Miguel Hernández, poeta de la “memoria histórica” (y 2). El poema “Guerra”

El pasado jueves, el ilustre Epicteto dejó en el blog (pulsar) una sugerente observación que me gustaría retomar y valorar. Me refería en el post a la presencia de Hernández en el asalto final al Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza como periodista reportero de la revista “Frente Sur”. En el texto de Epicteto se lee:
“Es completamente cierto que Miguel escribió dos crónicas periodísticas después de los trágicos, valientes y heroicos sucesos de Santa María de la Cabeza. Pero la realidad es (y no puedo comprender que no lo sepas por tus muy profundos conocimientos sobre la vida y la obra de M. Hernández) que Miguel no estuvo en estos sucesos de ningún modo como un puro, pacífico e inocente PERIODISTA de simple información, como tú muy simplemente nos cuentas.
El eximio y querido POETA M. H., muy equivocado con su errada y diabólica ideología –herejía marxista-leninista–, empuñó plenamente, conscientemente, decididamente, el duro FUSIL con toda la intención del mundo, para enfrentarse a muerte con sus hermanos de sangre españoles (con ideas opuestas) y para intentar matar a los guardias civiles del heroico Capitán Cortés. Y cuantos más mejor...”

UNA CARTA CON "MEMORIA HISTÓRICA"

Aunque Epicteto es un intelectual muy competente, mi impresión no es tan negativa hacia Miguel. Observad la fotografía inicial: fue tomada en ese definitivo asalto. Quien mira con prismáticos parece ser Vittorio Vidali, militante comunista italiano, extremadamente estalinista. El que aparece detrás de él no es difícil de identificar: nuestro admirado Miguel Hernández, que no parece muy interesado en disparar, pero sí, y mucho, en observar y anotar en su memoria lo que allí ocurría para luego contarlo (no le gustaba escribir notas en el escenario de guerra). Lo que me inclina a concederle algo de razón a Epicteto es la conocida crueldad de Vidali, amigo y protector del pastor oriolano.
También me acerca a la imagen de un Miguel belicista la noticia de su participación en la feroz represión contra la derecha. Hace un tiempo recibí una sentida carta de una muchacha explicando lo que sufrió su familia en Jaén, atribuyendo al poeta de “Viento del pueblo”delaciones y persecuciones hacia jiennenses y familiares suyos. Lo que más me gusta del informe de esta joven son los párrafos en los que explica:
“... Se recuerda la guerra como una época espantosa de hambre, frío, miedo, persecución y registros de madrugada. Naturalmente todo esto en mi familia nunca se contó a las generaciones nuevas, pero como yo era la mayor de las nietas y pasaba mucho tiempo en esa casa, las personas de confianza me pusieron al corriente, y luego me lo confirmaron mis mayores. Nunca nos dijeron nada ni nos enseñaron nada negativo, decidieron que no conociéramos nada de lo pasado, y además nunca jamás se aprovecharon después de ello.”
Esto sí que es “memoria histórica” de la buena. Tengo la impresión, a veces, de que existe entre nosotros una leyenda blanca sobre el Miguel de este primer año de guerra civil. Sospecho que hubo excesos. Tampoco es cosa de fabricar una leyenda negra que le manche y denigre. Lo útil para nosotros hoy es leerle en el Cancioneroy descubrir cómo, sencillamente, calladamente, testimonia dolor y revisión en intensísimos versos de amor y abrazo.

"TODAS LAS MADRES DEL MUNDO OCULTAN EL VIENTRE..."

En la dedicatoria de “Viento del pueblo” a Vicente Aleixandre puede leerse: “El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidos al pie de cada siglo”. En el exultante poema “Llamo a la juventud” descubrimos versos de invitación a alistarse:“Los quince y los dieciocho, / los dieciocho y los veinte... / Me voy a cumplir los años / al fuego que me requiere, / y si resuena mi hora / antes de los doce meses, / los cumpliré bajo tierra...”
Con habilidad reta Miguel a los jovencitos a alistarse antes de los 21 (15, 18, 20...) y aceptar valientemente la posibilidad de celebrarlos bajo tierra. El poema “Guerra", que analizamos a continuación, se inicia con el dolor de las madres que han perdido, o temen perder, al hijo. Seguidamente se describirá una metamorfosis: la guerra animaliza a los humanos:
GUERRA
Todas las madres del mundo
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

"ANSIAS DE MATAR INVADEN EL FONDO DE LA AZUCENA"

Hace memoria Hernández del origen de todo: la injusticia y la rebelión del inocente ("ansias de matar invaden / el fondo de la azucena"). Y no hay que temer lo que reclame la sangre: brotar, fluir, derramarse... Veamos un sencillo ejemplo de esta apología del sacrificio, dogma central de la poesía de guerra de Miguel Hernández.
En el poema "Fuerza del Manzanares" alucina el poeta oriolano cómo este modesto río madrileño crece y crece con la sangre de sus defensores: "A fuerza de batallas y embestidas, / crece el río que crece / bajo los afluentes que forman las heridas. // Camino de ser mar va el Manzanares: / rojo y cálido avanza / a regar, además del Tajo y de los mares, / donde late un obrero de esperanza..." Esta mística de la sangre derramada, celebrada ritualmente en la Misa católica en torno al misterio redentor del Cuerpo y la Sangre de Cristo, fecunda generosamente ambos poemarios de la guerra.
No es el problema principal ofrecer la propia vida a una causa. Lo peligroso es amenazar la vida de los demás ("ansias de matar invaden / el fondo de la azucena"). Admirador de Neruda y Vidali, comunista como ellos, participa Miguel, por aquellos años, de su visión dicotómica de la realidad política: blanco o negro, rojo o azul, bueno a malo... Leamos, por ejemplo, la última estrofa del poema "Las manos", que dice así: "Las laboriosas manos de los trabajadores / caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas. / Y las verán cortadas tantos explotadores / en sus mismas rodillas". Siguiendo con obediencia ciega el esquema doctrinario explotador/explotado y bueno/malo, podría llegarse a odiar radicalmente al malo hasta llegar a desear y realizar su destrucción. El último Miguel se humaniza y definitivamente rechaza este juego brutal del claroscuro, de la aniquilación del que piensa de otra manera...
La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

"¿PARA QUÉ QUIERO LA LUZ SI TROPIEZO CON TINIEBLAS?"

Se hace memoria de ilusionantes símbolos en cuya defensa había que estar dispuesto a entregar la propia vida ("Recoged esta voz"):"La juventud de España saldrá de las trincheras / de pie, invencible como la semilla, / pues tiene un alma llena de banderas / que jamás se somete ni arrodilla..."
Había que enardecerse con trompetas de guerra, tambores y bandas militares, hasta la victoria final... Nuestro joven poeta, fan entusiasta de Neruda y García Lorca, fabulaba líricamente, en "Elegía primera", que por hacer compañía en su muerte al poeta granadino... "vienen poblando todos los rincones / del cielo y de la tierra bandadas de armonía... / batallones de flautas, panderos y gitanos, / ráfagas de abejorros y violines, / tormentas de guitarras y pianos, / irrupciones de trompas y clarines..."
La batalla por la justicia estaba justificada. Pero se perdió la guerra y la esperanza. Aquella "Madre España, que es mi perpetua casa", por quien estaba dispuesto Miguel a derramar toda su sangre, se siente ahora como simple mito de patrias, ilusa bandera, tierra de nadie y de todos... Y aquellas trompetas de combate, bélicos himnos, pólvora sagrada, abren todavía hoy en su corazón una eterna herida que nunca cicatriza. Florecen rabia y llanto por el cruel desierto de la desolación:
Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

"UN TAMBOR ENAMORADO, COMO UN VIENTRE..."

Como en diván psicoanalítico, se le van escapando al poeta, en libre asociación, extrañas y terribles palabras. El alma está rota en mil pedazos: flotan términos perdidos como restos de naufragio, angustiosos relámpagos en noche oscura. Nos viene al recuerdo El tren fantasma de los heridos, y su constelación de miembros esparcidos (pulsar).
Silencio... La máquina del tren avanza suspirando, como un largo desaliento... "Detener quisiera bajo un túnel / la larga madre, sollozar tendida. / No hay estaciones donde detenerse, / si no es el hospital, si no es el pecho..." Y el pecho de Miguel lentifica el aliento. Y se refugia, como Paul Conroy, entre los seis tableros de su tristeza. Pero ya está escuchando apagados redobles de tambor que se aproximan y crecen, redobles de vientre enamorado a punto de alumbrar...
Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.
Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.
