"Callar o acallar no evita el escándalo, sino que lo multiplica hasta que, finalmente, explota de forma más agresiva" ¡Cállate que haces daño a la Iglesia! Cuando el silencio no edifica sino encubre

Preferimos, haciendo eco del libro de la Sabiduría, “acechar al justo que nos resulta incómodo” (Sb 2,1) y quedarnos con aquellos ídolos humanos que “tienen boca y no hablan, tienen oídos y no oyen” (Sal 115,12)
Recordemos a San Agustín en su Sermón 164 “errar es humano; persistir en el error, por orgullo, es diabólico; corregirse, cristiano”
Vivir plenamente la identidad bautismal profética implica ser voz que acompaña, pero también voz que corrige, que interpela y que construye desde la única Verdad
Vivir plenamente la identidad bautismal profética implica ser voz que acompaña, pero también voz que corrige, que interpela y que construye desde la única Verdad
| Javier Gil Quintana*
¡Cállate que haces daño a la Iglesia! Es la expresión que más solemos escuchar en los ambientes eclesiales cuando surge un escándalo. Acallamos a creyentes que, con sus palabras, denuncian hechos (Ef 5,11) ejecutados por determinadas personas o instituciones eclesiales que se han vuelto reprensibles (Gal 2,11) y que se están alejando del Evangelio y, por ende, de la doctrina que defiende la Iglesia.
Con ese acallamiento no solo me refiero a laicos, donde rechazarlos o desplazarlos de la participación eclesial es mucho más fácil, sino también a presbíteros, religiosas/os y diáconos que, cuando son críticos con determinadas acciones, se les cambia de comunidad, parroquia o monasterio; evitan su presencia en órganos de gobierno o intentan silenciar su voz a través de enclaustramientos para “no hacer ruido” (Jr 38,6).
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Preferimos, haciendo eco del libro de la Sabiduría, “acechar al justo que nos resulta incómodo” (Sb 2,1) y quedarnos con aquellos ídolos humanos que “tienen boca y no hablan, tienen oídos y no oyen” (Sal 115,12), pero eso sí, nos adulan con la lengua (Prov 28,23) y alaban nuestras acciones, sean evangélicas o no. Es valioso el silencio contemplativo, pero no el silencio cómplice que encubre la infidelidad adúltera que domestica a Dios y a su verdad (Os 4, 1-2; Jr 3, 6-8; Is 29, 13; Apoc 2, 20-22).
¡Cállate que haces daño a la Iglesia! Parece que, con el silencio cómplice, queremos proteger a determinados sectores de la Iglesia presentando su “escudo” de santidad, catolicidad y apostolicidad ante la sociedad; incluso consolidamos y difundimos mentiras para proteger o tapar hechos o personas denunciables, convirtiéndose en una profecía adulterada que se convierte en falsificación directa de Dios, culmen de la corrupción.
Pero, como creyentes, profetas desde el bautismo, ¿a quién tememos más?, ¿a la sociedad (creyente y no creyente) que juzgue nuestro comportamiento o al encuentro “cara a cara” (1Cor 13,12) con Aquel ante el que “no hay nada oculto que no llegue a descubrirse” (Mt 10,24) y al que tendremos que rendir cuentas (Heb 4,13; 2Cor 5,10)? El profeta es capaz de percibir que algo no funciona, pero también se puede percatar de que algo nuevo y esperanzador puede nacer; si por una denuncia, logramos que haya una persona o sector eclesial que se encamine por el camino del bien, ¿no es acertada la actitud profética?, ¿no merece la pena denunciar?; más aún, ¿no estamos obligados (moralmente) a denunciar?; recordemos a San Agustín en su Sermón 164 “errar es humano; persistir en el error, por orgullo, es diabólico; corregirse, cristiano”.
Callar o acallar no evita el escándalo, sino que lo multiplica hasta que, finalmente, explota de forma más agresiva y dejando más víctimas. En palabras del Papa Francisco “callar para evitar el conflicto puede ser cómodo, pero esteriliza la misión”; el Papa León XIV, el 26 de junio de 2025, ante más de 400 obispos y cardenales, lo dijo con rotundidad “las situaciones que provocan escándalo deben ser enfrentadas sin titubeos”.

Con esta reflexión no me quiero referir simplemente al abuso sexual, sino también al clericalismo cotidiano (arbitrariedades episcopales, abuso de poder, decisiones impuestas, formas de trato autoritario, silencio obligado, etc.), a la falta de transparencia económica, a las ilegalidades civiles encubiertas, a ambientes donde se premia el silencio y se penaliza la crítica interna, etc., llevando todo ello al alejamiento de la perfección propia de aquellas personas que deben buscar “ser perfectos” (Mt 5, 48) a imagen de Dios.
¡Grita si quieres a la Iglesia! En la Historia de la Salvación, tal como recoge la Sagrada Escritura, llama la atención que el pecado, la infidelidad y las caídas del Pueblo de Israel, no son ocultadas ni suavizadas, sino narradas con una proyección mediática sin precedentes desde una sinceridad cruda y teológica, gracias a Aquel que “extiende la mano y toca la boca” (Jr 1,9; Dt 18,18; Ex 4,11; Ez 3,1). Desde el becerro de oro (Ex 32), la idolatría reiterada en la época de los jueces (Jue, 2), la traición de reyes como Saúl (1 Sam, 28) o David (Sal 50,6), hasta el enfado de Cristo frente al poder religioso (Mt 23; Mc 7, 6-13; Lc 11, 37-54), las negaciones del primer Papa (Mt 26, 69-75) o el deseo de poder de los hijos de Zebedeo (Mc 10, 35-45).
La Palabra no encubre los errores del Pueblo, sino que los interpreta como oportunidades de conversión e intervención misericordiosa de Dios, por eso no puede estar encarcelada (2Tim,9) “ni a temores paralizantes, ni a intereses turbios, ni a prejuicios inconfesados” (Castocurta, 2007). En este sentido, García Fernández (2024) en su obra Jeremías, señala que la inspiración en la misión profética consiste en “taladrar nuestra historia de a pie desde la perspectiva y sensibilidad de Dios, lo cual permite acceder a su verdadero sentido”, una palabra soberana con fuerza para “arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar”.
Este camino de verdad que conduce a la gracia tiene un eco claro, no sólo en los profetas veterotestamentarios como Jeremías, Amós, Oseas, Isaías o Miqueas sino también en el “mayor entre los nacidos de mujer” (Mt 11,11), San Juan Bautista, cuyo martirio celebramos el 22 de agosto; Juan no calló ante el pecado, aunque le costara la vida, sus denuncias no son por el mero criticar, escándalo o rebeldía, sino por fidelidad a la Palabra de Dios. Su martirio nos recuerda que el silencio ante la injusticia no construye el Reino, y que la comunicación profética clara, respetuosa y valiente es parte esencial de la misión bautismal cristiana.

¡Grita si quieres a la Iglesia! Callar el pecado no ha sido nunca parte del estilo de Dios que se refleja en su Palabra, sino más bien el propósito de iluminarlo para redimirlo; en palabras de Nguên Van Thuan (2011) “es un caso único, admirable y estupendo, encontrar un pueblo que en su historia oficial no oculta los pecados de sus antepasados”.
Recordemos, dentro de la Historia de la Iglesia, otras personas que ejercieron la denuncia profética, como es el caso de San Basilio Magno que criticó la ostentación y el abuso de poder de obispos y clérigos; San Bernardo de Claraval llamó la atención sobre la mundanidad y vida lujosa de los prelados; Santa Catalina de Siena a través de la dureza de sus cartas al Papa Gregorio XI; San Vicente Ferrer señaló la inmoralidad de los clérigos y la división eclesial; San Juan de la Cruz criticó la falta de vida contemplativa de su orden; San Carlos Borromeo luchó contra la corrupción del clero local; San Óscar Romero criticó la adhesión de sectores eclesiásticos a regímenes represivos; y un largo etcétera, cuyo mensajes nos pueden servir a todas las personas que forman parte de la Iglesia.
Esta transparencia comunicativa de la Palabra de Dios, de la Tradición y del ejemplo de las santas y santos, que tanto se echa de menos en el ámbito eclesial en nuestros días, no busca el escándalo ni el desprestigio, sino enseña que, es en la Verdad, donde Dios actúa y donde el pueblo puede reconocerse, arrepentirse y volver a Él.
Finalmente, recordemos al Papa Francisco en la apertura del Sínodo de la Sinodalidad “no tengamos miedo a decir la verdad. El diálogo sincero y valiente es parte del alma sinodal”. Vivir plenamente la identidad bautismal profética implica ser voz que acompaña, pero también voz que corrige, que interpela y que construye desde la única Verdad. Toda denuncia hecha desde la fe, siguiendo la corrección fraterna, con respeto y deseo de conversión, es parte del ejercicio legítimo y necesario de la vocación profética recibida en el Bautismo.

¡Que griten hasta los silencios de las composiciones proféticas!
PD: Dedicado a todas las personas que buscan nuestro silencio.
*Javier Gil Quintana
Doctor en Educación y Comunicación (UNED)
Doctor en Ciencias Sociales y Jurídicas (URJC)
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