Homilía de la misa exequial por el Papa Francisco en la catedral de México DF Francisco Javier Acero: "Gracias Señor, por darnos a un papa que no perdió nunca el buen humor"

"No son momentos para hacer quinielas, ni para equiparar la Iglesia a un poder político, la Iglesia de Jesús está para servir y poner paz en medio de una sociedad dividida por las guerras y discordias"
"Hoy también quieren callarnos con ecos de plomo aquellos que abusan de la inocencia del pueblo de Dios, son esos rígidos que buscan la foto más que el servicio, aquellos que se olvidan de servir cuando llegan al poder"
"La vida del Papa Francisco nos invita a resucitar a Jesús, el Viviente, de los sepulcros donde lo hemos metido, liberémoslo de las formalidades donde a menudo lo hemos encerrado"
"La vida del Papa Francisco nos invita a resucitar a Jesús, el Viviente, de los sepulcros donde lo hemos metido, liberémoslo de las formalidades donde a menudo lo hemos encerrado"
| Monseñor Francisco Javier Acero, auxiliar de la arquidiócesis de México
Hoy en esta Catedral primada como arquidiócesis y por instrucción de nuestro Cardenal nos reúne a todos el cariño y la acción de gracias por nuestro Papa Francisco. Muy especialmente sean bienvenidos los migrantes, las familias buscadoras, las personas que viven en la calle, ustedes son el sujeto de la Iglesia, no el objeto, son los primeros invitados a esta Eucaristía del buen padre, hermano y amigo papa Francisco.
Siguen en nuestra mente los gestos y las palabras del papa a nuestro país: “México es un país joven lleno de oportunidades”, “diganse las cosas a la cara”, “no se resignen”, recordaba en san Cristóbal de las Casas “no nos hagamos sordos ante una de las mayores crisis ambientales de la historia”. Señaló que los indígenas en Chiapas tienen mucho que enseñarnos porque saben relacionarse con la naturaleza, “a la que respetan como ‘fuente de alimento, casa común y altar de compartir humano’”.

Y en el norte del país, en Ciudad Juárez nos recordó cómo el sistema carcelario y de rehabilitación "son un síntoma de cómo estamos como sociedad". "Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas" (Papa Francisco, Visita a México, 2016).
Hermanos la primera lectura nos habla de la sorpresa del pueblo ante dos hombres Pedro y Juan que hablan con sus gestos. Gestos que necesitamos de solidaridad frente a quien se siente solo y desamparado. Gestos que sorprenden al Pueblo de Dios porque los apóstoles están llenos de Jesús. En estos momentos llenémonos de Jesús, de su esperanza y su luz.
No son momentos para hacer quinielas, ni para equiparar la Iglesia a un poder político, la Iglesia de Jesús está para servir y poner paz en medio de una sociedad dividida por las guerras y discordias. El centro de nuestra Iglesia es Jesús, el centro de nuestra vida y de nuestras acciones pastorales es Jesús y su Evangelio que llama a todos hacer el bien. No es partidista, ni privilegia solo invita a amar. En la Palabra de Dios los miembros del sanedrín mandan callar, silenciar el Evangelio.
Hoy también quieren callarnos con ecos de plomo aquellos que abusan de la inocencia del pueblo de Dios, son esos rígidos que buscan la foto más que el servicio, aquellos que se olvidan de servir cuando llegan al poder. Ni a Pedro, ni a Juan, ni al papa Francisco, ni a los miembros de nuestra Iglesia nos pueden callar. Este gesto nos recuerda a aquello que escribió el papa Francisco en Ecatepec: “Sean profetas del pueblo y no del Estado”.

No perdamos la capacidad de asombro y sorpresa porque es la clave para “primerear” el amor De Dios en nuestra sociedad mexicana. De esta manera podremos ser artesanos de la paz, viviendo la misericordia de Dios en nuestra vida. Qué bonito es ver a una Iglesia que sale y decide desde la periferia a acompañar e incluye en sus eucaristías a las personas que se encuentran en situación de pobreza y vulnerabilidad. Salir al borde del camino, “samaritanear” para regalar la escucha ante esos jóvenes que no encuentran sentido en sus vidas.
Como nos enseña el Papa Francisco, y nos muestra el Evangelio sin miedos, sin estrategias ni oportunismos; sólo con el deseo de llevar a todos la alegría del Evangelio a esto somos llamados todos, todos, todos, a experimentar el encuentro con el Resucitado y a compartirlo con los demás. Nuestras Iglesias siempre de puertas abiertas; pues somos escogidos para correr la piedra del sepulcro, donde con frecuencia hemos encerrado al Señor por nuestro clericalismo, el papa con el Evangelio en la mano nos ha insistido en múltiples ocasiones que somos miembros de una Iglesia misionera llamados a difundir su alegría en el mundo.
La vida del Papa Francisco nos invita a resucitar a Jesús, el Viviente, de los sepulcros donde lo hemos metido, liberémoslo de las formalidades donde a menudo lo hemos encerrado. Despertémonos del sueño de la vida tranquila en la que a veces lo hemos acomodado, para que no moleste ni incomode más. Llevémoslo a la vida cotidiana: con gestos de paz en este tiempo marcado por los horrores de la guerra, de las desapariciones forzadas y la narcoviolencia; con obras de reconciliación en las relaciones rotas y de compasión hacia los necesitados; con acciones de justicia en medio de las desigualdades y de verdad en medio de las mentiras. Y, sobre todo, con obras de amor y de fraternidad.
Hoy el evangelio nos invita a salir por todo el mundo, a abrir nuestra mente, a tener una mirada abierta. El católico es universal, y así nos lo ha enseñado el papa. Abiertos al diálogo con todos, incluyendo a todos. A garantizar la dignidad humana y los derechos y las libertades de todos; ser elementos de reconciliación en medio de un mundo ideologizado por los populismos y el libre mercado, olvidando a los pobres que son el tesoro de nuestra iglesia a un lado, utilizando a los migrantes como mercancía ideológica y no como personas que sueñan y buscan dignidad humana.

Ante este envío que el Señor nos hace en este sábado de Pascua nos repite una y otra vez, que “soñemos con una nueva esperanza” para superar los conflictos a través del diálogo, abstenerse de enemistades y del odio mutuo. Dialogar con honestidad, apoyados en el amor a la justicia. No caer en el círculo vicioso de la venganza y la polarización. Se trata, en definitiva, de entender y revalorizar el sentido del perdón, siguiendo las enseñanzas del Evangelio que pide perdonar hasta “setenta veces siete” (Mt. 18,22). En la iglesia seguiremos con estos procesos abiertos por el papa Francisco llenos de misericordia que son un llamado a todos para continuar trabajando desde la sinodalidad por la paz y la reconciliación.
El papa Francisco abrió un año jubilar y nos indicó que “estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en esas personas que están injustamente recluidos en centros que están privados de la libertad, y que experimentan cada día —además de la dureza de la reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. El papa Francisco propuso en la apertura de este año jubilar que se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; y por supuesto queremos que en México se hagan realidad esos sueños de nuestro amado Papa. Que existan formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en el cumplimiento de las leyes.
Hermanos quisiera terminar estas palabras con la oración que tanto le gustaba al papa Francisco, la oración de santo Tomás Moro:
Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás. Así sea.
Gracias Señor por darnos a un papa que no perdió nunca el buen humor, y que sigue dando misericordia contigo desde la otra orilla. Descanse en paz Papa Francisco.

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