José Ignacio González Faus, sj Paladear la humanidad de Jesús el Nazareno
(José Ignacio González Faus, sj.).- Hace 70 años, desde una cárcel de Hitler, en momentos de desesperación tras el holocausto y años en guerra, uno de los grandes profetas de nuestro futuro, escribió que hay una razón para seguir amando a esta tierra sin desesperar: y es que ha producido a Jesús de Nazaret. Parecerá una afirmación exagerada, pero sorprende por venir de alguien tan sobrio y contenido como D. Bonhoeffer. ¿Quién era pues ese tal Jesús?
De los primeros testigos de su paso por la tierra quedan dos rápidas pinceladas: "no buscó su propio interés"; "pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos". De quienes recogieron recuerdos de su vida y los sistematizaron en forma de biografías-invitaciones a la fe, podemos destacar algunos rasgos:
Procedía de un pueblo pequeño casi desconocido. No tuvo estudios especiales, trabajó durante años en cosas de albañilería. Un buen día comenzó a recorrer su tierra anunciando que es posible otro mundo si nos decidimos a mirar a Dios con una palabra que, a la vez, denota el máximo de familiaridad y cercanía, pero también la imposibilidad de disponer de Él: pues, llámesele padre o madre, lo es de todos, no sólo mío. Otro de sus biógrafos presenta como programa de su vida unas palabras del profeta Isaías: "el Espíritu de Dios está sobre mí... para anunciar una buena noticia a los pobres y liberación a los oprimidos".
En consonancia con este programa, solía comer públicamente con "gentes de malvivir", desafiando una costumbre de su época de públicos banquetes ostentosos de las clases altas. Se le conoce amistad y cercanía con algunas prostitutas, a las que liberó de su esclavitud, pero de las que decía que estaban más cerca de Dios que sus oyentes. Defendió a las mujeres, rechazando el derecho al repudio que se atribuían los hombres de su época, y abriendo a la mujer el estudio de la "Ley de Dios", que su sociedad reservaba a solos los machos.

Fue también un terapeuta innegable, pero provocativo: parece que prefería curar en días "de precepto", como si quisiera mostrar que los enfermos tienen derecho a no esperar más, porque su salud es más importante que la guarda de preceptos cúlticos. Una de las expresiones que más se dicen de él es que "se le conmovieron las entrañas".
Junto a esa práctica de misericordia tenía a veces un lenguaje duro y provocativo: enseñaba a no llamar a nadie padre ni señor: porque los hombres (aunque tengamos funciones diversas) somos todos hijos de un mismo Padre y tenemos un único Señor que es Dios. Armó una escandalera en el "vaticano" de su época, alegando que el culto a Dios no debe ser ocasión de comercio. Su visión de los hombres cabe en un palabra que sólo se ha conservado en sus labios: hipócritas (aunque esa acusación la dirigió sobre todo a los poderes religiosos). Pese a ello, exhortaba a ser misericordiosos como el Dios que Él anunciaba.
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