alegría es un don mesiánico, que Jesús promete a los suyos en un contexto humano de tristeza: “lloraréis y os lamentaréis, estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Se alegrará vuestro corazón, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16,20-22). La alegría que Jesús promete es muy distinta de las alegrías que el mundo ofrece. Porque esta alegría no nace de la búsqueda egoísta del propio placer, sino de contemplar con gratitud y sin envidia el bien de los demás. Solo el que trabaja por el bien de los demás, trabaja por su propia felicidad. Algo de eso dice el poeta bengalí Rabindranath Tagore: “Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría”.
El anuncio de la Pascua debería despertar mucha alegría. Primero, porque en ella se recapitulan las mejores esperanzas de los humanos. Y luego porque la fe pascual nos empuja a “buscar los bienes de arriba, no los de la tierra”, tal como dice la carta a los Colosenses (3,1-2). Los bienes de arriba son bienes de este mundo. Un bien de arriba es dar de comer al hambriento. O consolar al triste. Cierto, en ocasiones el bien que hacemos no tiene reconocimiento. Pero eso no tiene que hundirnos. Amar gratuitamente es saber que los otros pueden decepcionarnos y entristecernos, pero nunca deprimirnos. Como dice un buen amigo: “Tenemos que aprender a sentirnos cómodos con nuestras incomodidades”.