Hay cosas que se comparten y son motivo de alegrarte con el otro, la alegría de un éxito, de un logro conseguido o tal vez una simple sorpresa. Pero si hablamos sobre del don de la vida, es algo que nos sobrepasa, que queremos alcanzar pero que supera todo entendimiento, con palabras quisiéramos decir lo que experimentamos y aunque esas palabras no lleguen nunca a dar forma a aquello que queremos... no podemos ocultarlo, nuestro rostro, nuestros gestos, nuestros ojos, ya hablan y dicen que nos está pasando algo sumamente grande.
Aún recuerdo las palabras de mi hermano mayor cuando me dijo que iba a ser padre, no porque fuesen muchas, sino porque estaban llenas de silencio y de vida, en definitiva, de amor.
El amor nos enseña a abrir la puerta de nuestra vida y no cerrarla jamás, nos enseña a ver que podemos construir juntos, caminar juntos, soñar juntos... nos enseña que la alegría de la vida no es simplemente todo lo bueno y positivo, sino que el compartir es también el sufrir con el otro, esperar con el otro, llorar con el otro.
La alegría de la vida... es todo eso y mucho más, es dar gracias a Dios por todo lo recibido, por la oportunidad nueva de cada día, y por supuesto por la vida, por ese don tan preciado que ha puesto en nuestras manos y que hemos de cuidar. Pero no sólo cuidar mi vida porque mi alegría es estar abierta a todos. Dios pone a nuestro lado personas que necesitan de nosotros y nosotros de ellas, ese es el regalo.
La vida de mis amigos, de las personas que tengo a mi lado, la vida de mi familia, aquella que ha dado todo por mí, la de los más pequeños, mis sobrinos, que aprenden a querer, a amar, a respetar... que ven el ejemplo de los mayores. Esas vidas tan pequeñas y tan grandes a la vez a las cuáles tengo muy presentes en mi oración. Parece increíble, pero el cariño y el amor aún es más sensible cuando se trata de seres tan pequeños, quizás porque en ellos se puede apreciar con más claridad la ternura.
A Dios confío sus vidas para que sea Él quien se haga presente y guíe sus pasos. La vida es don, pero ese don es para darlo, hay que gastarlo hasta el final. Por ello, daremos lo mejor de cada uno para colaborar en el Proyecto de Dios. Texto: Conchi García. Foto: Mayte Moreno