María y José llevan a consagrar a Jesús al templo y pedir la bendición de Dios. Las contrariedades actuales presentan ciertas dificultades al querer vivir estas fiestas estando en confinamiento. Los invito a reflexionar dos ideas: una del texto evangélico y la otra acerca de la fiesta del día. Reflexionando desde Lucas 2, 22-40: domingo de la Sagrada Familia

Reflexionando desde Lucas 2, 22-40: domingo de la Sagrada Familia
Reflexionando desde Lucas 2, 22-40: domingo de la Sagrada Familia

"Y aquí el otro problema: cuando la ley pasa a ser lo más importante, la vivencia religiosa se entorpece, se empaña. Cuando dependemos de rituales obligatorios el espíritu humano obedece por miedo, costumbre o simple necesidad".

"La pandemia nos redujo a celebrar las fiestas con un mínimo de hasta 10 personas por familia para cuidar la burbuja de contactos. Esto ha limitado también la alegría del encuentro familiar, de compartir la mesa entre abuelos y nietos, primos y hermanos".

"Con ello debemos seguir esforzándonos por dignificar a todas las familias del mundo tomando decisiones que hagan justicia. Ante la pandemia son muchas familias las que están expuestas, pero desde siempre son víctimas de la pobreza, del hambre, de la exclusión, y víctimas diarias de la muerte".

Aún en medio del clima de pandemia, el evangelio de Lucas 2, 22-40 de este domingo,  nos acerca al misterio de la presentación de Jesús en el templo, y la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia. María y José llevan a consagrar a Jesús al templo y pedir la bendición de Dios. Las contrariedades actuales presentan ciertas dificultades al querer vivir estas fiestas estando en confinamiento. Los invito a reflexionar dos ideas: una del texto evangélico y la otra acerca de la fiesta del día.

            Jesús es presentado en el Templo, cumpliendo la ley de Moisés. Hoy, en Uruguay, desde el día 21 de diciembre, los católicos y fieles de otras religiones, no podemos concurrir a las celebraciones en los templos por invitación del gobierno, para cuidarnos de la pandemia. Esto generó frustración en muchos fieles y sacerdotes, porque no pueden –así dicen- vivir la Navidad como se debe. Hay en esto un doble peligro: entre la necesidad y el profundo deseo de vivir la fiesta y la obligatoriedad de la ley. La ley eclesial obliga a que sea día de precepto (CIC c. 1246; CCE n. 1389 y el n. 2181), pero este se debe someter a la ley por fuerza de la situación de pandemia, lo cual me parece una decisión lógica y humana. El problema es que muchos no lo entienden así. Ven cercenado su derecho a celebrar la Eucaristía.

            Y aquí el otro problema: cuando la ley pasa a ser lo más importante, la vivencia religiosa se entorpece, se empaña. Cuando dependemos de rituales obligatorios el espíritu humano obedece por miedo, costumbre o simple necesidad. Decía san Pablo que Jesús "nos capacitó para administrar la alianza nueva, que no se poya en el letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Co 3, 6). Y esto es lo grandioso: todo cristiano está capacitado por Cristo para renovar esa alianza de amor entre el género humano y Dios, desde su propia vida cotidiana. “¿Acaso no saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?” (1 Co 6, 19). Creer que Dios mora en nosotros y que viene a vivir en nuestro propio cuerpo y transformándolo en el templo principal donde consagrar al hijo de Dios, implica una imaginación profética que rompa con la mentalidad monárquica que nos hace dependientes.

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            El nacimiento de Jesús se da en medio de una contraposición entre el canto de los ángeles y los gobernantes de la época. Como afirma Brueggemann: “El comienzo [del nuevo tiempo de Dios], pues, se produce con un cántico que choca abiertamente con el decreto. Toda la historia anterior se ha hecho por decreto, pero la historia nueva comienza de otro modo”[i]. Hoy también es tiempo de kairós, de posibilidad de vivir la presencia de Dios en nosotros si somos capaces de superar toda limitación legal que, en apariencia, nos impide celebrar la Navidad como deseamos. Necesitamos de una libertad creadora, generadora de signos de esperanza en medio de la agonía actual causada por el Covid-19. Decía Karl Ranher que “esta libertad interna, este no estar sujeto a fuerzas exteriores que disgregan al hombre de sí mismo, se considera cada vez más reducida a una interioridad donde el hombre es y puede siempre continuar siendo él mismo”[ii]. Podemos vivir esta Navidad con libertad interior, sin la presencia en los templos.

Fiesta de la Sagrada Familia de  José, María y el niño Jesús. La pandemia nos redujo a celebrar las fiestas con un mínimo de hasta 10 personas por familia para cuidar la burbuja de contactos. Esto ha limitado también la alegría del encuentro familiar, de compartir la mesa entre abuelos y nietos, primos y hermanos. La posibilidad de abrir los regalos y esperar la media noche para el brindis, se ha visto imposibilitada. Considero esto una de las tristezas más grandes que pueden estar viviendo muchos de nuestros ancianos, que son los que corren más peligro frente a la enfermedad. Por eso, esta fiesta puede ayudarnos a repensar el lugar que le damos a los nuestros, a la familia de la cual vinimos al mundo y a la cual perteneceremos para siempre. Pero también, es una oportunidad de pensar en la familia humana más amplia.

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            La Sagrada Familia comenzó en medio de la pobreza, rodeada de la creencia de una profecía acerca de la llegada del rey del universo. Un rey que viene pobre y frágil encarnado en un niño y que no se impone, sino que invita desde la ternura y la dependencia. Un rey que pide ser acogido en brazos y que necesita de sus padres para poder sobrevivir. Esta familia tuvo que emigrar y enfrentar muchas contrariedades para seguir adelante con el plan de Dios. Al tiempo de nacer Jesús, se hicieron refugiados, nuevamente por un decreto de ley que ponía en peligro su vida. De una forma contradictoria, la Sagrada Familia nos coloca cara a cara con la experiencia de vivir la Navidad en pandemia, desencontrados con la ley. ¿No será tiempo de hacer sagrada esta vivencia humana tan necesaria en el hogar? ¿No será hora de dignificar el nombre de Dios y valorar aún más nuestra familia?

            Con ello debemos seguir esforzándonos por dignificar a todas las familias del mundo tomando decisiones que hagan justicia. Ante la pandemia son muchas familias las que están expuestas, pero desde siempre son víctimas de la pobreza, del hambre, de la exclusión, y víctimas diarias de la muerte. Muerte prematura por un sistema injusto que legaliza y determina una forma de vida capitalista y olvida las situaciones infrahumanas en la que viven millones de seres humanos. Como propone el Papa Francisco en Fratelli Tutti, debemos seguir creciendo en una conciencia solidaria de apertura tal que nos saque del egocentrismo que nos paraliza y trabajar por una fraternidad que se amplíe a un horizonte universal (146).

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            Como cristianos adultos somos responsables de la esperanza que debemos proclamar en este tiempo. Y la esperanza nace de la misma fuerza de la novedad del Evangelio que siempre ocasiona resistencia e indignación “porque Jesús choca con los convencionalismos de sus contemporáneos”[iii]. La fe cristiana debe ser innovadora y recrearse constantemente, resignificando la Palabra y su interpretación como las fiestas celebradas en la Iglesia. El ejemplo de una joven mujer y un carpintero, ambos pobres y perseguidos, de traer al salvador del mundo envuelto en pañales y  atravesando varias vicisitudes, debe ayudarnos a crear una conciencia más empática con la realidad. Conciencia que debe poner en primer lugar la vida, la propia y la del prójimo, por encima de estructuras e instituciones, y también de tradiciones que no permiten desarrollar el sentido crítico.

*Artículo publicado en Amerindia en la Red.

[i] Brueggemann, Walter, La imaginación profética, Sal Terrae, Santander, 1983, p. 120.

[ii] Ranher, Karl, La libertad en la Iglesia, Escritos de Teología, Tomo II, Taurus, Madrid, 1961, p. 97.

[iii] Brueggemann, p. 126.

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