"Con el colegio cardenalicio, optimismos, los justos" Antonio Aradillas: "Birreta, birrete, birretina, birria y otras cosas púrpuras"

Birretes cardenalicios
Birretes cardenalicios

"La presencia de la mujer en la Iglesia –también, por supuesto, en el Consistorio Cardenalicio de referencia- , con todos sus derechos y deberes que el hombre, es demandada con urgencia pastoral, canónica y litúrgica"

"A los optimistas con el tema no está de más recordarles que la inclinación de la institución eclesiástica hacia la derecha y el conservadurismo ha sido y es semi-dogma de fe en el sentir y consentir de no pocos cristianos y más de los cardenales"

"Es de advertir que a los cardenales los selecciona personalmente el papa, sin tener que pasar antes por los filtros 'inquisitoriales' de los organismos curiales"

Con la sana, santa y constructiva intención de colaborar en la información-formación de la fe cristiana, me decido a dejar constancia de este leve puñado de sugerencias. La ocasión, aquí y ahora, la propicia la solemne fiesta que se celebra en Roma, a propósito del “Consistorio Público” del nombramiento- creación de los nuevos cardenales.

El término “cardenal”, en fiel consonancia con el Código de Derecho Canónico (a. 1983) (cn. 351,1), se les aplica “a determinados varones que hayan recibido el presbiterado, y se hayan distinguido por la doctrina, costumbres, piedad y prudencia en la gestión de los asuntos relacionados con la Iglesia”. En el canon se añade que, quienes no sean aún obispos, habrán de recibir antes, tal consagración. Aconsejar al papa y elegir su sucesor a la muerte o a la renuncia del mismo, son las principales funciones del “Colegio Cardenalicio”.

Por etimología, y por su propia función y ministerio, “cardenal –prelado o clérigo eclesiástico de categoría inmediatamente inferior a la de “papa”-, procede del latín “cardo”, y significa gozne o “mecanismo articulado que une las hojas de las puertas o de las ventanas al quicio, para que se abran o cierren”. La importancia salta a la vista en la constitución de cualquier organismo o institución, con referencias prevalentes, en nuestro caso, para la pastoral, la ética, la moral y la teología, es decir, para la misión integral de la Iglesia.

Son muchos los que leen el canon citado teniendo que lamentar la nula capacidad de sensibilidad que presidió y preside su redacción y su praxis, en relación con la mujer, por mujer, que en número y condición está y vive en cruel y desmedida desventaja en la Iglesia respecto a los hombres, por hombres, tal y como se ve obligada a ejercer su feminidad en el resto de las actividades laborales y profesionales y en otras Iglesias, distintas de la católica, apostólica y romana. Esta debiera haber dejado ya de ser canónicamente machista, considerando y tratando a la mujer no solo con cortesía, y como más “pobre y necesitada” que el hombre-varón, sino con mayor convergencia con el comportamiento de Jesús testimoniado en los evangelios.

La presencia de la mujer en la Iglesia –también, por supuesto, en el Consistorio Cardenalicio de referencia- , con todos sus derechos y deberes que el hombre, es demandada con urgencia pastoral, canónica y litúrgica, a punto ya de rebasarse los límites de la “prudencia”, del aguante y de la resignación que varonilmente aseveran haber sido y tener que seguir siendo parte esencial del feminismo religioso.

En la primitiva Iglesia, el título y la condición de “cardenal” eran del uso y dominio de clérigos adjuntos a las parroquias periféricas romanas, a cuyos párrocos titulares servían en calidad de acólitos. Pero el tiempo pasa para casi todos, y hoy, párrocos, obispos, arzobispos y patriarcas, rinden sus respetos ante los cardenales, con sumisión, cánones, liturgia y hasta indulgencias…

Es de advertir que a los cardenales los selecciona personalmente el papa, sin tener que pasar antes por los filtros “inquisitoriales” de los organismos curiales. Las ventajas y desventajas del sistema son variadas y los historiadores y experto en la materia llegan a la conclusión, triste y dramática a veces, de que, al menos en proporciones idénticas –también en la actualidad- los malos ejemplos cardenalicios superaron con creces, a los buenos, ensuciando la Iglesia, sin tiempo a que otros la purificaran, para hacer de ella “tabla de salvación” y referencia de luz, de paz y de transparencia en esta vida y también en la otra…

De entre los signos litúrgicamente cardenalicios, subrayo en primer lugar el color de sus vestimentas. Todo y todos, de rojo púrpura. Lo de que este color rememora y hace presente, es nada menos que la sangre del Cordero y la disponibilidad de ser mártir – testigo de Cristo, lo guardan muchos en el baúl de los píos recuerdos dejando patente el hecho de cuanto y cómo llama la atención tal color a propios y a extraños, colmando sus vanidades. Contemplar y venerar la “sagrada púrpura cardenalicia”, es manjar de dioses y de aspirantes a serlo, además de “boccato di cardinale”. Pío XII mandó recortar a cinco, los 16 metros de sus “capas magnas” y la protesta del “sacro colegio” fue prácticamente unánime.

Antes del Vaticano II, se le llamaba “capelo” al sombrero rojo de los cardenales, que ahora se conoce como “birreta” o “gorro cuadrado que usan, con una borla grande, del mismo color, en la parte superior”. “Birreta” difiere de “birrete”, o “gorro en forma de prisma que usan en los actos oficiales, doctores, catedráticos universitarios, magistrados , jueces y abogados. La “birretina” es prenda guerrera propia de los húsares, del siglo XVII, y “birria” es un adjetivo que expresa la idea “de baja calidad”, “mal hecho”, “de poco valor” “adefesio” y “mamarracho”. La etimología nos remonta, en el tiempo y en la intención, al antiguo francés provenzal.

Como todo anillo, el cardenalicio es signo de “fidelidad”, en este caso, al papa y a la Iglesia universal y no solo local, con el dato curioso de que en su interior está grabado el nombre del papa que lo “creó” cardenal.

A los optimistas que piensan que, con los nuevos cardenales, el colegio cardenalicio está ya en condiciones de elegir, en su día, a otro Francisco, comprometido afanosamente en promocionar la reforma- renovación de la Iglesia, no estaría de más recordarles que la inclinación de la institución eclesiástica hacia la derecha y el conservadurismo, ha sido y es semi-dogma de fe en el sentir y consentir de no pocos cristianos y más de los cardenales, todos lectores de los santos evangelios… Por tanto, optimismos, los justos.

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