Justino Sarmento Rezende, indígena y salesiano, una combinación no siempre fácil de conjugar

La presencia Salesiana en el Río Negro, de la que recientemente se ha conmemorado el primer centenario, es una historia de luces y sombras, que ha provocado diferentes lecturas a lo largo del último siglo, pues los métodos empleados no siempre fueron los más adecuados, aunque todo debe ser leído dentro del contexto histórico en que los acontecimientos tuvieron lugar.

Las vocaciones religiosas, tanto masculinas como femeninas, entre los indígenas, tardaron en fructificar. El primer salesiano indígena que fue ordenado sacerdote, hace 21 años, fue el padre Justino Sarmento Rezende, que con el paso del tiempo se ha convertido en un puente de unión entre el espíritu de los hijos de Don Bosco y las comunidades indígenas, lo que en algunos momentos ha provocado incomprensiones de un lado y de otro.

Nacido en Pari-Cachoeira, en la frontera entre Brasil y Colombia, pertenece a la etnia tuyuka y fue uno de los muchos niños y niñas indígenas que estuvieron en los internados salesianos, que supusieron una gran novedad en la región del Alto Río Negro, pues provocó la salida de los niños y adolescentes indígenas fuera de sus aldeas y pasar a tener una relación interétnica. Todo en vista a incorporar a los indios al mundo de los blancos, de los “civilizados”, lo que llevó a prohibir que se hablasen las lenguas indígenas o se practicasen sus ritos y costumbres, bajo amenaza de severos castigos. Para los indígenas estar internos era una mezcla de sensaciones, de un lado los duros trabajos, la disciplina rigurosa, los castigos, que se veían compensados con la práctica de deportes, torneos, cine, teatro, excursiones…

En el poco tiempo que pasaba en casa, el padre Justino no conseguía aprender las tradiciones de la cultura autóctona, que su abuelo, pajé de la comunidad, le intentaba enseñar, pues en la escuela no eran enseñados los valores indígenas. Todo dificultado por el hecho de que eran prohibidos las ceremonias y rituales indígenas en las aldeas. El cristianismo se volvió controlador de las tradiciones indígenas, demonizando a quienes las realizaban y considerándolas como señal de atraso. A pesar de todo, éstas eran realizadas en secreto.

El desplazamiento físico-cultural para los internados tuvo como consecuencia que en el momento en que deberían pasar por los rituales indígenas, en la adolescencia y juventud, eran iniciados en los ritos de los no-indios, lo que preocupaba a los más viejos, que decían: “nuestros valores (cantos, danzas, rituales, ceremonias) van a acabar, pues nuestros nietos se volvieron como los blancos”. Pero al mismo tiempo, en la década de setenta, muchos indios tenían aversión a su identidad indígena y se consideraban “blancos, civilizados”. Saber hablar portugués era motivo de orgullo para muchos jóvenes, padres, profesores, salesianos y sobre todo para el gobierno, que conseguía poco a poco conquistar a los indios.

El ambiente en los internados dependía del salesiano que estaba al frente. Cuando era comprensible, amigo y animador, las cosas andaban mejor. Si, por el contrario, era de férrea disciplina y controlaba la vida de los internos a base de castigos…, el sufrimiento aumentaba, como reconoce el hoy salesiano, recordando sus vivencias de la década de setenta en Pari-Cachoeira, en las que fue formado, en plena dictadura militar, intelectual y técnicamente, pues en los internados salesianos era común aprender técnicas de trabajo en el campo, cría de ganado, carpintería, mecánica…

Él mismo reconoce cómo la dimensión religiosa ejercía fuertes influencias en la personalidad de los internos, provocando un clima en el que se mezclaban el miedo y la alegría (muerte y vida eterna, pecado y gracia, infierno y cielo…) que fortalecía la disciplina a través de la obediencia y la docilidad, siempre con el objetivo de aprender las cosas “de los blancos” y soñar con el mundo de los “civilizados”, todo bien organizado a través de horarios detallados y disciplinas para construir un tipo de hombre honesto, ciudadano y buen cristiano.

Su llegada a Manaos, para sus estudios filosóficos y teológicos, supuso un nuevo choque cultural, pues llegaba con la convicción de que era “blanco”, como así le consideraban en su aldea y le habían enseñado en el internado, y una vez en la capital era despreciado por su condición de indio. Será en esta época en que entrará a formar parte de las organizaciones indígenas, como la COIAB (Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña, por sus siglas en portugués) o la MEIAM (Movimiento Estudiantil Indígena del Amazonas, por sus siglas en portugués), del que llegó a ser secretario. En estos espacios se sintió partícipe de las luchas indígenas, superando miedos y prejuicios.

Así mismo relata su participación en la década de 2000 en el GIPRAB (Grupo de Indígenas Padres y Religiosos/as de la Amazonia Brasileña), que tenía como tentativa “una mejor comprensión de nuestra historia indígena, soñar cómo nosotros indígenas, padres y religiosos/as, podríamos contribuir con la caminada de la Iglesia y de nuestras congragaciones religiosas”. Pero, como él mismo señala, siempre encontraron mucho recelo en la Iglesia y las diferentes congregaciones, pues eran vistos como demasiado próximos a la Teología de la Liberación, un verdadero pecado en aquellos años.

El Padre Justino es un personaje conocido y querido entre las comunidades del Río Negro, fruto de su trabajo en diferentes lugares y de su labor en pro de la educación indígena, de la que es uno de los mayores especialistas del país, como demuestran los numerosos artículos y convites para dar conferencias o cursos sobre el tema en las diferentes universidades brasileñas. Su destacado papel en la asesoría de la FOIRN (Federación de Organizaciones Indígenas del Río Negro, por sus siglas en portugués) ha sido en los últimos años un puente entre los indios y la propia Iglesia Católica y un elemento que ha ayudado a limar asperezas.

Siempre ha realizado grandes esfuerzos para que sea reconocido el papel de los indígenas dentro de las estructuras eclesiales y de la vida religiosa salesiana. Él mismo dice que “antes de ser salesiano, yo ya era indígena”. En ese sentido, el padre Justino hace una llamada a que los religiosos indígenas contribuyan mejor en la comprensión de las culturas indígenas, de sus valores, conocimientos, saberes, pero también en el reconocimiento de las limitaciones y debilidades.

De hecho la vocación a la vida religiosa y sacerdotal no siempre ha sido bien acogida dentro de la cultura indígena. Relata su propia experiencia y la reacción de su madre cuando dijo que quería ser salesiano: “no fue para eso que yo te eduqué, yo quiero nietos”. Ella siempre había soñado con que su hijo fuese maestro de cantos y danzas ceremoniales tuyuka, como ya eran su padre y su abuelo. Éste dijo: “en nuestra cultura no existen padres, ser padre es cosa de blanco”. Su padre, que era catequista de la comunidad, aceptó que fuese a hacer la experiencia vocacional, pero que volviese rápido.

El primer sacerdote salesiano del Río Negro subraya la necesidad de dejarse inundar por la espiritualidad indígena, que nace de la vida comunitaria, del compartir, de los trabajos comunitarios, las fiestas, la naturaleza que les cerca y con la que saben relacionarse a partir del respeto, y que se ven enriquecidas mutuamente con la teología a través de un proceso de inculturación del mensaje del Evangelio y las prácticas de vida cristiana.

Es necesario, en su opinión, entender que cada pueblo indígena tiene sus propios modos de relacionarse con el Dios de la vida, que se expresan de diferentes maneras, a partir de su experiencia como pueblo. Un Dios que es conocido con diferentes nombres e imágenes y que es transmitido con explicaciones propias, pero que es el único Dios de la vida. Todo a partir de la consideración de la naturaleza como “nuestra casa y la propia casa de Dios”, que cuida de la persona para que ésta ayuda a cuidar de la Creación.

Un encuentro con el padre Justino Sarmento Rezende, nos ayuda a descubrir en él la tentativa de conjugar la espiritualidad indígena y cristiana, buscando elementos que puedan enriquecer una a la otra, a través de un proceso de inculturación no siempre entendido y aceptado. Que su experiencia pueda conducirnos en este camino para que la presencia de Dios pueda ser mejor reconocida por una humanidad multicultural.
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