Aportaciones sobre el punto 17 del documento de síntesis de la primera Asamble del Sínodo sobre la Sinodalidad Misioneros digitales: ¿cómo conectar individualidad y sinodalidad?

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"Se ha publicado el informe de síntesis de la primera asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad, y en estos días se están haciendo numerosos comentarios sobre los diversos aspectos de sus casi 40 páginas, cinco secciones y 20 temas 'considerados prioritarios'"

"Me gustaría contribuir con ese debate, centrándome en un tema que aparece en la tercera sección, dedicada al desafío de 'Tejer lazos, construir comunidad'. Se trata del punto 17, titulado 'Misioneros en el ambiente digital'"

"En este punto, el informe de síntesis afirma la convergencia entre los miembros sinodales de que la cultura digital es un 'cambio fundamental' en la percepción y en la experiencia contemporáneas de uno mismo, de la relación con los demás y del mundo. Y por lo tanto, un desafío también para la Iglesia"

"El informe de síntesis presenta una grande panorámica de las diversas cuestiones que están en juego hoy, sin respuestas definitivas"

"Sin duda, repensar la estructura parroquial, definida a partir de fronteras geográficas, es crucial en estos tiempos de des/reterritorialización promovida por los espacio-flujos de las redes digitales"

Se ha publicado el informe de síntesis de la primera asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad, y en estos días se están haciendo numerosos comentarios sobre los diversos aspectos de sus casi 40 páginas, cinco secciones y 20 temas “considerados prioritarios” (Introducción, p. 3).

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Aquí me gustaría contribuir con ese debate, centrándome en un tema que aparece en la tercera sección, dedicada al desafío de “Tejer lazos, construir comunidad”. Se trata del punto 17, titulado “Misioneros en el ambiente digital”.

En este punto, el informe de síntesis afirma la convergencia entre los miembros sinodales de que la cultura digital es un “cambio fundamental” en la percepción y en la experiencia contemporáneas de uno mismo, de la relación con los demás y del mundo. Y por lo tanto, un desafío también para la Iglesia.

Esa convergencia adquiere aún más significado cuando se reitera que “el dualismo entre lo real y lo virtual no describe adecuadamente la realidad y la experiencia de todos nosotros” (17a). Por lo tanto, la síntesis sinodal reconoce que la cultura digital “no es tanto un área distinta de la misión, sino más bien una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia en la cultura contemporánea” y, por consiguiente, “adquiere un significado particular en una Iglesia sinodal” (17b).

Para caminar juntos no sólo como Iglesia, sino también como sociedad en general, es necesario tener en cuenta los macroprocesos sociales contemporáneos como la digitalización y la mediatización, que resignifican no sólo el socius, sino también la noción misma de sacrus y religio. La Iglesia no puede concebirse a sí misma simplemente (o altivamente) como una “observadora participante” de tales procesos, pues está permeada e embebida por prácticas digitales diversas, que incluso despliegan nuevos significados para la idea misma de “comunión, participación y misión”.

Si la cultura digital es entendida como una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia, la lectura eclesiástica, sin embargo, está aún vinculada a concepciones geográficas y espaciales de las prácticas digitales, que pueden empobrecer el desarrollo pastoral. El informe de síntesis, al hablar de la cultura actual “en todos sus espacios”, recurre a la imagen de los misioneros que siempre “partieron con Cristo hacia nuevas fronteras” (17c). Esa concepción de una Iglesia “aquí” y una cultura “allí”, además de ignorar la complejidad de la propia cultura digital, que borra las fronteras existentes, se suma a una comprensión e a una identificación de dicha cultura sólo con “teléfonos móviles y tabletas” (17c), ignorando lenguajes, lógicas y cosmovisiones que van mucho más allá de tales materialidades tecnológicas.

Según la síntesis, el Sínodo también convergió en el sentido de que “no podemos evangelizar la cultura digital sin antes comprenderla” (17d). En la frase siguiente, el texto comienza a hablar de los jóvenes –especialmente los seminaristas, los jóvenes padres y los jóvenes consagrados y consagradas–, dando la impresión de que ellos también necesitarían tal esfuerzo de comprensión. Pero no. Por el contrario, el informe los presenta como aquellos que prácticamente no necesitan hacer ningún esfuerzo para comprender esa cultura, ya que tendrían una “experiencia directa profunda” de ella y serían así los “más aptos a llevar adelante la misión la misión de la Iglesia en el ambiente digital”, pues supuestamente tendrían una “mayor familiaridad con sus dinámicas”.

Ese sesgo de lectura puede ser un riesgo también desde un punto de vista pastoral, vinculado a la noción de “nativos digitales”, que aparece al principio de esa sección (cf. 17a). Según esa lectura, niños, jóvenes y adolescentes contemporáneos serían naturaliter inculturados digitalmente. Lo cual, sin embargo, es una falacia: “cultura” es mucho más que el uso de aparatos tecnológicos y el dominio de ciertas técnicas y/o lenguajes. Habitar la cultura digital no significa necesariamente comprenderla. Existe todo un universo simbólico, de valores, de sentidos y también de prácticas que no surgen por medio de procesos espontáneos o naturalmente, sino que requieren formación e intercambio intergeneracional, particularmente desde el punto de vista de una “Tradición viva” (como reconoce el propio informe ya en sus primeras páginas, en los puntos 1f y 1o).

Nativos digitales
Nativos digitales

Lo digital como cuestión

Entre las “cuestiones a ser enfrentadas” desde el punto de vista digital, el texto destaca especialmente los daños y las heridas que se pueden causar en internet, citando el bullying, la desinformación, la explotación sexual y la dependencia tecnológica. Por eso, pide a la comunidad cristiana que reflexione sobre cómo tornar el espacio online “no sólo seguro, sino también espiritualmente vivificante” (17f).

Aquí, el texto se confronta con la propia realidad intracatólica, en la que ciertos ambientes digitales abordan la fe “de modo superficial, polarizado e hasta lleno de odio” (17g), contribuyendo, por lo tanto, con la misma inseguridad digital denunciada en el punto anterior. El desafío principal, en este sentido, es “garantizar que nuestra presencia online constituya una experiencia de crecimiento para aquellos con quienes nos comunicamos” (17g).

Otra cuestión grave a ser enfrentada, según la síntesis sinodal, son precisamente las “iniciativas apostólicas online [que] tienen un alcance y un radio de acción que se extiende más allá de las fronteras territoriales tradicionalmente entendidas” (17h). La cuestión en abierto para la próxima asamblea sinodal, según el informe, es justamente cómo regular tales iniciativas y cual autoridad eclesiástica es responsable de vigilarlas. Es un tema grave, y por eso una concepción geográfico-espacial de las prácticas digitales no tiene sentido y es perjudicial para la propia acción evangelizadora. Eso porque tales prácticas y redes precisamente atraviesan y simplemente desconocen cualesquier “fronteras” y “territorialidades” eclesiásticas.

Un ejemplo en ese sentido fue el decreto emitido recientemente por una diócesis amazónica en Brasil, en el que el obispo local informaba que no deseaba tener “aquí en el área de la prelatura” un presbítero cuya actividad digital es bien reconocida en el país (aunque controvertida), sumando más de tres millones de seguidores en Instagram y más de cuatro millones en YouTube. Según el obispo, la “forma de ‘evangelización’ [de este padre] no está de acuerdo con nuestro camino como Iglesia en la prelatura”, debido al “devocionismo” y a la “espiritualidad desencarnada” promovida por tal presbítero.

La medida es totalmente justa y razonable. Sin embargo, contrarrestando esa medida, otro sacerdote digital influencer, de otra diócesis brasileña, publicó una respuesta en sus redes digitales, afirmando, entre otras cosas:

“En tiempos de internet y redes sociales, prohibir la presencia física de alguien es irrelevante, ya que, a través del teléfono celular, todos pueden llegar a todas partes, sin necesidad de permiso. [...] Quien prohíbe que se predique en una iglesia para 200 personas no consigue prohibir que se hable para millones en internet [...]”.

Como se percibe, aquí entran en jaque nociones como autoridad y comunidad, así como colegialidad y sinodalidad. Por un lado, el obispo tiene plena jurisdicción sobre el territorio de su diócesis, que, a su vez, tiene fronteras geográficas claras. Sin embargo, los presbíteros incardinados en otras diócesis ultrapasan dichas barreras digitalmente, llevando a cabo en muchos casos una verdadera “invasión” eclesial, promoviendo otros estilos de ser Iglesia (no siempre aceptados y aceptables) en el interior de otra Iglesia local. El obispo, sin embargo, no puede hacer nada institucionalmente ante tal “invasión”. Excepto por la vía colegial, pidiendo a su hermano obispo responsable por el presbítero en cuestión que tome medidas para evitar o minimizar el impacto de tales “invasiones”, o incluso punir los excesos cometidos por tales clérigos – pero aun así hay muchos “peros” sobre la eficacia de tales medidas.

Invasión digital

Además, tales medidas pueden incluso funcionar para las relaciones en el interior del clero, pero ¿qué hacer frente a las “invasiones” promovidas por laicos y laicas? ¿Quién tiene (o puede tener) jurisdicción y autoridad sobre ciertos “lobos salvajes” de la internet católica, que “muerden” a todas y cada una de las personas o comunidades que viven la fe de manera diferente? ¿Puede la “libertad de expresión” convertirse, también en la Iglesia, en sinónimo de “libertad de agresión” (velada o explícita)?

Las preguntas aquí se superponen. ¿Cómo ser verdaderamente sinodales en tiempos de internet? ¿Cuál es el papel de los obispos, individualmente y como colegio reunidos en conferencia episcopal, frente a ciertos excesos digitales marcados por superficialidades, polarizaciones y expresiones de odio, como se denuncia en el informe de síntesis, a menudo por parte de miembros del proprio clero?

Fronteras y territorialidades

Al mismo tiempo, aparece una paradoja en el punto 17¡, en el que la síntesis sinodal habla de “las implicaciones de la nueva frontera misionera digital para la renovación de las estructuras parroquiales y diocesanas existentes”. Se habla incluso de la necesidad de “evitar permanecer prisioneros de la lógica de la conservación y liberar energías para nuevas formas de ejercicio de la misión”. No está claro si el texto considera las estructuras parroquiales y diocesanas como “prisiones” que explicitan tal lógica de conservación y si entiende los ambientes digitales como capaces, por sí mismos, de liberar energías nuevas para nuevas formas de ejercicio de la misión.

Sin duda, repensar la estructura parroquial, definida a partir de fronteras geográficas, es crucial en estos tiempos de des/reterritorialización promovida por los espacio-flujos de las redes digitales. Pero la renovación de tales estructuras no se producirá mediante una mera inversión (simbólica o financiera) en tecnologías y acciones digitales. Más bien, se necesita una inversión seria y articulada en el desarrollo de concepciones teológicas, eclesiológicas y pastorales en línea con la propria sinodalidad misma, que tengan en cuenta los nuevos ambientes de vida, complejos e híbridos, de la contemporaneidad. Los cuales, a su vez, implican lo que se hace frente a una pantalla, pero no se limitan en absoluto a eso.

En el punto 17k, al comentar los efectos de la pandemia de Covid-19, por ejemplo en el sentido de estimular la creatividad pastoral online, la síntesis sinodal señala que muchos jóvenes habrían abandonado los “espacios físicos de la Iglesia en los que intentamos invitarlos en favor de los espacios online”. Por ello, afirma que son necesarios “modos nuevos para involucrarlos y ofrecerles formación y catequesis”. La pregunta es si esos jóvenes han abandonado sólo los “espacios físicos” de la Iglesia, permaneciendo presentes en los “espacios online” eclesiales, o si han abandonado todo y cualquier espacio “de la Iglesia”.

De hecho, se evidencia cada vez más una búsqueda de experiencias religiosas deliberadamente no vinculadas a una Iglesia considerada por las juventudes como incoherente y anacrónica, o aún la búsqueda de experiencias no necesariamente religiosas en otros ambientes socioculturales (ya sean físicos o online), para encontrarle sentido a la vida. El informe de síntesis, sin embargo, sigue enfatizando una dualidad entre “físico” y “online”, cuando la cuestión parece ser mucho más grave. Eso no sólo en el sentido de una opción dualista entre un espacio (a ser abandonado) por otro, sino la búsqueda de otras opciones que van mucho más allá de las ofertas eclesiales e incluso cristianas y religiosas en general, en que las experiencias online son sólo un síntoma y la punta de un “iceberg” mucho más grande y profundo.

Together alone?

La síntesis sinodal concluye el punto 17 proponiendo que las Iglesias ofrezcan “reconocimiento, formación y acompañamiento a los misioneros digitales ya operantes, facilitando también el encuentro entre ellos” (17l). Sabemos que esa propuesta es realmente necesaria y cada vez más urgente, pero igualmente desafiante.

Muchos influencers que se dicen católicos evitan toda y cualquier experiencia de compartir comunitariamente la misión en red, pues su foco está únicamente en su propia visibilidad personal, convertida en altas métricas digitales, generalmente muy rentables. La perspectiva de un “nosotros” comunitario que no se centre en un solo “yo” individual ni se refiera únicamente a él es fuertemente contracultural en tiempos de redes digitales.

"Son innumerables los influencers de la fe que optan por llevar a cabo una misión 'together alone' (teóricamente juntos, pero intencionalmente solos). Es decir, supuestamente comulgan de la misma fe, pero, en la práctica, buscan su independencia de las comunidades e instituciones eclesiales existentes, exacerban su autonomía en relación a las autoridades religiosas y crean sus propias iglesias a su imagen y semejanza"

Al contrario del título del libro ya clásico de la psicóloga estadounidense Sherry Turkle “Alone Together” (solos juntos), son innumerables los influencers de la fe que optan por llevar a cabo una misión “together alone” (teóricamente juntos, pero intencionalmente solos). Es decir, supuestamente comulgan de la misma fe, pero, en la práctica, buscan su independencia de las comunidades e instituciones eclesiales existentes, exacerban su autonomía en relación a las autoridades religiosas y crean sus propias iglesias a su imagen y semejanza. En esa “comunión solitaria”, cualquier persona que no comulgue conmigo no es digno de mí y, por lo tanto, está excomulgado y también debe ser excomunicado –hasta el obispo local o el propio papa–.

Por el contrario, la comunión cristiana sólo es posible cuando hay apertura y reconocimiento recíproco de la dignidad cristiana y del papel eclesiástico de las personas involucradas. El “nosotros” eclesial implica una “común unión” con todo el Pueblo de Dios, en su compleja diversidad, pero principalmente con su magisterio –particularmente del papa, de los obispos cuando se pronuncian colegialmente y del obispo local dentro de la jurisdicción que le corresponde –. En particular, ese “nosotros” se expresa en el testimonio de fraternidad/sororidad y de amor entre aquellas personas que se presentan públicamente como cristianos: “Si os amáis unos a otros…” (Juan 13,35 ).

Redes colaborativas

También parece bastante interesante la propuesta final del informe de síntesis, en el sentido de “crear redes colaborativas de influencersque incluyan hasta personas de otras religiones o que no profesan ninguna fe” (17m), sobre todo en la búsqueda de promover la dignidad de la persona humana, la justicia y el cuidado de la casa común, como señala el texto. Ese “ecumenismo digital” más allá de las fronteras católicas parece ser mucho más viable y productivo para la colaboración entre personas de buena voluntad comprometidas con esos desafíos pastorales de nuestro tiempo.

Por el contrario, la construcción de redes de influencers exclusivamente católicos, dado el nivel de polarización e individualización existente hoy dentro de la Iglesia, requeriría un esfuerzo mucho mayor, así como un refuerzo mucho mayor de lo que, en teoría, debería orientar la “performance digital” católica: la fidelidad y la obediencia a los Evangelios, a la “Tradición viva” de la Iglesia, al “espíritu y letra” del Concilio Ecuménico Vaticano II, al magisterio del Papa Francisco y al de los obispos cuando se pronuncian colegialmente como conferencia episcopal nacional o regional. Parece mucho, pero en realidad es el “mínimo común denominador”, que, infelizmente, acaba siendo confundido y sustituido por teologías y eclesiologías más convenientes.

En fin, el camino, la reflexión y el debate sinodales continúan. El informe de síntesis presenta una grande panorámica de las diversas cuestiones que están en juego hoy, sin respuestas definitivas. Ahora se necesita una profundización discerniente basada en una reflexión teológica y de las diversas ciencias que esté a la altura de los tiempos. De ese modo, los desafíos contemporáneos, como la cultura digital, pueden ser abordados no sólo a partir de “convergencias”, “cuestiones” en abierto y “propuestas” eclesiales teóricas, sino que también pueden encontrar, por parte de la Iglesia, acciones y decisiones concretas y prácticas ante la complejidad de la realidad de hoy –que avanza en una “rapidación” (Laudato si’, n. 18) cada vez más grande, no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino principalmente sociocultural y comunicacional–.

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