Los incómodos en la Iglesia: desde Pablo hasta … tú mismo. (parte I)

Efectos de ir a una Jornada de Pastoral.

Es curioso comprobar cómo a veces se concatenan algunos acontecimientos, y así encuentro una cierta continuidad con el artículo anterior en el que destacaba el llamado a la “participación activa”, y en esa línea de implicación social podemos encajar un (para mi hasta ayer) nuevo término, el de los incómodos de la Iglesia, (con los que además me siento identificado). Este término lo encontré dentro de las XI Jornadas de Teología y Pastoral celebradas en el Seminario Diocesano de Vitoria los pasados días 6 y 7 de mayo y que en varios capítulos, con sus correspondientes non solum sed etiam …., voy a abordar. No en su totalidad claro, sino en aquellas frases y afirmaciones que más llamaron mi atención.
Por lo tanto, y tras esta introducción, doy paso a la parte informativa de esta primera entrega:

Los días 6 y 7 de mayo de 2011, el Aula Magna del Seminario Diocesano de Vitoria acogió las XI Jornadas de Teología y Pastoral organizadas por el INVIRE (Instituto de Vida Religiosa) que tiene su sede en el propio edificio del Seminario. El tema escogido: Caminando en Comunidad.
El objetivo, según sus organizadores: ”Iluminar los diversos modelos de comunidad en que se puede compartir la fe para hacerla más viva, gozosa y comprometida”.
La asistencia: no llegó a las 70 personas en cada una de las sesiones.
El primero de los ponentes fue Antonio Ávila, director del Instituto Superior de Pastoral de Madrid. Y estas son algunas de las ideas que expuso:

Abordar el tema de “las comunidades cristianas” en la historia de la Iglesia es difícil porque su realidad es compleja ya desde los orígenes del cristianismo. El abanico de entidades a las que se les aplica el término comunidad es amplio y se constata ya desde las cartas de San Pablo en las que, bajo el término comunidad se dirige lo mismo a una comunidad que se reúne en una casa que a una población más amplia.

Por eso acotar el término comunidad cristiana es importante y Antonio Ávila definía los límites en los siguientes términos: “en una comunidad cristiana el tamaño, el número de sus miembros, no puede desbordar más allá de un tamaño en el que las relaciones interpersonales sean posibles; y por el otro lado, una comunidad excesivamente pequeña, numéricamente hablando, imposibilita que se desarrollen los ministerios y los servicios que necesita la vida de una comunidad”.
“Por lo tanto cuando hablamos de comunidad cristiana estamos hablando de un espacio numérico que ni puede ser tan pequeño como para ser un grupo tan íntimo, ni tan grande como para que sea un espacio despersonalizado.”

Como dato histórico que ayuda a entender una de esas acepciones de comunidad cristiana está el de la “iglesia doméstica”, referida a la familia como espacio de transmisión y celebración de la fe. Este grupo no se ajusta tanto hoy a los limites expuestos anteriormente por su número actual de miembros y concepción misma del término familia, pero tiene su sentido por extensión de lo que era la familia en la época romana en donde la domus familiar acogía a un número más amplio de miembros y de roles.

Otra observación importante es que sí hay elementos que definen a la comunidad cristiana frente a otro tipo de comunidades: “son un tipo de grupos que reunidos en torno a la confesión del la fe tienen un determinado talante que los diferencia de otros grupos cristianos”, el talante de la fraternidad.

La concepción de una Iglesia Comunión, entre sí y con el mundo, expresada en el Concilio Vaticano II reactiva el mundo de la opción comunitaria hasta el punto de afirmarse lo que es el título de un libro de Leonardo Boff “Las comunidades cristianas reinventan la Iglesia”.
Hace 20 años se recogía el siguiente análisis de los años postconciliares expuesto por Jesús Álvarez en el marco de unas Jornadas de teología del Instituto de Pastoral de Madrid: “Por todas partes se aspira hoy a formar pequeños grupos de talla humana en el que cada uno sea reconocido por su propio nombre y en el que las relaciones interpersonales sean más vivas y más frecuentes. Es la aspiración sobre todo de los más jóvenes.” En estos 20 años el cambio ha sido brutal. Asistimos a un desencanto de lo comunitario, en lo social y en lo eclesial.
Algunos factores que podrían explicar ese fenómeno se encuentran en: una juventud con ansias de ser protagonista de su presente y su futuro, de participar en la vida social, política, artística, eclesial, … los foros de encuentro, diálogo y debate se multiplican en aquellos años.

Por otro lado en España el momento social y político alimentaba también la búsqueda de otros aires nuevos.
En la Iglesia los efectos del Concilio Vaticano II, con especial mención a la reforma de la liturgia, la celebración se convierte en el centro de la vida comunitaria y nosotros todos formamos parte de esa vida comunitaria, de esa comunidad.

Una primera distinción de tipos de comunidades nos presenta seis grupos diferenciados:

1-. Las comunidades cristianas de base con un alto grado de compromiso social y formadas por miembros provenientes de movimientos como la HOAC, la JAC, la JOC, … Son comunidades que nacen con planteamientos radicales a la hora de concebir la Iglesia, son grupos que demandan un cambio de raíz y que ponen en tela de juicio la institución. Son comunidades “incómodas” que crean tensión y dificultades en el seno de la Iglesia.

2.- Otro grupo son las Comunidades parroquiales: que abarcan desde la asamblea del domingo hasta el grupo de catequistas, el grupo de lectura creyente de la palabra, vida ascendente , …, realmente más que comunidades propiamente dichas son grupos parroquiales.

3.- Otro grupo importante son las Comunidades nacidas al abrigo de comunidades religiosas. Estas contemplan un catecumenado juvenil orientado a una apuesta comunitaria (fraternidades). Su proyecto catecumenal está iluminado por el carisma de cada orden religiosa.

4.- Un cuarto grupo sería el de las Comunidades nacidas al abrigo de proyectos pastorales diocesanos. A raíz de la puesta en marcha de planes catequéticos y de pastoral juvenil surgen movimientos de los que algunos de sus miembros acaban constituyendo pequeñas comunidades. Algunas de esas comunidades, originariamente de jóvenes, están formadas hoy por matrimonios muy vapuleados, muy quemados eclesialmente.

5.- Otro grupo es el nacido del seno de comunidades religiosas en su camino de renovación. Son aquellos grupos que en el marco de un proyecto de inserción se van a vivir en pisos y desarrollar su carisma en barrios o ambientes marginales.

6.- Otras comunidades son las nacidas al abrigo de los nuevos movimientos en la línea de los neocatecumenales, la Comunidad de san Egidio, Comunión y Liberación, Señorío de Jesús, … Son comunidades ligadas, conectadas, a entidades más grandes. Estos grupos tendrán un papel muy importante a partir del pontificado de Juan Pablo II.

Con la llegada de Juan Pablo II y el “golpe de timón” acuñado bajo la “marca” de “La Nueva Evangelización”, las comunidades cristianas de base, esas que han sido fuente de conflicto, dejan de tener el protagonismo alcanzado en favor de los nuevos movimientos. Una momento clave es el Seminario Universal sobre los movimientos en la Iglesia celebrado en Roma en 1999.

El hoy de las Comunidades Cristianas vendría definido por una situación de envejecimiento, de dificultades para el relevo generacional, de problemas para la transmisión de la fe, integradas por personas cansadas de peleas intraeclesiales y afectadas por el desencanto general ante la falta de cambios en lo social, en lo político y en lo económico.
Vivimos en una época de “Invierno”.

Pero Ávila destaca que el gran problema de las comunidades cristianas no es tanto el de la dificultad en la transmisión de la fe, sino que está en un déficit en su vida teologal, de la vida teologal de cada uno de sus miembros, en definitiva de su experiencia de Dios.
Hemos estado preocupados por factores que no son tan esenciales como reducir la vida cristiana al mero compromiso, o destacando y primando aspectos como el de la comunicación.
Una vida comunitaria sin haber cultivado la vida teologal de cada uno de sus miembros es una planta a la que le falta raíz.

Hemos tomado a la “comunidad” como “fuente de consumo” donde alimentar nuestra fe, sin pensar en la posibilidad de acudir para “alimentar la fe del otro”.

¿Qué futuro se nos abre y qué estamos llamados a hacer?
Estamos viviendo un invierno eclesial, pero debemos entenderlo no como lamento, como desgracia. La primavera no es posible sin un invierno previo, triempo de trabajo callado y silencioso, de trabajar en esperanza, es más tiempo de siembra que de cosecha, un reto apasionante en el que descubrir que necesitamos recuperar la vida comunitaria, volver a una forma de entender la iglesia, que es la comunión.
Desde la reflexión en torno al Padre Nuestro del teólogo Joseph Ratchinger, hoy Benedicto XVI, en su libro “La fraternidad cristiana” se fundamenta la aseveración de que es imposible la vida cristiana sin la comunidad. No se puede prescindir de la vida comunitaria en la Iglesia.

Non solum sed etiam …

Tras el pelín extenso resumen de lo que se dijo en la primera ponencia esta reflexión personal al hilo de una de las frases o de las ideas: “Una vida comunitaria sin haber cultivado la vida teologal de cada uno de sus miembros es una planta a la que le falta raíz.”
Ya lo decía mi abuela, “donde no hay mata, no hay patata”, o también me sirve aquella otra de que “nadie da lo que no tiene”.

Sin duda cualquiera de las frases del resumen anterior daría para una reflexión pero he seleccionado esta porque creo que es conectable especialmente con el devenir de la historia de las comunidades cristianas y con el futuro de la Iglesia tras este “invierno”.

Los problemas para un relevo generacional, para una pastoral que conecte, para un resurgir de vocaciones de compromiso cristiano, para una recuperación de la parroquia como centro de referencia de la vida de fe y no como un supermercado religioso, … todos esos problemas tienen una misma causa: la falta de vida teologal, la falta de experiencia de Dios, la falta de un testimonio auténtico nacido de esa experiencia de Dios.

Los sacerdotes no son un modelo de vida para la juventud, las parroquias no ofrecen espacios de acogida, la imagen pública de la Iglesia “oficial” se identifica más con sectores fundamentalistas en los que destaca más sus planteamientos doctrinales que su vida interior. Muchos sentimos que más que un regreso a las fuentes lo que ha sucedido en la Iglesia ha sido una regresión que se ha quedado a medio camino y no precisamente en el pasado más glorioso. Y todo por una falta de vida teologal. Nos hemos dejado absorber por el activismo, por el compromiso social, o por la defensa a ultranza del dogma, de la norma, y por el camino hemos ido perdiendo el “talante que distinguía a las primitivas comunidades”, la fraternidad auténtica. Nos hemos contagiado de la dinámica individualista, hemos perdido nuestra identidad.
Peeeeero! Si partimos de la idea de que estamos en “invierno” hemos de esperar con esperanza a la “primavera”, pero no con los brazos cruzados, sino con los brazos “en cruz” y sembrando a diestro y siniestro … quizá no nos toque a nosotros cosechar, pero tendremos la satisfacción de haber sembrado.
To be continued …
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