"La guerra es el único negocio en el que invertimos nuestra humanidad para obtener cenizas" El grito profético del cardenal Battaglia contra la tercera guerra mundial a pedazos: "Mientras las armas dicten la agenda, la paz parecerá una locura"

En una carta publicada en el sitio web de la Arquidiócesis de Nápoles, el cardenal apela a lo que queda de humano en el corazón del hombre ante un planeta que resuena con tambores de guerra desde todas las direcciones del horizonte
«El Evangelio», escribe, «no hace concesiones ni suaviza la verdad: nos exige reconocer al hombre cuando lo vemos, llamar mal a lo que lo aplasta»
"Dios del aliento negado, arranca la mesa de los señores que venden el mundo a golpes de sable. Invierte sus cartas de hierro: que el plomo disperso se convierta en terrón, que el presupuesto armado se convierta en cuna"
"Ofrece a los poderosos el espejo que no saben romper: el rostro de un niño sin noche, el temblor de un médico sin luz"
"Dios del aliento negado, arranca la mesa de los señores que venden el mundo a golpes de sable. Invierte sus cartas de hierro: que el plomo disperso se convierta en terrón, que el presupuesto armado se convierta en cuna"
"Ofrece a los poderosos el espejo que no saben romper: el rostro de un niño sin noche, el temblor de un médico sin luz"
| Benedetta Capelli
(Vatican News).- “Si no es por Dios, hazlo por lo que queda de humano en la humanidad…”: este es el título del escrito del cardenal Domenico Battaglia, arzobispo de Nápoles, quien firma como “Don Mimmo”, publicado hoy, 8 de julio, en el portal de la diócesis. Es un texto que expone responsabilidades y deberes, que desgarra a los indiferentes, que evoca imágenes, sonidos y olores de bombas lanzadas sobre la humanidad inocente, que indica en el Evangelio el camino para redescubrir la piedad humana y elegir de qué lado estar.
“¿Los sientes pulsar?”
El cardenal fotografía la Tercera Guerra Mundial en pedazos, con Ucrania, que ha visto a «trece mil civiles aniquilados por el fuego; en Gaza, cincuenta y siete mil vidas extinguidas como velas en la corriente en veintiún meses de asedio; desde Sudán, cuatro millones de cuerpos marchando en busca de un pañuelo de sombra; en Myanmar, tres millones y medio de rostros esparcidos entre cenizas y selva», y luego están «ciento veintidós millones de refugiados arrojados al viento como semillas». «Estas cifras —¿las sienten latir?— deberían helarles la sangre. Cada cifra —dice el cardenal— es una frente ardiente, una fotografía descolorida apretada en un puño, una voz que pide un minuto sin sirenas».
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“Objetivos estratégicos”
De ahí el llamamiento a “gobiernos de traje cruzado”, “juntas directivas engrasadas como engranajes, alianzas militares con voces de metal” para reconocer al hombre como tal, para llamar al mal por su nombre porque “el Evangelio no hace concesiones ni suaviza la verdad. No pide carnets, no exige incienso”.
“Si quieres ser guía y no timón en el caos, detén los convoyes cargados de muerte antes de que crucen la última aduana”, transforma —es la petición— armamento en arados, tuberías, pupitres, ambulancias. “Y ustedes que se hunden en los sillones rojos de los parlamentos, abandonen expedientes y gráficos: crucen, aunque sea por una hora, los pasillos muertos de un hospital bombardeado; huelan el diésel del último generador; escuchen el pitido solitario de un respirador suspendido entre la vida y el silencio, y luego susurren —si pueden— la frase «objetivos estratégicos ».
El espejo despiadado
El Evangelio, para creyentes y no creyentes, es un espejo despiadado: refleja lo humano y denuncia lo inhumano. Si un proyecto aplasta a los inocentes, es inhumano. Si una ley no protege a los débiles, es inhumano. Si se lucra con el dolor de quienes no tienen voz, es inhumano. El cardenal Battaglia añade que, si se quiere eliminar a Dios, hay que fijarse en «ese poquito de humanidad que aún nos mantiene en pie», «la guerra es el único negocio en el que invertimos nuestra humanidad para obtener cenizas». «Mientras una bomba valga más que un abrazo, estaremos perdidos. Mientras las armas dicten la agenda, la paz parecerá una locura».

No te rindas
Nosotros, los que leemos, tenemos el deber de no rendirnos. La paz brota en la sala: un sofá que se alarga; en la cocina, una olla que se dobla; en la calle, una mano que se extiende. Gestos humildes y tenaces: «Tú vales», susurrados a quienes el mundo descarta. La semilla de mostaza —escribe Battaglia— es mínima, pero se convierte en árbol. Lo mismo ocurre con el Evangelio: duro como una piedra, tierno como el primer llanto. Nos pide una elección clara: constructores de vida o cómplices del mal. No existen terceras vías». Para cerrar su reflexión, el cardenal escribe este poema:
Dios del aliento negado, arranca la mesa de los señores que venden el mundo a golpes de sable. Invierte sus cartas de hierro: que el plomo disperso se convierta en terrón, que el presupuesto armado se convierta en cuna. Ofrece a los poderosos el espejo que no saben romper: el rostro de un niño sin noche, el temblor de un médico sin luz. Asegúrate de que no puedan apartar la mirada hasta que el privilegio se convierta en vergüenza y la vergüenza en justicia. Recuérdanos que la carne vale más que el emblema, que quien se lucra con la sangre cava su propia tumba, que el amanecer no es de quien tiene cañones, sino de quien guarda un abrazo. Silencia las sirenas, dobla las banderas henchidas de ruido y devuélvenos un silencio capaz de hacer florecer el futuro. Amén.

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