al margen de Rubiales y sus besos Más sobre el chivo expiatorio

"Contra Franco vivíamos mejor"...

Hoy necesitamos algún enemigo común para poder convivir...

Toda la enjundia de nuestro sistema es: "cambiar todo lo que haga falta para que no cambie nada"

Vamos a prescindir de todas las discusiones que, a propósito del dichoso beso, se montaron en este portal sobre la tesis de Leandro Sequeiros, de que Rubiales no era más que “un chivo expiatorio”. Quizá buena parte de las reacciones en contra se debieron a que Sequeiros parecía presentar eso como un caso excepcional cuando, en realidad, según los análisis de René Girard el chivo expiatorio no es algo que rara vez ocurre sino que es el funcionamiento habitual de nuestra sociedad: aglutinar todas las iras no en nuestro mal-raíz sino en algunas pequeñas anécdotas que nos permiten distraernos de ese mal radical. Dicho con aquella ironía tan gráfica del marqués de Lampedusa en El Gatopardo: “cambiar todo lo que haga falta para que no cambie nada”.

Por aquellos mismos días del dichoso beso, ocurrieron diversos sucesos que también eran casos de chivos expiatorios: grandes protestas porque, por culpa de la ley del “solo sí es sí”, a un miembro de La Manada se le rebajaba la pena de quince a catorce años. Claro que no es una buena noticia; pero a varios años vista, entretenernos con ella nos desvía de ocuparnos del horror de que llevamos ya 50 mujeres víctimas de violencia machista. Ahí no cambia nada; y la cifra seguirá creciendo mientras nos limitamos a hacer una inútil concentración silenciosa para tranquilizar un poco nuestras conciencias.

Podemos decir también que en Libia o en Marruecos los edificios derrumbados estaban mal construidos y no repasados. Lo cual es verdad. Pero esa verdad nos distrae del verdadero mal: que la tierra nos está exigiendo unos cambios muy radicales que ni estamos dispuestos, ni creo que seamos ya capaces de llevar a cabo. Podemos decir que la culpa de los desastres migratorios la tienen los canallas de las mafias. Sin duda son unos canallas. Pero esos canallas no existirían si ni existieran la necesidad y la corriente migratoria. Y se convierten en chivos expiatorios de algo que no queremos afrontar desde sus raíces: el problema, y el drama de las migraciones.

El día en que escribo esto se está inaugurando en el Congreso la pluralidad de lenguas con mil millones de costes en sistemas de traducción. Era el campo más inútil para esa justa reivindicación: porque en el Congreso nadie escucha lo que dicen los demás (a menos que suelte algún insulto o algún chiste): pues todos saben ya lo que tienen que votar, y votarán lo que les ha mandado el partido. Atender, quizá se hace con el discurso del jefe propio; el de los otros partidos solo necesita escucharlo aquel que tiene que responder. Por eso, en lugar de atender a argumentos, nuestros parlamentarios se entretienen jugando con el móvil o cuchicheando con el vecino, mientras el traductor hace esfuerzos por decirles algo que no necesitan oír. Es algo así como hacer una traducción a un sordo, desconociendo que el problema no está en el idioma sino en su oído. Esta vez el castellano ha servido como chivo expiatorio, útil para conseguir evitar lo que en realidad habría que cambiar y que es la disciplina de voto de los partidos. Y claro que este cambio complicaría las cosas, pero ahí están el valor y la dignidad de la democracia: todos sabemos que en los sistemas dictatoriales las cosas son mucho más sencillas.

El sistema permitirá también muchos gestos y gritos feministas para distraernos de una reivindicación fundamental: la diferencia de sueldos masculinos y femeninos, que sigue oscilando entre el 20 y el 25%. Pero claro: “el negocio es el negocio”: tan absoluto e inmutable como Dios.

Ese parece ser nuestro modo de funcionar y eso es lo que denunció como nadie René Girard. Prescindiendo ahora de si he acertado en los ejemplos, intentemos aprender algunas lecciones que son lo verdaderamente importante de este escrito.

 CONCLUSIONES

1.- El sistema solo tolera aquellas protestas y aquellos cambios que a él no le obligan a cambiar nada y, de paso, sirven para tranquilizar nuestra conciencia revolucionaria. Es lo que el autor de El Gatopardo formuló en la frase antes citada que hemos olvidado demasiado pronto: “que cambie todo aquello que haga falta para que todo siga igual”.

2.- Girard aporta aquí un dato fundamental para el análisis cultural de nuestra sociedad. Completa así el análisis meramente económico de K. Marx, reducible a unos pocos principios que siguen vigentes, aunque fallaran los remedios propuestos por Marx.

En el caso de Marx esos principios son: la superioridad del capital sobre el trabajo y la consideración del trabajador no como persona sino como mero instrumento laboral, que debe implicar los menos gastos posibles para así conseguir el máximo beneficio. Consecuencia de eso: la conversión de la mercancía en “fetiche”. Y consiguientemente el injusto reparto de la plusvalía. Ese diagnóstico sigue siendo válido hoy, aunque hayan fallado los primeros intentos de arreglarlo: porque el sistema sabe defenderse. 

Pero ese análisis debe completarse con el otro análisis cultural de Girard porque, aunque la cultura esté muy influida por la economía, no es un mero calco de ella. Girard enseña que la convivencia solo la conseguimos contra un enemigo común que no es nuestro verdadero mal (recordemos el anticomunismo pasado). Y además, la mímesis como modo de llegar a esa unión de todos contra la víctima expiatoria: porque ya no se limita al objeto del deseo (como había dicho Platón) sino al motivo del deseo.

3.- En este sentido Girard es tan verdaderamente progresista (en lo cultural) como había sido Marx en lo económico. Y es una lástima que el fundamentalismo anticristiano de algunas izquierdas lo rechace, porque Girard reconoce que era el estudio de la Biblia lo que le había llevado a esa conclusión y le llevó a la fe cristiana. Con lo que ahora ya no vale aquel eslogan barato (aunque pueda tener muchos elementos verdaderos), de que la religión es intrínsecamente violenta, sino que hay que añadir que el cristianismo es la denuncia de esa violencia oculta que constituye el mito fundador de Occidente.

Conviene insistir en esto porque hoy la convivencia se ha convertido en el gran problema de nuestra hora histórica.

 PD.- Si tenemos un poco de humor, podemos visibilizar lo dicho con la parábola del hueso de aceituna como chivo expiatorio. Las aceitunas suelen ser bastante sabrosas, pero es claro que todas tienen hueso. Y por lo que veo, el sistema nos ha hecho el gran favor revolucionario de servirnos las aceitunas sin hueso. Solo sucede que, donde antes había cinco aceitunas, ahora hay cinco trocitos de una única aceituna. Lo cual supone una reducción de gastos impresionante: porque si en una ensalada te ponían antes quince aceitunas, ahora te ponen tres.

Total: el hueso ha pagado el pato, nosotros tan contentos y el expendedor tan satisfecho. Una vez pregunté a un camarero charlatán por qué no hacen eso mismo de quitar el hueso con las cerezas… Y vino a contestar que como las cerezas se ponen solas en el plato de postre, se notaría que había menos. En cambio como las aceitunas van mezcladas con ensaladas y otros condimentos, eso se nota menos.

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