Peder...asco

Hace poco, un grupo de instituciones católicas colgó en las redes un largo documento sobre la pederastia que, tras pedir perdón como miembros de la Iglesia a la sociedad, por una lacra tan abominable, analizaba defectos estructurales eclesiásticos que han podido facilitar ese horror, y agradecía la publicidad, por dura que sea, si de veras es honesta y total. El Documento fue enviado a varios periódicos, impresos y digitales, sin que ninguno (salvo La voz de Galicia y Religion Digital) haya dado noticia de él en cuanto yo sé (y perdón si me equivoco).

En su viaje a Estonia, Francisco indicó que los hechos han de ser juzgados con la mentalidad de la época en que se cometieron. Como bastantes de estos casos eran de hace sesenta o setenta años, intentaré acercarme a la mentalidad de esa época donde, por un lado, existía la idea de que “esas ropas sucias se limpian en casa” y, por otro lado, había una visión de la pederastia mucho más laxa que la actual. Veamos algunos ejemplos.

A mediados del siglo pasado, Vladimir Nabokov publicó su novela “Lolita”, jaleada como obra maestra y traducida pronto al castellano. Llevada dos veces al cine, optó a varios premios, aunque no sé si consiguió alguno. En el prólogo dice que la escribió para mostrar que se puede hacer pornografía bien escrita. El protagonista se obceca con una niña de 12 años; para poder tenerla cerca se casa con su madre viuda que muere luego en circunstancias algo extrañas, y él se queda con la niña (que ya no era virgen porque según le cuenta a su amante-padrastro, niños y niñas de su edad, en sus salidas al campo, copulaban indiscriminadamente).

Dejando el argumento, la pregunta es: si hoy, se publicara esa novela, ¿tendría el mismo éxito y acogida que en su tiempo? ¿o provocaría un clamor escandalizado y una condena del autor? A eso llama Francisco “la hermenéutica de cada época”.

Otro caso más cercano. Hace unos diez años, Sánchez Dragó publicó “Dios los cría y…”, donde presume de que en 1967, en Japón, se había follado a dos niñitas de 13 años. (El mismo autor, en otro libro, vituperaba a Juan Pablo II por su moral sexual y por no darse cuenta de que el sexo es una necesidad de todos los hombres…). Esta vez, la publicación ya causó cierto revuelo, y el autor se defendió, “asqueado” según decía, primero alegando que los hechos habían prescrito y luego que no habían ocurrido en realidad, pero en un libro de diálogo como aquel (creo que el interlocutor era A. Boadella) uno puede decir lo que se le ocurre. No importa ahora qué es lo que pasó.

Pero sí parece necesario citar una frase del libro (y perdone el lector): “no hay nada como la piel tersa, los pechitos como capullos, el chochito rosáceo” de las niñas (p. 159). ¿Toleraríamos hoy semejante propaganda?

Aún cabe citar un libro de Susana Estrada donde cuenta que a los 13 años fue abusada sexualmente por un señor maduro a quien llama “demonio”, que tuvo un orgasmo de tres minutos y salió de allí pensando que el sexo iba a ser una dimensión fundamental en su vida… Estos datos reflejan una mentalidad, que he encontrado también en alguna conversación privada con un pederasta: “a los niños les gusta” (aunque no se atrevan a decirlo); y con eso se da todo por resuelto.

Quizá pues el asqueroso drama de la pederastia clerical tenga una consecuencia positiva: que la sociedad cobre conciencia de una vergüenza que antes tolerábamos con demasiada tranquilidad. Así iremos avanzando en conciencia moral. Pero esperemos que no haga falta que aparezcan curas proxenetas para que la sociedad cobre conciencia de esta otra lacra, más monstruosa aún que la pederastia, y de la que prescindimos con absoluta indiferencia.

La mentalidad que respiramos, y que nos configura, es factor determinante a la hora de juzgar la culpabilidad de una persona. Mujeres que lo han vivido desde niñas y lo ven aprobado en su entorno, llegan a creer que es moral (¡y conveniente!) la mutilación genital de sus hijas (aunque una religiosa egipcia me contó hace años que habían sido los días más terribles de su vida).

Sin ir tan lejos, aún hay mujeres en este país nuestro que opinan que su marido les pega “solo lo normal” (!). Personalmente, estoy convencido de que el aborto es inmoral: es un atentado contra el derecho a la vida del ser más indefenso. Creo eso aunque no soy partidario de su penalización legal con penas de cárcel. Pero nunca juzgaré a la mujer educada en la convicción de que no era un crimen contra el feto sino un derecho suyo.

Entender pues las cosas “desde lo que significaban en su época”. Y conste que no digo eso como excusa para los eclesiásticos culpables: pues ellos estaban obligados a entender las cosas, no desde su época sino desde el evangelio; y a “estar en el mundo sin ser del mundo” (cf. Jn 17, 15-16).

De hecho, fueron precisamente los cristianos los primeros en alzarse contra la pederastia, admitida en la Roma antigua, como testifican Marcial, Catulo, Horacio y otros.

Digo todo lo anterior solo para que los medios de comunicación tengan la valentía de preguntarse: ¿nos ha interesado de veras la lacra de la pederastia o solo la pederastia clerical? ¿Hemos pretendido de veras defender y ayudar a las víctimas o solo meternos con la Iglesia?
Chi lo sa…
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