“Dios mío, no te quedes lejos” puede ser el clamor de un enfermo grave, como el autor del salmo 37, que se enfrenta con su creador: “Señor no me corrijas con ira, no me castigues con tu cólera”. Este salmo nos permite decirle muchas cosas a Dios. En primer lugar, un sentimiento de abandono ante la enfermedad: “¿Por qué me ha atacado a mi este cáncer terrible que corroe mi cuerpo, por qué a mi, qué habré hecho para merecer tal castigo?
“Voy encorvado y encogido, todo el día camino sombrío”.
En ciertas ocasiones ante ciertas enfermedades, incluso los amigos nos abandonan: “Mis amigos y compañeros se alejan de mi, mis parientes se quedan a distancia”. Puede que teman que sea una enfermedad contagiosa, entonces lo mejor es no acercarse.
“En ti, Señor espero y tú me escucharás”.
Dentro de la obscuridad del sufrimiento se hace una luz, Dios no puede quedar lejos del dolor del hombre. Jesús pasó por el dolor, el miedo ante la muerte. Él saboreó con todo el rigor la muerte en la cruz.
Por esta razón puede exclamar: "Dios mío, no te quedes lejos, ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación”. Y llegado el momento de cerrar los ojos a este mundo puede exclamar como el salmista en el salmo 30:
“En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.Texto: Hna. María Nuria Gaza.