"Necesitamos constituirnos en un 'nosotros' que habita la casa común" 'Fratelli tutti': Una reflexión inicial desde la dimensión cultural

San Francisco de Asís
San Francisco de Asís

"Hundiendo sus raíces en los escritos de san Francisco, 'Fratelli tutti' evoca estas palabras inmortales: Miremos, todos los hermanos, al buen pastor que sostuvo la pasión de la cruz para salvar a sus ovejas" (Admoniciones, 6, 1: FF 155)"

"Francisco recalca en esta nueva encíclica la manera de vivir la fe. La fe se vive en situaciones concretas, con problemas actuales. Desde la fe"

"Imposible dar un análisis detenido de la encíclica a estas alturas. Se necesita más tiempo para que los planteamientos de este escrito atípico maduren en todos nosotros"

El primer papa del continente suramericano es atípico por varias razones y no solo por su talante peculiar que desde el principio ha desconcertado a muchos sectores de orientación conservadora e integrista. Amén de ser el primer sumo pontífice de la Sociedad de Jesús en la historia, es un jesuita con espiritualidad franciscana (y no necesariamente una vinculada a las familias fundadas e inspiradas por el Trovador de Asís) sino porque interpreta a Cristo y su Evangelio desde el prisma de esta figura incomparable en la historia de la espiritualidad cristiana. En Francisco la militancia mística (y no solamente ascética) de Ignacio de Loyola y de Pedro Fabro se vuelve franciscana con los temas del cuidado del hogar y de la construcción de comunidades fraternas.

Más allá de las rupturas: Lo clásico y lo nuevo

Francisco no es un papa de rupturas. Podría decirse en términos agustinos que su magisterio se caracteriza por lo antiguo y por lo nuevo. Su primera encíclica, Lumen fidei (05.07.2013) fue redactada tomando como base gran parte de los apuntes dejados por su predecesor inmediato. Entonces se celebraba el Año de la Fe, la que nos une a todos nosotros, con nuestras ideologías y creencias diversas, con nuestros partidismos y movimientos que nos dividen en bandas conforme a las circunstancias, escondiendo detrás de la cortina de humo de las doctrinas. Pero ahí está la fe, más allá de los concordismos y consensualismos, superando el alcance de los pactos y acuerdos. La fe, ante todo, es nuestra patria común.

"Francisco no es un papa de rupturas. Podría decirse en términos agustinos que su magisterio se caracteriza por lo antiguo y por lo nuevo"

Pero esta continuidad, partiendo del patrimonio común, la interpreta Francisco en clave de actualidad que para él trata de recuperar los valores radicales del evangelio muchas veces escondidos en varios ropajes culturales. Así ocurrió con sus dos últimas encíclicas: la primera sobre el cosmos, como medio ambiente, que es nuestra tierra u hogar común, Laudato si (24.05.2015) y esta última sobre la fraternidad y la amistad social Fratelli Tutti (03.10.2020).

Una visión eclesiológica

Las dos son una visión eclesiológica. Al parecer son temas novedosos: la ecología y la fraternidad pero estas tienen sus raíces en una espiritualidad eclesial clásica (temas de la paz, de la justicia social, de los bienes económicos) con un enfoque actualizado.

Como bien se sabe, Francisco acudió a la tumba del Poverello para celebrar la misa y ahí en su tumba, con un aforo limitado debido a la pandemia, firmó la encíclica. Estas dos últimas encíclicas se inspiran en los escritos de san Francisco, modelo elegido por el papa para presentar su cristianismo evangélico para nuestros tiempos. Fratelli tutti evoca estas palabras inmortales: Miremos, todos los hermanos, al buen pastor que sostuvo la pasión de la cruz para salvar a sus ovejas" (Admoniciones, 6, 1: FF 155).

'Fratelli tutti', del papa Francisco
'Fratelli tutti', del papa Francisco

Un enfoque pastoral debido a los cambios culturales

Debido a su oficio y a su personalidad, la visión eclesiológica del papa Francisco es ante todo pastoral. Y las palabras de san Francisco evocadas al principio nos da la clave. San Francisco no era sacerdote, sino diácono. Pero el papa Francisco tanto en Laudato si como en Fratelli tutti subraya el cuidado, la cura, la preocupación partiendo de la fe de la iglesia, la fe que hay que custodiar y renovar con los vaivenes de la historia.

Francisco no tiene las pretensiones intelectuales de Benedicto XVI, antropológicas de Juan Pablo II o culturales de Pablo VI si bien con este último las preocupaciones pastorales del papa porteño tienen un enlace, pues los cambios culturales implican nuevos retos pastorales y esto queda patente en la temática de las dos últimas encíclicas que necesariamente implican una ''iglesia en salida'' y una ''pastoral hacia las periferias'', deshaciéndose de enfoques un poco anticuados para centrarse en temas y retos actuales como el medio ambiente y las divisiones humanas, productos de revoluciones culturales a la que en su día Pablo VI quería proponer una ''civilización de amor''.

Fe y humanidad

No se trata de un enfoque nuevo o ''progre'' sino de una perspectiva o tema fundamental: que somos hermanos y hermanas y que tenemos la misma patria, el mismo hogar y con el mismo Padre. Este prisma es tan fundamental como la fe, pues brota de esta misma y del sentido humanitario de la misma.

Francisco recalca en esta nueva encíclica la manera de vivir la fe que ha proclamado en su primera encíclica que escribió con la ayuda e influencia de Benedicto XVI. La fe ha de vivirse de manera fraternal, en un mundo encerrado, con nubes oscuras. La fe se vive en situaciones concretas, con problemas actuales. Desde la fe, Francisco nos llama a la apertura hacia los demás, que son en efecto aperturas culturales y sociales, para no asfixiarnos.

El diálogo interreligioso (y relaciones ecuménicas) junto al desastre sanitario o ecológico del COVID-19 están muy presentes en los planteamientos de esta encíclica. Ante las exigencias de las mismas, Francisco evoca y propone al Buen Samaritano. Reconoce la falta de identidad, la presencia de muchos extraños en el camino común de la historia.

A esta luz, es necesaria la apertura que ante todo tiene lugar en el corazón. Se palpa aquí los planteamientos personalistas y humanitarios al subrayar nuestra humanidad común, nuestra dignidad compartida tras las incontables crisis. Todo ello, nos lleva a la política pero una que es mejor. La política o la acción dentro del hogar -''el político es un hacedor'' (186)- común tiene que ser un amor gratuito que abre caminos de amistad, que forja senderos de reconciliación, que crea ocasiones de bondad y favoreciendo siempre a los más pequeños, a los más vulnerables. Francisco repite aquí la esencia de la llamada política cristiana, la medida de acción de hombres en convivencia bajo la luz de la cruz de Cristo. Escuchémosle: ''Esto provoca la urgencia de resolver todo lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales. Los políticos están llamados a "preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte”. […] Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad" (184).

Estos temas no son nuevos. Francisco de hecho habla en contra de la guerra, evocando aquella llamada de Pablo VI en la ONU. Pero la situación es distinta. Aquí podemos recordar las actualizaciones hechas por Benedicto XVI a la doctrina social de la iglesia sobre todo en Caritas in Veritate.

La religiosidad a nivel local

La religión debe desempeñar un papel al respecto. La religiosidad debe brindar algo positivo en esta construcción de un nuevo mundo, de un mundo mejor, empezando a nivel local, en lo pequeño.

Es en lo pequeño se vive con más intensidad la fraternidad, el diálogo como por ejemplo el que tuvo con el Gran Mufti el año pasado.

A nivel local, se vive la religiosidad con más intensidad. Y es ahí de dónde debe radicar todas las implicaciones: el fin de los armamentos, el fin de las violencias. Los pactos empiezan a nivel local. Las culturas determinan las forjas y las determinaciones para la convivencia.

Es a nivel local que se gestan estas religiosidad, estas culturas, estas mentalidades. Yo las llamaría ''espiritualidades''. He aquí unas palabras muy significativas del papa: ''Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común. Ese cuidado no interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido. Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses particulares. En esta cultura que estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común, «es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones»'' (17).

"Procurar lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material"

Espiritualidad, cultura, sabor local o particular: Hacia la hospitalidad

Toda espiritualidad, efectivamente, tiene un contexto particular. Surge de una cultura específica en la que se gesta una visión de vida, creando escenarios que afecten a nuestro mundo común. El ejemplo evocado del Beato Carlos de Foucauld, que se propone al final, nos recuerda el impacto de lo local, de lo particular y su proyección universal. Este beato convivió con hombres del desierto. Deseaba ser en su soledad solidaria un hermano de estos pero acabó siendo un hermano para todos, un modelo de fraternidad como Francisco de Asís, como Jesucristo.

La cultura es lo que el hombre cultiva. Es una red simbólica de todo lo humano en que el hombre se siente co-creador con la naturaleza, dirigiéndola, gestionándola, usándola... incluso abusando de ella. La cultura es cultivación. Esta encíclica es una llamada a la cultura de la fraternidad, del cuidado, de la solidaridad por todos los que vivimos en un mundo común, con un ambiente compartido. En otras palabras, la cultura debe ser acogedora, debe ser hospitalaria. La cultura que es cultivación del hombre para ser humano es una llamada a la hospitalidad hacia sí mismo y los demás. Lo que llamamos la hospitalidad es lo que el papa porteño ha denominado ''caridad social''. He aquí sus palabras: ''Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social'' (165).

Siempre hay que comenzar a nivel local en medio del proceso incesante de la globalización. La cultivación, el cuidado es siempre a nivel particular antes de su proyección universal o universalizadora. La hospitalidad es acogida en la casa. Esta es siempre una experiencia específica, más que un lugar concreto. La hospitalidad es transformación de la casa que es refugio cultivado de los elementos naturales hostiles en hogar o experiencia del calor humano cuyo despliegue es la fraternidad. En efecto, la hospitalidad es el acto de cultivación de la cultura en que esta se convierte siempre en cultivación, desarrollo del hombre superando sus instintos humanos y haciéndole más divino, partícipe en lo Sagrado dentro de un ámbito siempre concreto, local.

En efecto, Francisco favorece una eclesiología concreta, basada en lo cultural, es decir, en el nivel local. No es platonizante. No afirma la anterioridad o prioridad de la iglesia universal sobre la local. Francisco, en efecto, aboga por iniciativas locales para construir nuestro mundo común, nuestra iglesia más grande hecha del pueblo de Dios que toma cuerpo en diversas culturas y con el vínculo de la comunión.

Imposible dar un análisis detenido de la encíclica a estas alturas. Se necesita más tiempo para que los planteamientos de este escrito atípico maduren en todos nosotros. El reto de la globalización implicaría una eclesiología que vaya más allá de las fronteras de lo institucional o de los vínculos visibles de la comunión pero siempre arraigado en la cultura específica en que hay que desarrollar la fraternidad humana para todos los hombres, sin tener en cuenta divisiones de razas, credos o estratos políticos o sociales.

El gran reto es construir la gran iglesia, más allá de las divisiones y compartiendo los mismos avatares de la historia por lo que los caminos siempre son convergentes. En efecto, más primordial que las divisiones brotadas de la fe y de sus institucionalizaciones es el amor y la amabilidad hacia todos que es la benevolencia. Cerremos, pues, con las palabras del papa: ''En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno.

Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes'' (112).

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