Oración por la paz de los líderes religiosos del mundo, convocados por San Egidio, ante el Coliseo de Roma Papa: "La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal"

Oración de los líderes religiosos por la paz ante el Coliseo
Oración de los líderes religiosos por la paz ante el Coliseo

"Sí, soñamos religiones hermanas y pueblos hermanos. Religiones hermanas,  que ayuden a los pueblos a ser hermanos en paz, custodios reconciliados de la casa común de la  creación" 

"Es nuestra responsabilidad, queridos hermanos y hermanas  creyentes, ayudar a extirpar el odio de los corazones y condenar toda forma de violencia. Con  palabras claras, exhortamos a deponer las armas, a reducir los gastos militares para proveer a las  necesidades humanitarias"

"Menos armas y más  comida, menos hipocresía y más transparencia, más vacunas distribuidas equitativamente y menos  fusiles vendidos neciamente"

"Con la vida  de los pueblos y de los niños no se puede jugar. No podemos permanecer indiferentes"

"Estamos  llamados, como representantes de las religiones, a no ceder a los halagos del poder mundano, sino a  ser voz de quienes no tienen voz, apoyo de los que sufren, abogados de los oprimidos, de las  víctimas del odio"

Oración por la paz, organizada por la Comunidad San Egidio, con la presencia del Papa en el Coliseo romano y los grandes líderes de las religiones del mundo, bajo el título de 'Pueblos hermanos, tierra futura'. Todos ellos se comprometieron a luchar por la pz y a convertir sus religiones en operadoras de paz. Por su parte, el Papa Francisco, en un vibrante discurso, volvió a reafirmar que "la guerra es un fracaso de la política y de la  humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal" e invitó a las religiones no sólo a luchar por la paz, sino también a convertirse en defensoras de los pobres, para proclamar: "Menos armas y más  comida, menos hipocresía y más transparencia, más vacunas distribuidas equitativamente y menos  fusiles vendidos neciamente", porque "con la vida  de los pueblos y de los niños no se puede jugar".

El Papa, acompañado por el Patriarca Bartolomé, llega a la entrada del Coliseo, donde saluda a los directores de la Comunidad San Egidio, asi como al Patriarca Karekin de los armenios. Flanqueado por los dos Patriarcas, el Papa se dirige al palco donde se celebra el acto.

Papa, Bartolomé y Karekin

Y el Papa da inicio a la oración, acompañado de los líderes de las diversas confesiones cristianas. UN diácono proclama un pasaje del evangelio de Juan: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”, seguida de una breve homilía del Patriarca de los armenios, Karekin II, que agradece la presencia de los líderes religiosos y de Ángela Merkel en el acto. “La paz es obra nuestra, pero es, ante todo, un don de Dios”, asegura el Katolikós de Armenia.

“Es necesario promover una mentalidad nueva de paz en todo hombre y mujer, para que promuevan la paz en sus vidas diarias”, dice el Patriarca. “La paz es una responsabilidad universal y es construida día a día en la conciencia y en la relación personal”, añade.

Tras una pausa de silencio meditativo, Bartolomé proclama: “Pidamos al Señor que nuestra tierra y todas las tierras sena liberadas de la guerra y de la violencia, para que podamos vivir en paz”. Y se canta el Kyrie eleison. Siguen otras peticiones: “Haznos tenaces operadores de la paz”, “socorre a los prófugos, libera a los secuestrados y cura a los enfermos y haz que los pobres, predilectos de tu Hijo, lo sean también de nosotros”.

También se reza “por los que gobiernan las naciones, para que sirvan a la reconciliación y busquen el bien de todos, empezando por lso más frágiles”. Y todos unidos rezan juntos el Padre Nuestro y reciben la bendición del Patriarca Bartolomé y del Papa Francisco. La oración concluye con un canto final: “Exulte la tierra”.

Oracion ante el Coliseo

Terminada la oración cristiana, los líderes se dirigen al escenario, colocado a unos metros, para la celebración con las demás religiones del mundo, para simbolizar que todas las religiones son operadoras de paz, en la parte exterior del Coliseo.

Entre los participantes, Al Tayyed o el rabino Pinchas Goldschmidt, con lídere sdel budismo, hinduismo, asi como el Patriarca Bartolomé o el Katolikós de Armenia.

Y comienzan las breves intervenciones, con la de Andrea Riccardi:

Su Santidad, distinguidos representantes de las religiones, autoridades, queridos amigos, creyentes de diversas tradiciones religiosas se han reunido en Roma. Si el encuentro promovido por Juan Pablo II en Asís en 1986 fue un punto de inflexión, desde entonces se ha avanzado mucho. Para quienes están familiarizados con la historia, es sorprendente ver cómo los creyentes, antes alejados, convergen: sobre todo, ahora están convencidos de que los problemas de la humanidad deben abordarse juntos y de forma global. Quiero dar testimonio de que las duras lecciones de la pandemia han aumentado en las religiones la conciencia de la necesidad de trabajar juntos, como nunca antes. Lo he sentido en el lenguaje y el diálogo de estos días: algo profundo ha cambiado. Las religiones sienten que deben avanzar juntas hacia el futuro, porque "el mundo de ayer ya no existe", dijo el Patriarca Bartolomé, un agudo observador de nuestros tiempos.

Surgió una preocupación común: ¡la paz! Usted, Santo Padre, dio la voz de alarma: "La guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante". La guerra nunca es una solución. La desaparición de los testigos de la Segunda Guerra Mundial ha debilitado la conciencia del horror de la guerra. Las duras relaciones entre países, la revalorización de la fuerza como herramienta política, son expresión de una cultura de la violencia de la que forma parte una política depredadora hacia el medio ambiente. Depredadores, centrados en sus propios intereses, olvidando que la casa común de la tierra también pertenece a las generaciones venideras. La reciente pandemia ha mostrado cómo las personas están conectadas e involucradas en un destino global.

Ante un mundo que debe renovarse, se manifiestan visiones limitadas y un sentimiento generalizado de impotencia. Esto genera indiferencia. Las religiones, en cambio, nos recuerdan que el comportamiento de cada persona no es irrelevante para su propia "salvación" y la de los demás y la de la tierra.

Su mensaje es: "Soy responsable" - dijo Rav Goldschmidt. Las acciones individuales y conjuntas manifiestan el despertar de las energías espirituales y la solidaridad, conscientes de que la espiritualidad y la solidaridad caminan juntas. Las religiones manifiestan el poder de la oración débil. Promueven un movimiento renovado de personas responsables hacia los demás, capaz de desarmar el clima que nos rodea de violencia, de hacer pequeños y grandes caminos hacia la paz. Fue bueno ver la contribución de tantos jóvenes durante estos días, que tomaron la palabra, negados por el silencio de la pandemia y la arrogancia de los adultos. Doy las gracias a los numerosos voluntarios, jóvenes y mayores, que han participado en estas jornadas, que nos han hecho sentir como una Comunidad.

Un mundo de fraternidad y paz es la esperanza. Esto quedó bien expresado en el Documento de Abu Dhabi, del que saludo a uno de sus protagonistas, el Gran Imán Ahmed Al Tayyb, un hombre de gran sabiduría. Hemos vivido una dolorosa época de pandemia, que aún no ha terminado: hemos visto la fragilidad de un mundo. Estamos en la cita de un mundo nuevo, decididos a atesorar la dolorosa lección de la historia de las mujeres y los hombres, decididos a construirlo con todos, especialmente con los pobres y los jóvenes.

Angela Merkel

Tras la intervención de Riccardi, habla Angela Merkel, la canciller alemana, que dice, entre otras cosas: “Sin el respeto del otro, no podremos vivir en la diversidad y en la paz” y “con el diálogo crecen la comprensión y la convivencia”. Y añade: “No debemos ser espectadores pasivos, cuando seres humanos sufren por la guerra y la violencia”, invitando a “convivir pacíficamente”.

Merkel aboga “por la dignidad de todo ser humano” y por el “espíritu de la tolerancia”, mientras invita a “estar vigilantes ante los peligros de la paz”. Y concluye diciendo que “es posible construir la paz, aunque a veces sea un proceso difícil, largo y complicado”.

Tras la intervención de Angela Merkel, es el turno del Iman Al Tayyeb.

Querido Hermano Papa Francisco

Queridos hermanos, representantes de las religiones,

Estimado público.

Con las crisis climáticas y la pandemia y el consiguiente terror para las familias, habríamos esperado ver al mundo volverse inmediatamente hacia el cielo, invocando la misericordia en respuesta a las oraciones de las víctimas, dando alivio a los afligidos, e incluso acudiendo a las empresas farmacéuticas para conseguir la vacuna y la cura para esta peligrosa enfermedad.

Sin embargo, las políticas del mundo en relación con esta pandemia no indican ninguna conciencia real en el comportamiento de las personas sobre la necesidad de dirigirse a Dios el Altísimo con oraciones e invocaciones para hacer frente a este peligro perenne. De hecho, la producción de la vacuna y el modus operandi de su distribución no han estado a la altura de sus responsabilidades, provocando la muerte de 5 millones de víctimas en menos de dos años. La grave crítica en la distribución ha privado a continentes enteros de la vacuna. Las últimas estadísticas muestran que el porcentaje de personas vacunadas en África se sitúa entre el 2 y el 3%, mientras que en otros continentes la mitad o incluso las tres cuartas partes de la población han obtenido el derecho a la vida gracias a la disponibilidad de la vacuna.

Al Tayyeb en la oración por la paz

Compañeros hermanos: Esta crisis ha puesto de manifiesto la extrema pobreza a nivel de deberes de conciencia y responsabilidad, y el mundo ha sufrido una derrota a pesar de los esfuerzos realizados por las instituciones religiosas, sus representantes y dirigentes, para fomentar un enfoque de colaboración e intercambio de bienes, dando prioridad al interés público sobre el privado.

Por lo tanto, creo que es necesario hacer un nuevo llamamiento para recordar la presencia de Dios Altísimo, la necesidad de acercarse a él de nuevo, invocando su misericordia, con la esperanza de detener esta epidemia. No hay más alternativa ni medios que la oración y las invocaciones con un corazón puro y un comportamiento recto.

Gracias

Tras el Iman de Al Azhar, interviene el presidente de la Conferencia de los Rabinos de Europa, Pinchas Goldschmidt. “Todos conocemos la imagen idílica del profeta Isaías, describiendo al lobo al lado de la oveja...Una imagen que contrasta con la realidad actual”, explica. “Durante la pandemia, la paz no es profunda...por eso tenemos que luchar juntos por la paz, respetando nuestra diversidad” y recordando que el nombre de Dios es Shalom (paz).

Discurso del Papa en el acto de San Egidio

Para concluir, el discurso del Papa

Queridos hermanos y hermanas: 

Saludo y agradezco a todos ustedes, líderes de las Iglesias, autoridades políticas y  representantes de las grandes religiones mundiales. Es hermoso estar aquí juntos, llevando en el  corazón y al corazón de Roma los rostros de las personas que tenemos a nuestro cargo. Y, sobre  todo, es importante rezar y compartir, claramente y con sinceridad, las preocupaciones por el  presente y el futuro de nuestro mundo. En estos días, muchos creyentes se han reunido,  manifestando cómo la oración es la fuerza humilde que da la paz y quita el odio de los corazones.  En varios encuentros se expresó también la convicción de que es necesario cambiar las relaciones entre los pueblos y de los pueblos con la tierra. Porque aquí hoy, juntos, soñamos pueblos hermanos  y una tierra futura. 

Pueblos hermanos. Lo decimos teniendo el Coliseo a nuestras espaldas. Este anfiteatro, en  un pasado lejano, fue lugar de brutales entretenimientos de masas: combates entre hombres o entre  hombres y animales. Un espectáculo fratricida, un juego mortal hecho con la vida de muchos. Pero  también hoy se asiste a la violencia y a la guerra, al hermano que mata al hermano como si fuera un  juego que miramos de lejos, indiferentes y convencidos de que nunca nos tocará. El dolor de los  otros no nos urge. Y ni siquiera el dolor de los que han caído, de los migrantes, de los niños  atrapados en las guerras, privados de la despreocupación de una infancia de juegos. Pero con la vida  de los pueblos y de los niños no se puede jugar. No podemos permanecer indiferentes.

Por el  contrario, es necesario empatizar y reconocer la humanidad común a la que pertenecemos, con sus  fatigas, sus luchas y sus fragilidades. Pensar: “Todo esto me toca, hubiera podido suceder también  aquí, también a mí”. Hoy, en la sociedad globalizada, que hace del dolor un espectáculo, pero no lo  compadece, necesitamos “construir compasión”. Sentir con el otro, hacer propios sus sufrimientos,  reconocer su rostro. Esta es la verdadera valentía, la valentía de la compasión, que nos lleva a ir  más allá de la vida tranquila, más allá del no es asunto mío y del no me pertenece, para no dejar que  la vida de los pueblos se reduzca a un juego entre los poderosos. No, la vida de los pueblos no es un  juego, es cosa seria y nos concierne a todos; no se puede dejar en manos de los intereses de unos  pocos o a merced de pasiones sectarias y nacionalistas. 

El Papa, en la oración de San Egidio

Es la guerra la que se burla de la vida humana. Es la violencia, es el trágico y cada vez más  prolífico comercio de las armas, el que se mueve a menudo en las sombras, alimentado de ríos  subterráneos de dinero. Quiero reafirmar que «la guerra es un fracaso de la política y de la  humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal» (Carta enc.  Fratelli tutti, 261). Debemos dejar de aceptarla con la mirada indiferente de las noticias y  esforzarnos por verla con los ojos de los pueblos.

Hace dos años, en Abu Dabi, con un querido  hermano aquí presente, el Gran Imán de Al-Azhar, suplicamos la fraternidad humana por la paz,  hablando «en el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la convivencia  común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las guerras» (Documento sobre la  fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, 4 febrero 2019). Estamos  llamados, como representantes de las religiones, a no ceder a los halagos del poder mundano, sino a  ser voz de quienes no tienen voz, apoyo de los que sufren, abogados de los oprimidos, de las  víctimas del odio, que son descartadas por los hombres en la tierra, pero preciosas ante Aquel que habita en los cielos. Hoy tienen miedo, porque en demasiadas partes del mundo, más que prevalecer  el diálogo y la cooperación, retoma fuerza el enfrentamiento militar como instrumento decisivo para  imponerse. 

Por tanto, quisiera expresar nuevamente el llamamiento que hice en Abu Dabi sobre una  tarea que ya no puede posponerse y que corresponde a las religiones «en esta delicada situación  histórica [...]: la desmilitarización del corazón del hombre» (Discurso en el Encuentro  interreligioso, 4 febrero 2019). Es nuestra responsabilidad, queridos hermanos y hermanas  creyentes, ayudar a extirpar el odio de los corazones y condenar toda forma de violencia. Con  palabras claras, exhortamos a deponer las armas, a reducir los gastos militares para proveer a las  necesidades humanitarias y a convertir los instrumentos de muerte en instrumentos de vida. Que no  sean palabras vacías, sino peticiones insistentes que elevamos por el bien de nuestros hermanos,  contra la guerra y la muerte, en nombre de Aquel que es la paz y la vida. Menos armas y más  comida, menos hipocresía y más transparencia, más vacunas distribuidas equitativamente y menos  fusiles vendidos neciamente. Los tiempos nos piden que seamos voz de tantos creyentes, personas  sencillas e inermes cansadas de la violencia, para que quienes tienen responsabilidades por el bien  común no sólo se comprometan a condenar las guerras y el terrorismo, sino también a crear las  condiciones para que no se extiendan.  

Bartolomé, Papa y Al Tayyeb

Para que los pueblos sean hermanos, la oración debe subir al cielo incesantemente y una  palabra no puede dejar de resonar en la tierra: paz. San Juan Pablo II, que fue el primero en invitar a  las religiones a rezar unidos por la paz en Asís, en 1986, soñó un camino común de los creyentes,  que se articulara desde aquel evento hacia el futuro.

Queridos amigos, estamos en este camino, cada  uno con su propia identidad religiosa, para cultivar la paz en nombre de Dios, reconociéndonos  hermanos. El Papa Juan Pablo II nos indicó esta labor, afirmando: «La paz espera a sus profetas. La  paz espera a sus artífices» (Discurso a los Representantes de las Iglesias cristianas, las  Comunidades eclesiales y las Religiones mundiales reunidos en Asís, 27 octubre 1986). A algunos  les pareció un optimismo vacío. Pero a lo largo de los años la participación ha ido creciendo y han  madurado historias de diálogo entre mundos religiosos diversos, que han inspirado procesos de paz.  Este es el camino. Si hay personas que quieren dividir y crear enfrentamientos, nosotros creemos en  la importancia de caminar juntos por la paz: unos con otros, pero nunca unos contra otros. 

Hermanos, hermanas, nuestro camino nos exige que purifiquemos el corazón  constantemente. Francisco de Asís, mientras pedía a los suyos que vieran a los demás como  «hermanos, en cuanto han sido creados por el mismo Creador», les recomendaba: «Que la paz que  anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones» (Leyenda de los tres  compañeros, XIV,5: FF 1469). La paz no es principalmente un acuerdo que se negocia o un valor  del que se habla, sino una actitud del corazón. Nace de la justicia, crece en la fraternidad, vive de la  gratuidad. Impulsa a «servir a la verdad y declarar sin miedo ni ambages el mal cuando es mal,  también y sobre todo cuando lo cometen quienes se profesan seguidores de nuestro mismo credo»  (Mensaje a los participantes en el Foro interreligioso del G20, 7 septiembre 2021). Les ruego, en  nombre de la paz, que en toda tradición religiosa desactivemos la tentación fundamentalista,  cualquier insinuación a hacer del hermano un enemigo. Mientras muchos están atrapados por  antagonismos, facciones y maniobras partidistas, nosotros hacemos resonar aquel dicho del Imán  Alí: “Las personas son de dos tipos: tus hermanos en la fe o tus semejantes en la humanidad”. 

Pueblos hermanos para soñar la paz. Pero el sueño de la paz hoy se conjuga con otro, el  sueño de la tierra futura. Es el compromiso por el cuidado de la creación, por la casa común que  dejaremos a los jóvenes. Las religiones, cultivando una actitud contemplativa y no depredadora,  están llamadas a ponerse a la escucha de los gemidos de la madre tierra, que sufre a causa de la  violencia. Un querido hermano, el Patriarca Bartolomé, aquí presente, nos ayudó a madurar en la  conciencia de que «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un  pecado contra Dios» (Discurso en Santa Bárbara, 8 noviembre 1997, cit. en Carta enc. Laudato si’,  8). 

Insisto en lo que la pandemia nos ha mostrado, me refiero a que no podemos permanecer  siempre sanos en un mundo enfermo. En los últimos tiempos muchos están enfermos de olvido, olvido de Dios y de los hermanos. Eso ha llevado a una carrera desenfrenada en pos de una  autosuficiencia individual, degenerada en una avidez insaciable, de la cual la tierra que pisamos  lleva las cicatrices, mientras el aire que respiramos está lleno de sustancias tóxicas y pobre de  solidaridad. De este modo, hemos arrojado en la creación la contaminación de nuestro corazón. En  este clima deteriorado, consuela pensar que las mismas preocupaciones y el mismo compromiso  están madurando y convirtiéndose en patrimonio común de tantas religiones. La oración y la acción  pueden reorientar el curso de la historia. ¡Ánimo! Tenemos ante nuestros ojos una visión, que es la  misma de numerosos jóvenes y hombres de buena voluntad: la tierra como casa común, habitada  por pueblos hermanos. Sí, soñamos religiones hermanas y pueblos hermanos. Religiones hermanas,  que ayuden a los pueblos a ser hermanos en paz, custodios reconciliados de la casa común de la  creación.  

Tras la palabras del Papa, se proyecta un video sobre los dolores del mundo y se da lectura a un manifiesto por la paz, que se entrega a los niños, como signo de paz.

En el mundo hay muchas guerras abiertas, amenazas terroristas, violencia grave. Se está rehabilitando el uso de la fuerza como instrumento de política internacional. Desgraciadamente, una generación que vivió la Segunda Guerra Mundial está desapareciendo, y el recuerdo del horror de la guerra se está perdiendo. Los significativos avances hacia una cultura de paz, que han llevado a desarrollar una visión compartida del destino común de la humanidad, están siendo cuestionados.

La gente sufre. Sufren los refugiados de la guerra y la crisis medioambiental, los descartados, los débiles, los indefensos. A menudo, mujeres ofendidas y humilladas, niños sin hijos, ancianos abandonados. Los pobres, a menudo invisibles, participan hoy de manera especial en nuestro encuentro: son los primeros en invocar la paz. Escucharlos nos hace comprender mejor la locura de todos los conflictos y la violencia.

Las religiones pueden construir la paz y educar para ella. Las religiones no pueden utilizarse para la guerra. Sólo la paz es santa, y que nadie utilice el nombre de Dios para bendecir el terror y la violencia. Si ves guerras a tu alrededor, ¡no te resignes! Los pueblos anhelan la paz. La fraternidad entre religiones avanza, a pesar de las dificultades. Agradecemos a todos los amigos del diálogo en el mundo y les decimos: ¡ánimo! El futuro del mundo depende de esto: que nos reconozcamos como hermanos. Los pueblos tienen un destino como hermanos en la tierra.

El proceso de desarme, actualmente bloqueado, debe reanudarse pronto. Hay que poner fin al comercio de armas y a su uso. Hay que avanzar en el desarme nuclear. La proliferación de armas nucleares es una amenaza increíble. Hay que hacer la paz. La paz también consiste en respetar el planeta, la naturaleza y las criaturas. La destrucción del medio ambiente se debe a la arrogancia de un ser humano que se siente dueño. Un yo maestro se convierte en un yo depredador, listo para la dominación y la guerra.

Los pueblos hermanos y la tierra futura están inextricablemente unidos. La pandemia ha mostrado cómo los seres humanos están en el mismo barco, unidos por hilos profundos. El futuro no pertenece al hombre del despilfarro y la explotación, que vive para sí mismo e ignora a los demás. El futuro es de las mujeres y los hombres solidarios y de los pueblos hermanos. Que Dios nos ayude a reconstruir la familia humana común y a respetar la madre tierra. Ante el Coliseo, símbolo de grandeza pero también de sufrimiento, reafirmemos con la fuerza de la fe que el nombre de Dios es paz.

Roma, 7 de octubre de 2021

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