Luz o tinieblas

Las fiestas navideñas nos hablan con frecuencia en su liturgia de la luz contrapuesta a las tinieblas. “La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió”. Este es un hecho frecuente en nuestra sociedad, en nosotros mismos. A menudo nos emperramos en no querer ver. Preferimos la oscuridad de nuestro pequeño rincón en el que nadie nos molesta a salir a plena luz en la que todos pueden opinar sobre nuestras actitudes.

Pero justamente la Palabra que era la luz verdadera, la que alumbra a todo hombre, la que vino al mundo y quiere que seamos iluminados por su claridad, que seamos hijos de la luz donde vivamos en una comunidad fraterna, capaz de ayudar a enderezar lo torcido, a reconocer el valor del perdón y de la misericordia, de la humildad, el de reconocer nuestra pequeñez, el de aprender a valorar al otro. Es aquello de Juan Bautista: “Es preciso que el crezca y yo disminuya”. Y esto no lo logramos solos, necesitamos de los que Dios ha colocado a nuestro lado para conseguirlo ya que este es el modo habitual de cómo nos habla el Señor. Sólo en casos excepcionales se revela de otro modo.

“Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas”. ¡Pues sí que hay tinieblas en nuestro mundo!, porque hay mucho odio, mucha muerte injusta, muchas guerras.

Que el Niño de Belén que vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia, cure nuestras dolencias y cambie nuestro corazón de piedra en un corazón de carne para poder irradiar la paz de la cual tan faltos andamos. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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