"Religión de la paz y la violencia" Chesterton y la paradoja del cristianismo

(Andrés Ortiz-Osés).- Gilbert K. Chesterton es un escritor agudo e irónico, paradójico, que encuentra en el cristianismo la religión paradójica por excelencia. El cristianismo se correspondería a la propia vida humana llena de paradojas, por lo que la paradoja expresa la clave de la existencia.

La paradoja expone la antilogía de la propia realidad, la cual resulta ser una combinación de opuestos o contrarios. Paradójicamente la vida y pensamiento de Chesterton son una búsqueda por una parte de la auténtica verdad y por otra de la sensatez, sentido común o sanidad mental (sanity), lo cual resulta ya suficientemente complejo y complicado de aunar sin contradicción.

Chesterton encuentra la máxima coimplicación de las diferencias resueltas en el cristianismo, considerado precisamente por sus críticos como paradójico y aún contradictorio: la religión de la paz y la violencia, del amor y la guerra, del santo y el cruzado, de la sobriedad ascética y el colorido místico. En efecto, el cristianismo es para unos vitalista y para otros mortuorio, misógino para aquellos y feminoide para estos, pesimista o bien optimista. Echando más fuego a la controversia, nuestro autor apuntilla que así es, el cristianismo exacerba los contrarios, el orgullo y la humildad, coafirmando los opuestos como la familia y el celibato, tener hijos y no tenerlos.

Chesterton recoge la crítica al cristianismo como contradictorio y asume esta contradicción como la esencia paradójica de dicha religión, considerada como genial al respecto. Ahora bien, mientras que la religión pagana buscaba la virtud en el equilibrio aristotélico entre los contrarios (el justo medio), la virtud cristiana representa la colisión ígnea o fogosa de los contrarios. Por eso el cristianismo asume radicalmente la vida y también la muerte, lo humano y lo divino, cuyo modelo arquetípico es Cristo en cuanto plenamente humano y divino.

De esta guisa, el cristianismo de Chesterton afirma los contrarios absolutamente y no relacionalmente. La ortodoxia de nuestro autor rechaza toda mezcla dilusora o desleidora de los contrarios, coafirmando los opuestos nítidamente, como el blanco y el rojo en el escudo de san Jorge, excomulgando su fusión en la amalgama intermedia de un color rosado, operación propia de filosofías demasiado humanas o humanistas.

El patrón de semejante cristianismo chestertoniano no es solo san Jorge, sino también san Luis, en cuya vida y obra nuestro autor ve al león yaciendo junto al cordero sin confusión, lado a lado, mayestáticamente. Sin duda se trata de un cristianismo purista y heroico, que a veces entra en contradicción con un cristianismo más medial o mediador entre los extremos, como el cristianismo que navega tradicionalmente entre el arrianismo y el gnosticismo, el inmanentismo y el trascendentalismo.

Frente a Chesterton, nosotros mismos propugnamos aquí un cristianismo que no busca el conflicto o colisión de los contrarios o extremos absolutos, ni tampoco el mero equilibrio o medio estático, sino su mediación dinámica precisamente bajo el arquetipo del propio Cristo como el gran Mediator (Mediador) entre lo humano y lo divino, la inmanencia y la trascendencia.

Entre el blanco y el rojo puros o puristas, ya el filósofo cristiano Hegel, inspirándose en el símbolo de la Rosa de Lutero, encontró la mediación del rosado o rosáceo en la Rosa (trascendencia) que brota o florece de la Cruz (inmanencia). El puritanismo de Chesterton lleva al extremo de coafirmar los contrarios, la luz y la oscuridad absolutamente, aunque finalmente acaba eligiendo puritanamente la luz contra la oscuridad así irredenta, así como la verdad pura o descarnada frente al sentido impuro o encarnado, no tomando suficientemente en serio la Encarnación cristiana.

Frente al absolutismo de los contrarios se trata entonces del correlativismo de los contrarios u opuestos, así pues de su contaminación y mestizaje, de su correlación o correlacionismo. El propio Chesterton se da fina cuenta de que las viejas virtudes cristianas se han vuelto locas o dislocadas por hallarse aisladas o desligadas. Así es, en efecto, pero la solución no consiste en convertirlas en muros o estatuas dogmáticas a coafirmar dogmáticamente, sino en puentes o baremos relacionales, en virtudes humanas y no inhumanas, en símbolos de coimplicación o mediación, so pena de quedarnos congelados por gestos petrificados o gestas inmovilizadas de nuestra historia en devenir y advenir.

Bibliografía mínima:

-Gilbert K. Chesterton: Ortodoxia (1908), así como El hombre eterno.

-Martin Lutero: Carta a L.Spengler, 8 de junio de 1530.

-Andrés Ortiz-Osés: El Dios heterodoxo.

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