"Bajo la sombra generosa de quienes nos acogieron comenzó, por fin, un proceso de sanación" Los Agustinos y Prevost: La inesperada mano tendida en el inicio del fin del Sodalicio

Prevost, con los agustinos en su creación como cardenal
Prevost, con los agustinos en su creación como cardenal Agustinos

"El nombramiento del cardenal Robert Prevost como Papa León XIV es, para mí, un signo de esperanza. Representa la posibilidad de una Iglesia que no se construye sobre el poder, sino sobre una comunidad de manos tendidas —como aquellas que nos ofrecieron los Agustinos en Roma, y como ha sido también el ministerio de Prevost en el Perú"

"Hoy, con alivio, asombro y esperanza, descubro que los Agustinos que nos ayudaron —y nuestro hoy Papa— estuvieron desde el inicio del fin del Sodalicio, acompañando a las víctimas"

Aún no salgo del asombro ante el nombramiento del Papa León XIV. A veces, lo que parece un giro menor en la vida se revela, con el tiempo, como una clave esencial en el camino de transformación personal y en el curso de eventos históricos.

Me sigue sorprendiendo descubrir las conexiones silenciosas que Dios entreteje en la historia a través de personas buenas, libres y generosas. Así ocurrió con los Agustinos en Roma, donde quien entonces era su superior general: Robert Prevost, hoy Papa León XIV.

Especial Papa León XIV

Fue en Roma, mientras vivíamos en la torre anexa al Colegio Capránica —uno de los seminarios romanos para futuros sacerdotes, con sus interminables 500 escalones hasta el apartamento— que comenzamos a asistir a misa en la iglesia de Santa Mónica, atendida por los Agustinos. Allí escuché por primera vez al padre Massimo Giustozzo, cuyas homilías despertaron en mí una profunda resonancia interior. Para entonces, ya era crítica del Sodalicio. En Roma confirmé que su sed de dinero, poder, prestigio y números era totalmente contraria al Evangelio de Jesús. En cambio, en las prédicas de este sacerdote agustiniano encontré una espiritualidad centrada en el seguimiento de Jesús, en la sencillez y en una interioridad sincera que se volcaba en el compromiso con los más necesitados.

Iglesia de Santa Mónica, en Roma

Pronto el padre Massimo se convirtió en mi confesor y guía espiritual. Fue él quien, al escuchar mi historia en confesión, me dijo con claridad lo que yo aún no me atrevía a nombrar: “Rocío, eso es abuso sexual. Tú eres una víctima”. Aquellas palabras comenzaron a romper el silencio impuesto por años de manipulación y culpa.

Poco después, nos informaron que debíamos desalojar la torre del Capránica por reformas en el edificio. La torre se inundó y el techo de uno de los cuartos se cayó. No teníamos adónde ir. Figari, superior del Sodalicio y de la Fraternidad, furioso, me gritaba por teléfono que éramos unas “pobretonas”, que no éramos como los sodálites, que sabían conseguir casas grandes y prestigiosas. La realidad era dura: todas estudiábamos sin títulos aún. Yo trabajaba como secretaria, y las otras fraternas como porteras. Apenas sobrevivíamos, con lo justo para comida y alojamiento. Un poco como la situación de tantas religiosas en el mundo como mano de obra barata, donde las religiosas son explotadas y se convierten en peones de las mismas comunidades para la sobrevivencia de la institución. En algunas comunidades se tiene la convicción que la comunidad es mas importante que la persona.

Rocío Figueroa
Rocío Figueroa Crux/RF

La angustia era enorme. Tocamos muchas puertas, pero todas se cerraban. Yo, además, atravesaba una crisis profunda: comenzaba a aceptar que había sido víctima de abuso y releía mi historia a la luz de esa verdad. Fue en ese contexto límite que los Agustinos nos tendieron la mano. Nos ofrecieron vivir en su antigua casa generalicia en Riano, a las afueras de Roma y el superior romano P. Bellini aceptó nuestra presencia. Hoy descubro con emoción que, en ese momento, el superior general de los agustinos era Robert Prevost. En el 2005, nos prestaron una pequeña vivienda —originalmente destinada a trabajadores— a cambio de colaborar en la administración de su casa de retiros. Una de nosotras sería la administradora.

En ese espacio de libertad y acogida comenzó a gestarse una transformación espiritual. Al entrar en contacto con la espiritualidad de S. Agustín, sentí con más claridad que la propuesta sodálite distaba mucho del Evangelio

Rodeadas de viñedos, sin teléfono ni presiones, por fin respiraba. Yo estaba en paz: Figari no podía contactarnos, y estaba furioso por ello. En ese espacio de libertad y acogida comenzó a gestarse una transformación espiritual. Al entrar en contacto con la espiritualidad de S. Agustín, sentí con más claridad que la propuesta sodálite distaba mucho del Evangelio. Recuerdo una visita a la tumba de Santa Mónica, en Casia, y una conversación con otra fraterna. Aún sin conocer la magnitud de los abusos ni la corrupción económica, ya intuíamos que debíamos separarnos del Sodalicio. Teníamos la convicción, pero no aún la claridad ni la fuerza para actuar. En un año descubriría la verdad sobre Figari, Doig y el Sodalicio. Riano me preparó para esa batalla.

Algo se inició ahí. Bajo la sombra generosa de quienes nos acogieron comenzó, por fin, un proceso de sanación. Fue el principio del fin del sometimiento. La salida aún tomaría tiempo, pero la semilla ya había sido plantada.

Prevost, con Emilce Cuda
Prevost, con Emilce Cuda LMM

Este episodio revela algo profundo: un espacio seguro, el acompañamiento respetuoso, la hospitalidad silenciosa pueden convertirse en verdaderos puntos de inflexión para quienes intentan salir de contextos de abuso sexual y espiritual, empezando a adueñarse de a pocos de su propia libertad.

El nombramiento del cardenal Robert Prevost como Papa León XIV es, para mí, un signo de esperanza. Representa la posibilidad de una Iglesia que no se construye sobre el poder, sino sobre una comunidad de manos tendidas —como aquellas que nos ofrecieron los Agustinos en Roma, y como ha sido también el ministerio de Prevost en el Perú. Prevost no solo fue compasivo con las víctimas del Sodalicio, sino que actuó con decisión para impulsar su supresión.

Tengo la esperanza de que el Papa León XIV ejercerá una autoridad que se exprese en la compasión, el diálogo y el cuidado de los más vulnerables: quienes sufren por la guerra, la pobreza o la injusticia. Ojalá sea también un tiempo donde la Iglesia institucional luche no sólo contra el abuso a menores sino que se extienda al abuso de mujeres en la Iglesia, en particular de mujeres religiosas que aún teniendo una misión central siguen siendo tratadas como ciudadanas de segunda clase sufriendo todo tipo de abusos: psicológico, sexual, espiritual y dependencia financiera.

Debo decir que es profundamente significativo para mí que Prevost —quien ha recorrido las tierras peruanas durante tantos años— sea hoy nuestro Papa. El escándalo del Sodalicio ha herido profundamente a muchos católicos en el Perú. Para mí, regresar a Lima siempre era una experiencia traumática: visitar los lugares donde el Sodalicio actuó, donde tantas personas han sufrido tanto, removía viejas heridas. Es como si la elección del Papa reescribiera, en cierto modo, la historia de un Perú y de todos los que fuimos dañados aún puede reconstruirse —pero ahora sobre otras bases: sobre la integridad de personas buenas y honestas que siguen a Jesús, como lo ha hecho Prevost.

Hoy, con alivio, asombro y esperanza, descubro que los Agustinos que nos ayudaron —y nuestro hoy Papa— estuvieron desde el inicio del fin del Sodalicio, acompañando a las víctimas.

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