Emaús se convierte en el símbolo de todo esto. Pero en Emaús la experiencia era de pareja. Domingo III de Pascua - Lc 24, 13-35: El camino de vuelta no es hacia atrás.

Domingo III de Pascua - Lc 24, 13-35: El camino de vuelta no es hacia atrás.
Domingo III de Pascua - Lc 24, 13-35: El camino de vuelta no es hacia atrás.

"Algunos se preguntan, con razón, si los dos discípulos de Emaús eran pareja. Al fin y al cabo, por lo que cuenta el relato, parecen vivir en la misma casa, ya que llevan a Jesús a cenar con ellos a su casa".

"En el plano interior y social, el camino de vuelta no es un retroceso hacia atrás. La Historia no retrocede. Sin embargo, hay quien lo intenta".

"A partir de entonces, se produce un giro en sus corazones y en la dirección de sus vidas. Incluso de noche, se apresuran a volver a Jerusalén".

            En este Tercer Domingo de Pascua (año A), repetimos el Evangelio que la Iglesia propone para el propio Domingo de Resurrección, cuando se celebra por la tarde o por la noche. El hecho de repetirlo nos muestra aún más que, incluso en medio de los dolores y luchas que experimentamos, estos ocho domingos de Pascua hasta la fiesta de Pentecostés forman un solo y único día de fiesta y alegría. La narración de los dos discípulos que, el mismo domingo de la Resurrección, viajan de Jerusalén a la aldea de Emaús resume las distintas etapas del camino de la fe:

            1ª - ponerse en camino. 

            2ª - caminar juntos.

            3ª - calentar el corazón al escuchar la palabra de Dios.

            4ª - insertarse con los pobres, compañeros de camino, y a partir de ahí reconocer             la presencia de Jesús resucitado en el compañero y en el compartir.

            Algunos se preguntan, con razón, si los dos discípulos de Emaús eran pareja. Al fin y al cabo, por lo que cuenta el relato, parecen vivir en la misma casa, ya que llevan a Jesús a cenar con ellos a su casa. Según el Cuarto Evangelio, al pie de la cruz de Jesús estaban su madre, una de las hermanas de su madre, María la mujer de Cleofás y María Magdalena (cf. Jn 19,25). Según una tradición muy antigua, esta María, mujer de Cleofás, habría sido una de las más cercanas de los discípulos que se habían arriesgado a seguir de cerca todo el proceso y la crucifixión. Es difícil imaginar que hubiera otro Cleofás en el grupo de discípulos de Jerusalén y sus alrededores (Emaús, a 12 km). Así que, al parecer, los dos discípulos de Emaús eran Cleofás y María, esposa de Cleofás.

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            En la primera parte del texto, el regreso de la pareja a Emaús parece significar una vuelta a la vida de antes. Es como si los dos ya no se atrevieran a soñar, a esperar, a vivir su fe. A menudo, también nosotros, tú y yo, nos encontramos en esta situación. ¿Cuántas personas conocemos que han recorrido el camino de los Cebs, de los movimientos sociales o incluso de la militancia política y, de repente, lo dejan todo? Se cansan o, simplemente, piensan que ya han dado lo que podían dar. Intentan vivir como si hubieran superado esta fase de compromiso.

            Sin embargo, en un momento de su diario de la cárcel, Antonio Gramsci afirmó que quien alcanza una nueva conciencia nunca puede volver a ser lo que era antes. En el plano interior y social, el camino de vuelta no es un retroceso hacia atrás. La Historia no retrocede. Sin embargo, hay quien lo intenta.En la narración del antiguo éxodo de los hebreos a la tierra prometida, la mayor tentación en el desierto fue la añoranza de las cebollas de Egipto. Entre nosotros, esta añoranza adopta otras formas. Personas que, en su juventud, eran de izquierdas traicionaron su historia de vida por un puesto o una seguridad económica. Personas que, de jóvenes, eran revolucionarias se vuelven conservadoras e incluso reaccionarias al envejecer. Hombres y mujeres casados descubren que no estaban preparados para un compromiso serio y echan de menos las noches de soltería.

            La propia realidad de la vida desmantela sueños y esperanzas. Parece que todos nos dirigimos hacia los muchos Emaús de la renuncia y la fragmentación. Emaús se convierte en el símbolo de todo esto. Pero en Emaús la experiencia era de pareja. En nuestro caso, a menudo el sabor amargo de la desilusión nos aísla y no queremos compartirlo con nadie.

            En cualquier caso, la buena noticia del Evangelio de hoy es que, de todos modos, gracias a Dios, cuando pasamos por ese momento de renuncia a los proyectos y de desilusión, no somos dejados caer ni abandonados. En medio de las experiencias de desilusión y tristeza por las que pasamos, el mismo Cristo resucitado aparece como compañero de camino, aunque no lo reconozcamos. Nuestros ojos no son capaces de verlo. No entendemos lo que quiere decir. Nuestros corazones están demasiado atados para creer. Y también con nosotros, Jesús parte siempre de la realidad: ¿Qué está pasando? Es importante que podamos contarle siempre lo que vivimos, lo que sucede. Es fundamental expresarle nuestra desesperanza, nuestras inseguridades y nuestros miedos. Y como hizo con los dos discípulos de Emaús, también a cada uno de nosotros nos habla y nos explica las Escrituras, aplicándolas a su Pascua. Entonces, como ellos, también nosotros empezamos a comprender.

            En el caso de los dos de Emaús, los recalienta interiormente con esperanza y amor. Se dicen el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?".  Sólo por eso, insistieron: - "Quédate con nosotros, Señor, que ya es de noche".

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            Era el hecho de haber sentido el sabor de su palabra lo que les hacía no querer dejarle más tiempo, incluso sin reconocerle. Siempre existen estos dos tipos de personas: hay a quienes la Palabra toca y quema. Y hay otras a las que les puede parecer hermosa, pero que no dejan que la Palabra penetre en lo más profundo de su ser. Para nosotros, sin embargo, la expresión se ha convertido en un estribillo pascual que repetimos una y otra vez: "Señor, quédate con nosotros, que se hace de noche".

            En la segunda parte del relato, la pareja y el compañero que habían encontrado en el camino se reúnen para la cena, en la que parten el pan. Aunque no habla de vino (sólo de pan), el texto evangélico de Emaús alude al hecho de que su invitado desconocido pronunció la bendición sobre el pan. Es extraño que llegue por primera vez a vuestra casa y tome la iniciativa de bendecir el pan. Era como si quisiera llamar la atención sobre sí mismo, es decir, quería, en ese momento, revelar quién era.

La Iglesia atesorará estos dos signos que Cristo resucitado dio a los discípulos de Emaús: el de la Palabra y el del pan partido, como sacramentos e instrumentos de su presencia entre nosotros y como marca fundamental de nuestras comunidades.

            A partir de entonces, se produce un giro en sus corazones y en la dirección de sus vidas. Incluso de noche, se apresuran a volver a Jerusalén. ¿Pueden nuestras celebraciones de la cena de Jesús conmover a alguien hoy? Su regreso es lo contrario de la venida. Vuelven al grupo para retomar su misión y su testimonio de la resurrección. Geográficamente, vuelven a la Jerusalén de antes. Sin embargo, vuelven diferentes de lo que eran antes de Pascua y de lo que eran en el camino de Emaús. Ahora vuelven en el sentido de conversión. Cuando llegan allí, encuentran ya el testimonio de los once: "El Señor ha resucitado verdaderamente". Y pueden contar cómo lo reconocieron cuando partió el pan.

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            Es una pena que, con el tiempo, la Eucaristía se haya convertido en algo tan culto y estilizado. ¡Qué diferencia con la Cena del Señor de los primeros tiempos del cristianismo! Qué bueno sería que, en este esfuerzo de Sinodalidad, que el Papa Francisco propone para diócesis y comunidades, los grupos locales pudieran rehacer en la sencillez de sus casas y como sacramento de convivencia la cena de Emaús.

      En las espiritualidades negras e indígenas, el compartir la comida es también un sacramento de intimidad con la Divinidad. Qué alegría, en la tarde del sábado, víspera del Domingo de Ramos, haber participado en el Toré en la Serra do Ororubá, con Gildo, Iram y un grupo de niños y niñas del pueblo Xukuru. Y qué emoción en el momento en que me ofrecieron beber la Sagrada Jurema. Qué comunión. También en los cultos afro, no hay Candomblé sin comida. Y no hay comida sin compartir.

      Qué bueno sería que pudiéramos ver en todas nuestras comidas, sacramentos de comunión y de presencia de Jesús. Pero, ¿cómo hacerlo en una Iglesia que no renuncia al clericalismo y al ritualismo? Hoy, en América Latina, las comunidades cristianas populares intentan devolver a nuestra Eucaristía este carácter de comida fraterna y de signo de que queremos vivir una economía del compartir y del amor.

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