Divorciados vueltos a casar Diferencia entre pecado objetivo y subjetivo
(Oscar Raynal sj).- Muy estimado José Manuel, director de RD: Soy un sacerdote Jesuita ordenado el mismo año que el Papa Francisco pero casi dos años mayor que él. Tengo varios años trabajando en una isla en el Océano Pacífico, prolongación de la Península de Baja California en México, que es un complejo de cinco prisiones federales, alguna de ellas de muy alta seguridad. La Isla es del tamaño del Lago de Tiberíades.
Somos tres sacerdotes Jesuitas y nuestra orden tiene más de 70 años evangelizando este penal. Nuestro trabajo es recorrer las diferentes prisiones en la isla para ayudar a la rehabilitación de estos internos en especial con los sacramentos y muchos retiros y encuentros con Cristo siempre con una actitud de misericordia.
A través de mi experiencia aquí, he ido sintiendo un abrirse en mis criterios de comprensión a estos muchachos tan marginados, al grado, que sin esos nuevos criterios casi nadie comulgaría y la realidad es que la mayoría de los que asisten a misa comulgan con buena conciencia.
Leo muchas noticias pero muy en especial Religión Digital y me doy cuenta de la preocupación del Papa de que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar y también de la gran oposición del ala conservadora.
Yo quisiera compartirte mi punto de vista al respecto, ya que creo mis comentarios apoyarían muy fuertemente el punto de vista del Papa Francisco y tal vez iluminarían ciertos aspectos que no he visto se comenten.
Lo primero que capté en esta apertura de mis criterios morales es la gran diferencia que existe entre el pecado objetivo y el subjetivo. Por ejemplo, cuando una persona se suicida, prácticamente todos en la Iglesia estamos de acuerdo en que se cometió un acto que objetivamente es falta grave. Sin embargo, pudo no haber pecado subjetivamente por la situación psicológica de desesperación o la gran compulsión que lo llevó a quitarse la vida.
Anteriormente en la Iglesia no se celebraban exequias para los que cometían suicidios ya que no se diferenciaba entre pecado objetivo y subjetivo. Si cometió el pecado objetivo, era el común sentir, necesariamente en lo subjetivo también cometió pecado y por tanto se condenó; no tiene caso celebrarle una Misa. Posteriormente se empezó a tomar conciencia de que aunque objetivamente se había cometido un gran pecado, pero subjetivamente pudo no haber ninguno y por tanto se podía pedir por su eterno descanso. Se tomó conciencia de la diferencia entre el pecado objetivo y el subjetivo.
En la situación de los divorciados vueltos a casar puede pasar lo mismo. En lo objetivo, según la ley de la Iglesia, se está cometiendo adulterio ya que nadie niega la indisolubilidad del sacramente de matrimonio, pero el ala conservadora sigue identificando el pecado objetivo con el subjetivo como lo hacía la Iglesia en el caso de los suicidas.
Si se habla muy a fondo con los divorciados vueltos a casar, se encuentra uno con que subjetivamente muchísimos de ellos no están en pecado ya que, de las circunstancias que están viviendo, han elegido la mejor de las que están a su alcance. Si ellos viven la mejor de sus posibilidades el padre misericordioso no les puede pedir un imposible ya que entonces lo que tendríamos sería un dios irracionalmente injusto.
Por ejemplo, hay personas divorciadas y vueltas a casar que les es imposible regresar a su antigua mujer o marido ya que la antigua pareja hizo su vida con otro. No pueden vivir un celibato ya que no están llamadas a éste y si viven solos van cayendo en pecado con diferentes personas.
Si tienen una pareja, por lo mismo, no pueden vivir con ella nada más como hermanos. Su mejor opción, por tanto, es hacer vida con alguien y aunque objetivamente, según la ley de la Iglesia, están cometiendo adulterio subjetivamente pueden vivir en paz con Dios en la compañía de una pareja a la que aman y con la cual pueden ser felices. Nuestro Padre tan Misericordioso nos creó precisamente para que fuéramos felices.
Yo creo que si profundizáramos en las circunstancias personales de la gente, sin renunciar a las verdades de la religión ni minimizarlas, caeríamos en la cuenta que aunque existe la ley, el amor de Dios llega a unas profundidades tales de la conciencia que convierten a ésta en la última norma de moralidad.
Además yo no veo por qué nos constituimos en jueces de quién puede o no puede comulgar si eso lo tiene que decidir cada persona escuchando su conciencia y haciendo un discernimiento sobre los términos de su relación con Dios.
