Un Obispo Santo para los Pobres
El fin de semana pasado, en plena euforia eclesial por la canonización de dos de los papas más decisivos en la historia de la Iglesia Católica en el siglo XX, participé del encuentro regional de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Tuvo lugar en Carnaiba do Sertão, una pequeña ciudad de la diócesis de Juazeiro, en el estado brasileño de Bahia.
Fue un encuentro provechoso, en el que aparecieron reflexiones que sin duda pueden ayudar en el día a día de las comunidades. Pero por encima de todo, quiero destacar que este encuentro me sirvió para conocer un poco más sobre la figura de alguien que durante muchos años fue una referencia en la vida de los excluidos: Don José Rodrigues, obispo de Juazeiro de 1975 a 2003.
Don José Rodrigues, redentorista, desde que llegó a Juazeiro, en la época de mayor auge de la dictadura, se colocó al lado de los pobres, enfrentándose a los militares y a la alta sociedad local, lo que provocó que poco a poco fuese marginado por los poderosos y ensalzado por los humildes. Él mismo contaba que cuando llegó, en su primer cumpleaños, recibió gran cantidad de regalos y que en su último año en la diócesis sólo recibió una camisa de una prostituta.
Recién llegado asumió la causa de las 72.000 personas expulsadas de sus casas y tierras para construir el gran embalse de Sobradinho. A partir de este hecho y de tantos otros que vinieron después motivó a la población de la región, una de las más pobres del país, castigada fuertemente por constantes sequías, a organizarse y luchar por sus derechos con el propósito de construir una sociedad más justa.
Una de sus preocupaciones fue cómo la gente del campo, en una región seca y con lluvias escasas y concentradas en determinados periodos del año, podría almacenar agua, incentivando la construcción de cisternas que recogían agua de lluvia del tejado de la casa y que con el paso del tiempo se convirtió en una de las acciones estrella del gobierno federal en toda la región semiárida del nordeste brasileño.
En una región con escaso clero y grandes distancias, impulsó decisivamente a las CEBs, dando gran valor a los líderes de las comunidades y a los ministerios laicales, a las pastorales sociales y a todo aquello que pudiese ayudar a crear una sociedad más justa, a hacer realidad el Reino de Dios.
Otro de los hechos que muestran su personalidad diferente se produjo en diciembre de 1986. El director de una sucursal bancaria fue secuestrado y él se ofreció para quedar en manos de los secuestradores a cambio de la liberación del director. Después de varios días bajo la mira de los revólveres de los secuestradores fue liberado. Cuando estos fueron presos, él fue a visitarlos a la cárcel y años después casó a uno de ellos.
Murió el 9 de septiembre de 2012, pocas horas después de encerrar los festejos conmemorativos de los 50 años de la diócesis. Fue sepultado en el Centro de Entrenamiento de Líderes (CTL en portugués) donde tuvo lugar el encuentro al que me refería al principio, en una tumba simple, cavada en el suelo, sin ningún tipo de adorno, reflejo de su personalidad y vida austera. Este fue un lugar de grandes vivencias para Don José, pues allí se formaron gran parte de los líderes comunitarios que todavía hoy intentan hacer realidad todo aquello que su querido obispo soñó. La gente continúa hablando de él con admiración y muchos ven en él la figura de un santo, de un hombre de Dios. Su ejemplo de vida continúa siendo un estímulo para aquellos que todavía soñamos que el Reino de Dios es posible.
Fue un encuentro provechoso, en el que aparecieron reflexiones que sin duda pueden ayudar en el día a día de las comunidades. Pero por encima de todo, quiero destacar que este encuentro me sirvió para conocer un poco más sobre la figura de alguien que durante muchos años fue una referencia en la vida de los excluidos: Don José Rodrigues, obispo de Juazeiro de 1975 a 2003.
Don José Rodrigues, redentorista, desde que llegó a Juazeiro, en la época de mayor auge de la dictadura, se colocó al lado de los pobres, enfrentándose a los militares y a la alta sociedad local, lo que provocó que poco a poco fuese marginado por los poderosos y ensalzado por los humildes. Él mismo contaba que cuando llegó, en su primer cumpleaños, recibió gran cantidad de regalos y que en su último año en la diócesis sólo recibió una camisa de una prostituta.
Recién llegado asumió la causa de las 72.000 personas expulsadas de sus casas y tierras para construir el gran embalse de Sobradinho. A partir de este hecho y de tantos otros que vinieron después motivó a la población de la región, una de las más pobres del país, castigada fuertemente por constantes sequías, a organizarse y luchar por sus derechos con el propósito de construir una sociedad más justa.
Una de sus preocupaciones fue cómo la gente del campo, en una región seca y con lluvias escasas y concentradas en determinados periodos del año, podría almacenar agua, incentivando la construcción de cisternas que recogían agua de lluvia del tejado de la casa y que con el paso del tiempo se convirtió en una de las acciones estrella del gobierno federal en toda la región semiárida del nordeste brasileño.
En una región con escaso clero y grandes distancias, impulsó decisivamente a las CEBs, dando gran valor a los líderes de las comunidades y a los ministerios laicales, a las pastorales sociales y a todo aquello que pudiese ayudar a crear una sociedad más justa, a hacer realidad el Reino de Dios.
Otro de los hechos que muestran su personalidad diferente se produjo en diciembre de 1986. El director de una sucursal bancaria fue secuestrado y él se ofreció para quedar en manos de los secuestradores a cambio de la liberación del director. Después de varios días bajo la mira de los revólveres de los secuestradores fue liberado. Cuando estos fueron presos, él fue a visitarlos a la cárcel y años después casó a uno de ellos.
Murió el 9 de septiembre de 2012, pocas horas después de encerrar los festejos conmemorativos de los 50 años de la diócesis. Fue sepultado en el Centro de Entrenamiento de Líderes (CTL en portugués) donde tuvo lugar el encuentro al que me refería al principio, en una tumba simple, cavada en el suelo, sin ningún tipo de adorno, reflejo de su personalidad y vida austera. Este fue un lugar de grandes vivencias para Don José, pues allí se formaron gran parte de los líderes comunitarios que todavía hoy intentan hacer realidad todo aquello que su querido obispo soñó. La gente continúa hablando de él con admiración y muchos ven en él la figura de un santo, de un hombre de Dios. Su ejemplo de vida continúa siendo un estímulo para aquellos que todavía soñamos que el Reino de Dios es posible.