Somos amor y libertad

No es difícil darse cuenta de que el Amor es lo más importante de la vida. ¿Quién no ha sentido su ausencia en soledad o (más duro aún) en compañía? Además, todos hemos experimentado la maravilla de encontrarnos entre amigos. Un solo amigo, da valor a toda una vida. (Schiller) Sucede que el amor no es una “cosa”. El evangelio lo compara con un tesoro, con una piedra preciosa. Lo que compara no es amor y tesoro. La comparación es entre la situación personal de quien encuentra un tesoro y de quien encuentra el Reino de Dios = el amor.

Ahora, sin embargo, no tratamos propiamente del amor, sino del desarrollo del amor. O mejor, del proceso y del cuidado necesario para que el amor tome cuerpo en nosotros, para que vaya invadiéndonos y situándonos en nuestro nivel. Somos AMOR y libertad. Ese es nuestro nivel. No en plenitud, sino en proceso. Y ese es el camino que nos proponemos ahora: andar por la vida viviendo amor, hasta que el germen que llevamos, llegue a plenitud.

Para ello vamos a tratar de la “pedagogía” necesaria, de los pasos certeros que nos lleven hasta el “Amaos unos a otros”. Nos vamos a plantear cómo llegar, por dónde ir

Tenemos la respuesta: “como yo os he amado” En la encuesta queremos, precisamente, concretar y personalizar el “cómo”. El amor es energía, vitalidad. Pero necesita ser estimulado. De lo contrario, no dejará sentir su presencia. No olvidemos que el amor (como casi todas las cosas claves de nuestro ser) requiere EXPERIENCIA
Llagados aquí, son necesarias algunas puntualizaciones:

1ª. - Las acciones amables que a veces nos proponemos para que los demás reciban nuestra incidencia amistosa, tienen escaso resultado. No llegan al fondo del problema. El amor no es un “producto” mecánico. Las acciones amables son ejercicio de amor, que le hacen crecer y aflorar al exterior. Para los demás, esas acciones no son más que referencia o indicadores y, a lo sumo, llamadas.

Lo específico de Jesús, lo que le hace ser “salvador”, consistía en su modo de ser y de hacer que nos permitan sentir la realidad de que Dios nos quiere. Lo demás ya es cosa nuestra.

En la parábola del buen samaritano Jesús nos señala un camino justo: El fariseo pregunta ¿quién es mi prójimo? Jesús hace su pregunta al revés: ¿tú, de quién te has hecho prójimo?

El mismo mensaje nos llega en la aparente contradicción de: “amad a vuestros enemigos”. Si ves a alguien como enemigo, el mandato de Jesús se hace imposible. Pero ¿qué dificultad hay en amar a quien tú amas, aunque él no corresponda? Nunca amamos a otros porque son buenos, sino porque nosotros somos “amadores” Como el Padre celestial hace salir el sol para buenos y malos.

2ª.- Encontramos también distorsiones en cuanto a quién es el “propietario” o el “gestor” del amor y de la caridad que anda por el mundo. La Iglesia se siente heredera de Jesucristo, de quien recibe su mensaje y su misión. Y así es. Pero además está extendida la idea de que el Evangelio pertenece a la Iglesia, a las Iglesias, como si fueran herederas únicas. Y así, predicar el amor a los demás, la caridad, el sacrificio... se incluye en el lote de prácticas “religiosas”, bajo la responsabilidad propia de eclesiásticos. Esto es claramente perjudicial para todos: para la Iglesia y para el mundo. Y especialmente entorpece y distorsiona la evangelización y mensaje de Jesús.
Es urgente poner las cosas en su sitio. Cuando hablamos de AMOR, no hablamos directamente de “religión”(en todo caso, de religación). Hablamos del componente fundamental de la realidad humana. No es cuestión encomendada a particulares. Es una realidad antropológica constitutiva del ser humano.

Atentar contra el AMOR es degradar y destruir al Hombre. Y como consecuencia, ofensa de Dios, su creador. No al revés.
Por lo tanto, luchar para que los ambientes, las estructuras y las personas seamos fuente de amor, no es una lucha de religión. Es simplemente plantearnos en serio querer ser lo que realmente somos.

Es fácil caer en una trampa en este campo:
* No hay amor sin comunión
* No hay comunión sin iglesia (Zubiri)
*Conclusión: Luego la jerarquía tiene la última palabra sobre la rectitud en el amor.
Y esto no es así.
Por el contrario, urge sacar este tema del ámbito eclesiástico y plantarlo en medio de la plaza del mundo. Así evitaremos inútiles limitaciones y contribuiremos a ponerle de pleno derecho en la médula de cualquier tipo de sociedad.
El Mandamiento Nuevo no puede ser un coto administrado por propietarios privados. Es patrimonio - EL PATRIMONIO - más valioso de la Humanidad.

3ª.- Que la Iglesia no sea “propietaria” del “Amaos unos a otros”, no significa que esta propuesta no tenga nada que ver con a Iglesia.

De hecho el MANDAMIENTO NUEVO es lo que da razón de ser a la Iglesia. Es su función y misión, puesto que ha decidido ser continuadora de la trayectoria y misión de Jesús, el Cristo.

Pero hay que decir también que el hecho de que este “mandamiento” de Jesús sea su razón de ser, tampoco equivale a que ese mandato sea de su exclusiva “propiedad”. Todo lo contrario. Somos nosotros los que nos debemos a la misión. No es la misión, la utopía, la que nos pertenece a nosotros.

Dudosamente podemos decir que somos “intérpretes auténticos” del Mandamiento nuevo. No sólo hay que mirar a Dios para entender qué es eso. La mirada tiene que ir primariamente hacia el Hombre. ¿Y con qué razón puede nadie arrogarse la interpretación auténtica de la realidad-Hombre?

4ª.- En un mundo estructurado sobre injusticia y opresión, la referencia “como yo os he amando” da al amor un imborrable sello de rebeldía. No es posible ir por el mundo sin lucha. ¿Cómo sacar a los presos de la cárcel, sin luchar con los carceleros? ¿Cómo dar pan y vestido y cercanía a hambrientos, desnudos y marginados sin cambiar leyes, sin quebrar la prepotencia de los insolentes?

5ª.- Se ha valorado la inteligencia como elemento distintivo del ser humano. Y junto a la inteligencia se ha puesto la voluntad como fuente del amor y hogar de la libertad.

¿Quién va a negar el valor y la necesidad de la inteligencia o de la voluntad? Posiblemente se discuten excesos que crean racionalismo y voluntarismo. Y nada más.

Pero centrando toda la atención en la voluntad y la mente, se ha dejado en oscuridad otro componente decisivo: los sentimientos.

Los sentimientos cuando tienen una cierta intensidad, dominan la mente y la voluntad, pueden trastornar el equilibrio emocional y llegan a crear situaciones duras que dificultan el amor normal, tanto cuando son eufóricos como cuando son depresivos.

Curiosamente mística y sentimientos tienen más cercanía activa entre sí que con cualquier otro componente personal. Mística es la huella que deja en nosotros la experiencia del “misterio”. Y sentimiento es la huella vital que produce en nosotros esta experiencia.

Esto sucede ¡claro está¡ cuando ponemos a la mística y al sentimiento en su espacio real, sacándolos del campo de alucinaciones o neurosis, campos en que nuestra frivolidad normalmente las sitúa.
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